"SOY TU PREMIO"

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Sophia Pierce

Nos despertamos a las doce del medio día después de una noche de descontrol. Nos despedimos del lugar y Ksenya no le aclaró a la anfitriona que no éramos esposas. Al contrario, me dio un beso corto en los labios delante de ella. Subimos al avión y llegamos hasta nuestra casa unas horas después. Los días siguientes fueron de tortura. Nos fuimos al Master 1000 de Miami y me entrenó el triple de lo que acostumbrábamos. No hubo besos, ni tampoco fue romántica conmigo. Era igual. Me trataba mejor que a otras personas, pero era incansable en mis entrenamientos.

Empezó a malhumorarse porque los doctores le dijeron que se incorporaría en el segundo Grand Slam, al primero no podría ir. Necesitaban que su pie estuviera curado al 100 %. Eso le afectó. Estaba amargada y aunque no la pagaba conmigo, gritaba más de la cuenta en los entrenamientos, frustrada de no poder estar en la cancha. Solo se me ocurrió una cosa, si su pasatiempo eran los videojuegos, aunque yo los odiaba, empecé a practicar. Le dije a Leo que me enseñara sus mejores juegos, y cuando volvimos al hotel le pedí que jugáramos juntas. Eso nunca pasaba, pero le di pelea, le gané dos de cinco veces, pero para ser una aficionada, lo hice bien. Ese día volvió su sonrisa, logré que se relajara. Su vida era el tenis y tenía mucho tiempo sin él, era obvio que iba a estar así.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté cuando la vi desnudarse y meterse a la cama, completamente desnuda.

Estábamos en el hotel después de ganar el torneo y de tener un día entero de puras entrevistas, bastante extenuantes.

Ella se había quedado ronca de tanto gritar y cuando terminé de jugar salió corriendo a abrazarme. Las noticias decían que estábamos juntas... y aunque era mentira, nos daba igual. Nosotras sabíamos la verdad.

Después de lo que pasó en Canadá ninguna de las dos había tenido cercanía con la otra. Y sí, seguía excitándome, pero ambas entendíamos que era lo correcto. Aunque muchas veces me torturaba, como en ese instante en el que se desnudó frente a mí y se metió dentro del edredón.

—Siempre he dormido desnuda y contigo no lo hice por respeto, pero ya me viste, siempre me estás viendo, tenemos la confianza para que pueda dormir desnuda a tu lado sin que me toques, ¿cierto, artista?

No supe qué responder a eso. Claro, no iba a violarla, pero...

—Yo también duermo desnuda y dejé de hacerlo por ti, ¿cómo hacemos? —mentí.

—Fácil: te desnudas y te metes en la cama, somos maduras y podemos dormir desnudas sin tocarnos —me dijo y la comisura de sus labios se bordeó en el intento de una sonrisa pícara.

Me quité la ropa frente a ella y no desvió la mirada. Lo hice lentamente, primero el top deportivo, luego el pantalón y por un momento pensé en dormir en ropa interior, pero las reglas debían ser las mismas. Me quité las bragas y me metí en mi lado de la cama.

No puedes mojarte si no te han tocado.

No puedes mojarte si no te has tocado.

Por más que me lo repetía a mí misma, el resultado no mejoraba. Sentí cómo la excitación iba dejando sus rastros. Me acosté de espalda a ella y sin invadir su espacio, no porque no quisiera sino porque quería regular mi temperatura.

La cama era lo suficientemente grande para que cada una tuviera su espacio y aun así sus uñas estaban dejando cosquillas por mi espalda. Subían desde mis hombros y bajaban hasta mis caderas. Mi respiración estaba entrecortada y no me fue mejor cuando sentí que ajustó mi culo con fuerza hasta pegarme a ella. Nuestros cuerpos se encajaron, su entrepierna también estaba mojada y la sentía en mis nalgas, no estaba moviéndose, pero estaba allí, y yo iba a colapsar.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now