Julie Dash - Antes del final

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Algunas veces la vida te sorprende, quieres algo, y piensas que nunca va a llegar y resulta que cuando llega es aun mejor. Eso me estaba sucediendo en todos los aspectos de mi vida.

Sophia era una persona más comunicativa, como si el tiempo en el que no estuvimos juntas, ella hubiese mejorado considerablemente. Los fines de semana hacíamos planes familiares, incluso íbamos a los partidos de waterpolo de uno de sus hermanitos, y me sentía bien. Aunque no podía estar siempre, ya que mi tiempo le pertenecía a mi carrera, ella lo entendía y me respaldaba.

Me llevaba la comida al hospital y me sorprendía de repente, cuando ni siquiera lo esperaba, ella estaba allí diciéndome: «Tú salvas vidas, no puedes quejarte de un super héroe porque necesite tiempo para hacer el bien, ¿verdad? Yo te apoyo».

Desde lejos, me dediqué a observarla a ella y a Ksenya. Yo también había cambiado. Lo que antes sería un ataque de celos y posesión, se había convertido en análisis. No me sentía insegura porque ella y la tenista pasaran tiempo juntas. A veces me exasperaba (en realidad siempre), pero entendía que muchas de las cosas que Sophia había mejorado, se las debía a ella. Me enteré de que tenían un juego para cuando pelearan y era obligatorio comunicarse. Ahora, cuando Sophia tenía algo que le molestaba, o yo, lo primero que hacíamos era conversarlo. Vi a Ksenya desvivirse por Sophia, estaba entregada a ser su apoyo, pero al mismo tiempo, no se descuidaba a sí misma.

Al ver que no me atrevía a acompañar a Sophia a sus sesiones, Ksenya optó por mantenerme al tanto de lo que pasaba. Era ella quien me contaba de las terapias, me decía cómo había ido mientras yo no estaba allí y fue la tenista la que me ayudó a entender que podíamos lograrlo. Una noche mientras Sophia estaba trabajando en su galería, tuvimos una conversación que lo cambió todo.

—No importa si falla, o si termina suicidándose, da igual.

—Te dará igual a ti, pero a mí no.

—Importa que lo está intentando, y tú te mueres por estar a su lado, y no te atreves. Pero estos momentos son importantes para ambas. Es su pasado.

—Yo lo sé y...

—Te da miedo que vuelva a ser difícil y terminen —me interrumpió—, pero te mueres por abrazarla y estar allí.

Asentí sin ánimo de negarme porque era cierto.

—No quiero presionarla otra vez. Me da miedo que mi presencia la asuste.

—Le asusta no ser suficiente y desde que te conozco, lo que me gusta de ti es que la amas incluso cuando está vulnerable, pero ella no lo sabe.

Esa noche no decidí acompañarla, pero lo hice luego cuando me di cuenta de que nada perdíamos. Estábamos ganando. Cada paso hacía que estuviéramos más cerca de que se fueran sus pesadillas y si no sucedía, si nunca se iban, yo tampoco me iría. Me quedaría con ella y con sus malos sueños, pero siempre con ella.

Los momentos más difíciles de mi vida fueron cuando estuvimos separadas, y vivía tratando de levantarme una y otra vez, sin ganas, hasta que fui descubriendo que podía continuar, aunque siempre preferiría continuar caminando a su lado. Sin embargo... me di cuenta de que era necesario para ambas. Entendí que tuvimos a personas que nos ayudaron a volver a confiar en nosotras y que esas personas eran parte de nuestros cambios.

«¿Sabes por qué conseguí el soporte económico para la investigación de Chiara lejos de ti?», fue la pregunta que me hizo mi madre en una de nuestras cenas en la ciudad. La doctora todavía no se iba. No podía ser de golpe. El hospital la necesitaba y presencié, en varias ocasiones, cómo los directivos trataban de convencerla ofreciéndole beneficios extras para que se quedara. «¿Quizá porque ayudará a muchos niños y familias con su investigación?», le respondí a mi madre con otra pregunta y entonces ella habló: «Ya le había conseguido el respaldo económico en esta ciudad, hija. Si lo hice en Miami fue para que no la lastimaras. Sin quererlo podemos hacer daño y conociendo el amor que sientes por Sophia, hice lo que toda madre habría hecho, intenté protegerla».

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now