Fabricantes de esperanza

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Desperté a las siete de la mañana, apenas había dormido unas pocas horas. Quería tener tiempo para leer el último libro que me recomendó mi madre y del que discutiría por skype esa misma noche. Verla durmiendo rompió con mis planes. Ella siempre rompía mis planes y menos mal que era así, porque todos necesitamos tiempo para solamente estar vivos.

Seguí durmiendo con ella recostada en mi hombro hasta que uno de sus besos furtivos en mi mejilla, se convirtió en mi mejor despertador.

—Tengo que irme —La mañana pasó de buena a mala con sus palabras.

—Quédate a almorzar —le dije en medio de un bostezo, era la primera vez que dormía en la misma cama con alguien.

Desde que soy amiga de Paula está con Benjamin y es evidente que nuestra pijamadas mixtas terminan con ellos dos solos, y conmigo feliz de recuperar mi soledad.

—No puedo quedarme —sonaba muy seria.

Y cortar la libertad de decisión no me parece de buena educación. Quería mostrarle mi vida, que compartiéramos juntas, que pudiera ir despacio por un día, pero ella no lo tenía permitido.

—Le diré a Sergio que te lleve a tu casa —hice el intento de mostrar normalidad y cuando me dispuse a levantarme de la cama, Sophia Pierce me volvió a tumbar.

—No voy hacia mi casa y si no tuviera una responsabilidad con mi país, te aseguro que no habría nada en el mundo que me separara de la posibilidad de conocer un domingo en la vida de Julie Dash —Otro beso en la mejilla y mi confusión en aumento me estaba enloqueciendo.

—¿Cuál responsabilidad? ¿Limpias calles, vas a casas de abuelos? ¿Cuidas perritos? —bromeé sin saber lo serio de sus palabras, sin saber que lo que ella pretendía era una locura.

—Voy a la concentración en la autopista —dijo, refiriéndose a la idiotez de hacer caso a una oposición política dañada, que enviaba a los jóvenes como carnada y que durante más de 20 años no había servido de nada.

—¿Por qué arriesgarías tu vida por política? —mi tono no fue de crítica, sino más bien de la más profunda sinceridad.

—Porque ni trabajando en el turno de la tarde y los fines de semana puedo llevar comida a casa. Porque la educación de la que puedo asegurarme gracias a que soy buena en tenis, no pueden tenerla mis hermanos. Julie, no todos tenemos tu vida. Eres una princesa y vives como tal, pero allá afuera solamente nosotros –se señaló—: podemos reclamar lo que nos corresponde.

—¿Y tus padres? ¿No deberían preocuparse por la comida y por tus hermanos mientras tú sólo estudias?
Sophia me miró con una dulzura que podía embriagarme. No entendía que sus problemas no estaban cerca de mis percepciones.

—Mi madre murió, mi padre es un ebrio y a mis hermanos los está evaluando una trabajadora social —en el último punto su mirada volvió a tener la tristeza y el dolor de la noche anterior—: la vida real no sólo tiene historia de familias acomodadas. No todos los padres nos traen al mundo sabiendo cómo criarnos. No todos tienen un final feliz.

—Pero tú eres inteligente, tienes educación, y no te he visto jugar al tenis, pero todos en el Ángel dicen que eres la mejor. ¡No eres como tu padre!

—La trabajadora social no opina lo mismo. Fui drogadicta, me expulsaron de cada instituto. La inteligencia no es suficiente cuando te ocupan cosas más importantes

Comencé a entender el nivel de madurez. Entendí el por qué no se parecía a ninguno. Ella estaba en un entorno en el que todos estaban tranquilos, únicamente preocupándose por existir. En cambio, Sophia Pierce cargaba con tanto que a veces quería desaparecer.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now