JULIE DASH - DESPEDIDA

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Llevaba una semana en casa de Ksenya, viendo a Jesús a diario, y recibiendo muestras de afecto por parte de Leo, que estaba cambiado (para mejor). Pensé que convivir con la tenista sería desagradable, pero literal, su vida era el tenis. Jugaba casi todo el día con Sophia y cuando me levantaba a las seis de la mañana para ir a la Universidad, o al Hospital (según fuera el caso y mi horario) ella siempre estaba despierta.

Belén había ido a la casa en dos ocasiones, y Ksenya, para mi sorpresa, le puso a alguien para que vigilara su seguridad. Me pareció lindo, pero seguía cayéndome mal. Su forma de expresarse, su pesadez, algo en ella no me gustaba. Pero sé que estaba intentando dar con el paradero del grupo sexual de Zach. Habían cerrado las puertas del centro de meditación de Belén, despidiendo a todos sus profesores. Incluso clausuraron el sitio por investigaciones de la policía, y teníamos pruebas. El problema no era eso. A Zach lo buscaban en diferentes países, pero era habilidoso y nadie daba con su paradero.

La tenista se concentró tanto en su tenis y las competiciones que estaban por venir, que contrató a excampeones en tenis masculino para que Sophi y ella jugaran contra ellos. Casi nunca la veía por mis ocupaciones y llegaba muy tarde en la noche, al menos esos días. En principio, pensé que me daría celos verla compartir con Sophia, porque pasaban todo el día juntas, pero no fue así. Me gustaba que la acompañara a su galería (yo no había podido ir, mi tiempo no me lo había permitido). También era bonito saber que Sophia iba con ella a las terapias. Nosotras pasamos por eso juntas durante un tiempo y no funcionó. Confieso que prefería que lo intentara con ella, a ver si el resultado era distinto. Sobre todo, porque con mi trabajo no tenía tanto tiempo disponible y me daba miedo volver a fallar. Lo de sus terapias fue un trauma en el pasado y la razón por la que nos separamos. Por eso lo estábamos llevando con distancia, pero juntas.

Me sorprendió saber que tenían un cuarto de control en ambas casas. En ese cuarto habían más de treinta pantallas y se veía cada rincón de la casa (menos las habitaciones). El lugar estaba fortificado y todo se abría mecánicamente. Por una de las pantallas se veían los jardines, por otra, la entrada principal que daba a la playa y la piscina, que tenía varias verjas de seguridad. Las dos casas parecían una fortaleza. Entendí que la vida de Ksenya era difícil y no protesté cuando me pidieron quedarme con ellas. Después de casi perder a Sophia, una sensación de no querer alejarme se fue instaurando en mí.

Su trato conmigo era nulo. Incluso con su madre era fría. Sin embargo, su personalidad era un tanto extraña. Ella no era de esa gente que necesitaba hacer chistes para caer bien. O como Paula que de verdad nació con el don de hacer reír a las personas. Su sentido del humor estaba lleno de ironías y sarcasmos, pero era como si ese sarcasmo no fuera digno para todos. No le daba mucha confianza a su equipo de seguridad. Solo a Mateo y a Ulises, y ni siquiera demasiado. Con su madre, era agradable pero no tanto. Con Kira jugaba videojuegos, pero ni un solo abrazo la vi dándole, o un beso de saludo. Con Sophia cambió, ya no era cariñosa como en las cabañas de la playa. Era implacable en su entrenamiento y se veía que la miraba de una forma especial, pero no vi un gesto de afecto. Llegué a pensar que lo hacía por mí, pero esa idea se eliminó de inmediato, no me conocía, y ella no hacía nada por nadie. Además, ignoraba mi presencia. El primer día habló conmigo y pensé que podíamos ser amigas, pero luego, simplemente decidió pasar de mí y hacer como si no existiera, excepto cuando era insoportablemente idiota, allí tenía una maestría.

—¿Para dónde crees que vas? —Me cortó el paso hacia la puerta, el primer día que iba de salida al hospital.

Eran las seis y diez  de la mañana y llevaba prisa. Teníamos una operación a las siete y media.

—¿Acaso soy tu prisionera y no me enteré? —solté de mala gana tratando de apartarla, pero sin éxito.

—Ya quisieras —respondió la tenista con una cara tan creída que daban ganas de golpearla.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now