Julie Dash - Montaña rusa de emociones

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Después de todo, no quería quedarme con el «qué hubiera pasado». No quería mirar hacia atrás y arrepentirme de no haber escuchado a la parte de mí que estaba gritándome que fuera a buscarla. Así que me concentré en idear un plan y me esforcé organizando el trabajo de la doctora, con la intención de preguntarle. No sabía de qué forma decirle que apenas iniciando necesitaba un permiso, pero lo hice.

—¿Alguna vez has sentido que necesitas hacer algo con todas tus fuerzas? —le pregunté, después de entregarle su café.

Ella le dio un sorbo y pensé que no respondería. Faltaba una hora para su siguiente operación y ese era el único momento que tendríamos libre durante el día.

—Sí. Hace un tiempo necesité salvar a un niño y por algunos años lo hice, pero al final falleció.

Me sorprendió con su respuesta.

—¿Crees que fue tu culpa? —La vi negar con la cabeza, sentándose en la ventana de la zona de descanso que usábamos para las tardes o noches de café, antes de sus operaciones más difíciles.

—Aunque no fue mi culpa me fallé por no separarme emocionalmente de él, y por haber creído que podía salvarlo cuando en realidad hay cosas que se escapan de mí.

Ella era todo lo opuesto a lo que me había mencionado Andrew. Era dulce, tranquila, casi no hablaba con nadie, pero cuando se molestaba entonces allí sí temblaba el hospital. Le tenían miedo, es cierto, pero yo no. Jamás me había tratado mal, y llevaba pocos días conociéndola, pero convivíamos muchísimo. Fue ella quien comenzó a ayudarme con mis exámenes, le entendía mejor que a mis padres y a Britanny juntos.

Era una buena maestra y servía de inspiración para sus pasantes. Era increíblemente sensible con los niños y siempre los reconfortaba por más difícil que fuera su enfermedad.

—¿Por qué dejaste de ejercer durante tantos meses? ¿No extrañabas el quirófano?

—No podía regresar hasta que estuviera lista, o recordaría a Tommy en todos los niños. No era justo para él ni para ellos. Necesitaba separar mi trabajo de lo sentimental y por eso busqué ayuda.

—¿Lo lograste? —Quise saber.

Cada vez que la veía, ella estaba hablándoles, los trataba con paciencia, iba a su ritmo, intentaba que perdieran el miedo sin forzarlos. Tenía que ver a niños que estaban en etapa terminal y llenar de alegría sus últimos días. Y quise saber cómo había logrado no encariñarse con ninguno después de lo que pasó.

—No —fue tajante—­. Entendí que mi trabajo tiene que ver más con la muerte que con la vida y que mi misión no es solo salvarlos, sino hacer que su paso por este hospital sea lo opuesto a una pesadilla.

Ese día me contó que recibía terapia de sensaciones, que eran masajes que conectaban partes de ella como sus recuerdos, o zonas en las que se alojaban traumas del pasado que ni siquiera tenían que ver con esta vida. Verla hablar me hizo entender que no era la típica doctora que solo creía en la ciencia, ella iba más allá.

—¿Qué es eso que necesitas hacer con todas tus fuerzas? —me preguntó, observándome a la espera de mi respuesta.

El día estaba gris, del color de la melancolía, las hojas caían de los árboles y el frío era insoportable, pero allí estábamos, teniendo una conversación en medio del hospital que estaba llenando mis días de un sabor a sabiduría.

—Una vez también yo quise salvar a alguien y no pude hacerlo, no me correspondía —le expliqué con la confianza necesaria que me otorgaba y me senté con ella, dándole un sorbo a mi café para luego terminar de ser sincera—: Tengo la oportunidad de viajar, pero esta vez no para intentar arreglarla, sino para explicarle que pase lo que pase, siempre va a poder contar conmigo.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now