LAS REGLAS SON LAS REGLAS

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Julie Dash

No sé exactamente qué parte de mí me llevó a ir hacia esa actividad. No sé si fue Paula repitiéndome una y otra vez que la acompañara, o Benja diciéndome que sería algo nuevo, o que Ksenya pasara cerca de mí y me dijera en el oído:

—Las frígidas no combinan con el sexo tántrico.

—No hables de mí como si me conocieras.

—Vete a dormir —susurró en mi oído—. Yo me encargo de relajarla por ti.

Supongo que la verdadera razón por la que decidí entrar fue por su última frase.

Y una vez dentro del sauna, la atmósfera era de luces tenues. El olor de incienso daba una sensación espiritual. En el fondo habían varios tipos de aceites y esencias, también velas artificiales que daban una sensación de tranquilidad. El lugar tenía una superficie de veinte metros cuadrados, y atrás, nos explicaron que había una puerta que conectaba al cuarto de vapor, que estaba completamente oscuro y era de un tamaño reducido.

Enseguida me arrepentí de estar allí. Sobre todo... cuando me di cuenta de que Sophia no había asistido.
Estábamos Benjamín, Paula, Belén, el instructor Steven, Andrew, Britanny, Federic (el novio de Andrew), Ksenya, su amiga Kira, su guardaespaldas y yo.

No había rastro de Sophia.

Éramos once personas y la única por la que me dejaría tocar no estaba allí.

—Bienvenidos a una experiencia que les va a cambiar la forma de ver el sexo a partir de ahora. La primera regla: lo que ocurre en la isla se queda en la isla. Segunda regla: hay que abrir la mente para disfrutar y correrse sin limitaciones. Tercera regla: la actividad tiene una duración de una hora y no se permite abandonar antes de ese tiempo, por eso, las puertas permanecerán cerradas hasta que se cumpla la hora. Y finalmente la última regla: ni el tabú ni la timidez están permitidos.

—Ya no puedes irte —dijo el guía cuando intenté salir.

Efectivamente las puertas estaban cerradas.

—Déjala que se vaya si no quiere estar aquí, todos podemos arrepentirnos —fue Belén la que intervino.

—Sabía que te asustarías —escuché la voz de Ksenya—. No me sorprende.

Y antes de que pudiera entrar en colapso porque no me dejaban salir del lugar, entró Sophia.

—Ya no puedes entrar —le dijo el instructor, y ella pasó sin hacerle caso.

Al verla pude notar la confusión en su mirada, entonces lo entendí. Ella no sabía que Belén ya me había contado sobre su intento de suicidio. Me miraba con miedo de acercarse y fui yo quien acortó el espacio y la abracé.

—Tenías razón ayer —le dije en el oído sin dejar de abrazarla y entonces agregué—: Nuestro universo sigue existiendo en esta realidad.

No quería soltarla y ella tampoco. La gente, el espacio, el guía, todos pasaron a un plano inexistente. La quería a ella y quería dejárselo claro.

—No deberías estar aquí —susurró en mi oído.

—Vine porque pensé que estarías.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now