Sonrisas y dolor

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Seguí las instrucciones de Christopher. Sergio me dijo que todo estaba preparado. Me entregó la llave y el control del garaje y me envío un WhatsApp con la ubicación. No entendía absolutamente nada, estaba llena de preguntas y Claudia con sonrisas frágiles, tenía ganas de decirme, pero se contuvo. «Te metí en el carro un bolso para ti y para Sophia», fue lo único que dijo, y ya no podía aguantarme más. Así que me fui al instituto con la curiosidad matándome hasta que llegó la hora.

Las primeras clases fueron aburridas. Sophia o dibujaba, o acariciaba mi cabello, o me decía que le hiciera cariñitos. Le pedí que se concentrara, pero parecía no tener ningún interés en la escuela. Solamente en la clase de arte se mostró interesada y me dijo: «Te pongo en mi equipo para salvar tus notas, Julie, porque si te pones con otro, no podrás ser la mejor», con una cara engreída dejó un beso en mi mejilla y al menos por esa clase ella hizo todo.

Comenzó a realizar trazados concisos sobre el lienzo. Estaba haciendo el sistema solar. «Ven, te enseño», se paró detrás de mí y tomando mi mano, fue guiándome para pintar. Tenía su cuerpo pegado al mío desde atrás, y sentía la mirada de Benjamin desde el otro lado del salón. No sé qué tan evidente era, pero hasta Jessica nos miraba curiosa, sólo que desde que Sophia la enfrentó había dejado de molestarme. «¿Por qué estás tan nerviosa?», no respondí a su pregunta, pero me solté de ella. No era buena pintando, pero era peor fingiendo que su compañía no me abrumaba.

Así pasaron las horas y Sophia tuvo razón. El profesor quedó maravillado con el lienzo. Sacamos la mejor nota y ella satisfecha, se guindó de mi brazo, mientras nos dirigíamos a la salida.

No podía retrasarlo.
Me tocaba hacer mi parte del trato.

—Tengo una sorpresa para ti y necesito que vengas conmigo —le dije, cuando llegamos al carro.

—No puedo —sonó segura y me di cuenta de que Chris me había pedido algo imposible.

—Sí puedes. Solamente quiero que te pongas esta venda en los ojos, te subas al carro y me dediques una hora de tu tiempo. Tampoco es que te voy a secuestrar.

—Suena como un secuestro —arqueó la ceja con su perfecta expresión seductora—. Y aunque suena más que tentador, quiero estar con mis hermanos. Hoy es el último día que voy a verlos —su expresión pasó a tristeza y sin pensarlo, acaricié su mejilla.

—¿Confías en mí? Porque solamente quiero una hora de tu tiempo. Solo una. —Me vi a mí misma, con casi expresión de puchero, tratando de convencerla.

—Dios... eres tan tierna. Que es imposible decirte que no.

Sophia abrió la puerta y se montó en el puesto de copiloto. Yo rodeé el coche para montarme y encendí el motor.

—¡Seré tuya por una hora! Aprovéchame —me dio un beso en la mejilla muy cerca de la comisura de los labios y antes de quedarme embobada en la cercanía, encendí el reproductor.

Ya no sabía qué éramos. Nos tratábamos igual que cuando la conocí y ella seguía con su actitud influyente, con los mismos ojos pretenciosos que ocultaban tristezas, y con la esencia de niña mala y bonita, que puede conseguir lo que quiere.

—Yo escojo la música —me dijo y antes de taparle los ojos me puso

"Forever Alone", Paulo Londra.

Llegaríamos en treinta minutos al sector al hatillo. Ella cantaba la canción que decía «se parecía a mí». Me molestó tanto durante el camino que no podía sino reírme de ella cantando e imitando la voz del tipo. Odiaba ese género musical, pero verla divirtiéndose hacía que lo soportara.

El capricho de amarteOnde as histórias ganham vida. Descobre agora