Sophia Pierce - Querer en libertad

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Llegamos al parque y tanto Ksenya como Kira parecían nerviosas. El equipo de seguridad estaba atento a nosotras a pesar de que la rusa indicaba una y otra vez que la prioridad eran los niños, que los cuidaran a ellos y a su madre quien sabía que algo malo sucedía, aunque no supiera qué. 

Para ir a Disney, la rusa solicitó triplicar la seguridad, eran veinticinco hombres y diez mujeres encargados de que estuviéramos a salvo. Eso de cierto modo nos tranquilizaba a las tres. Y la parte positiva de tener tantos escoltas era que mantenían un muro de contención y ni siquiera los fotógrafos podían acercarse a nosotras, principalmente a la rusa, por supuesto.

—Escogí el parque Star Wars Galaxy's Edge, porque aunque no es tu planeta, se acerca a lo poco que conozco de ti. Hoy estarás más cerca del universo que tanto te gusta, artista —comenzó a explicar—: Me hubiese gustado que tuviéramos más días para que nuestra familia disfrutara, pero mañana empezamos los entrenamientos. 

—Gracias —me limité a contestar, al tiempo que mis hermanos pedían separarse de nosotras y seguir solos.

—De ningún modo —la rusa habló con tanto carácter que hasta Leo se detuvo—. Si quieres que tu cabeza siga en su sitio después de este día, usarás esto. —Le entregó una especie de cuerda que los unía a un seguridad, de esa forma nunca estarían sueltos.

—¿Qué? ¿Estás demente? Solo falta que me pongas el collar. ¿También quieres que ladre? Guau, guau  —se burló mi hermano Leo antes de añadir—. Yo puedo cuidarme solo.  

—Si no te gusta puedes irte, con gusto dispongo un auto y que te lleven al hotel. Tú decides, pero decide rápido mi tiempo no se detiene en ti. 

Ambos se desafiaron con la mirada, pero Leo terminó accediendo y se colocó la cuerda de seguridad. 

Yo solo me reí de él que terminó volteándome los ojos para después añadir: 

—Prefiero a Julie de cuñada.  

Esta vez la rusa le mostró el dedo del medio y fue reprendida por su madre, pero como una niña grande se encogió de hombros y dio las indicaciones de que no podíamos separarnos. La vi sacar su móvil y revisar el itinerario. Era tan controladora que había hecho un cronograma de las atracciones en las que subíamos juntos y las que eran por separado. 

Obsesivo. 

—Primero vamos a subir a "El halcón Milenario". Les seguiré informando.

—¿Y quién eres tú? ¿Hitler? —volvió Leo. 
—La que hace que tu culo pueda disfrutar de este día, tarado —replicó y literal podían estar peleando todo el tiempo, pero la rusa siempre ganaba. 

Sonreí por inercia cuando un subidón de felicidad me invadió. Estaba allí, rodeada de personas que quería, con una señora que se estaba convirtiendo en una madre para mis hermanos, y una amiga que, a pesar de lo que acabábamos de pasar, estaba tomando todas las previsiones y esforzándose para que pasara un cumpleaños feliz.  

  

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El capricho de amarteWhere stories live. Discover now