Ojalá nunca te vayas

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Estaba aturdida, aferrándome a la camisa de Jorge que manejaba la motocicleta a máxima velocidad por las calles de Caracas. Ellos querían salvar una vida que ya se había perdido. Erick ya no estaba. Él, que segundos antes estaba con nosotros. Él, que tenía planes, que quizás tenía a alguien esperándolo para cenar, o familia que dependía de su apoyo para subsistir.

Ya era muy tarde.
No volvería a casa.

De pronto comencé a pensar que pude ser yo, o peor aún, que pudo ser ella.

Condujo por las calles de una ciudad aturdida, cansada de muertes, de sufrimiento y también... una ciudad que tenía que hacer algo para conseguir su despertar.

Llegamos al hospital Pérez Carreño y comenzó la segunda parte de la pesadilla. Ian bajó el cuerpo de Erick, mientras los otros muchachos pedían ayuda. Sophia no escuchaba, le pedía a su amigo que despertara. Golpeaba el piso en el que estaba reposando. Le decía que  tenían un mundo por recorrer. Le hablaba a una cara pálida, a una cabeza desgarrada. Con las manos llenas de sangre, sostenía su cara y le decía que no podía abandonarla. Le gritaba que él no, que no podía irse.

  Sus amigos pedían atención médica, estaban azorados, envueltos en la angustia. Ninguno entraba en cuenta de que Erick no iba a volver que no tenía signos vítales. El hospital era otro campo de guerra. Eran muchísimos los que pedían a gritos ser atendidos. Demasiados casos, demasiados seres pidiendo apoyo en un lugar que NO tenía los medios. Enfermedades que no podían ser tratadas, personas corriendo de un lado a otro. No me lo imaginé así. Cuando iba a los hospitales de Estados Unidos, cuando mi madre me hacía los recorridos, se sentía bien. Habían crisis, claro, pero no de este tipo. No de esta magnitud. Qué frustrante no poder ayudar. Mi amor por la medicina nace de mi deseo de ayudar. De cuidar la máquina que para mí es el cuerpo humano. Y lo que estaba viendo era la destrucción de esa máquina.

    Algunos les gritaban a los enfermeros y a los doctores. Los insultaban cargados de sus tristezas, cargados del dolor de saber que pierden a sus seres queridos. De saber que no van a ser curados, que ni siquiera hay espacio para ingresarlos.

Yo, no podía calmarme. Caminé de un lado a otro intentando recomponerme. Había perdido mi móvil, dejé el carro botado, y nada me interesaba más que estar con ella. La misma que seguía hablándole a un cuerpo mientras sus amigos, presas del estrés y la consternación, le gritaban a un médico para que ingresara a Erick.

Tenía que conseguir el control. Iba a dedicarme a dar buenas y malas noticias cuando ejerciera, pero tuve que empezar con Sophia Pierce. Así que puse mis sentimientos encontrados en segundo plano y me senté en el piso con ella y con Erick.

—No hay nada que puedas hacer para traerlo de vuelta —La agarré por los codos y se estaba desgarrando. Sentía que su llanto se colaba en mí, y tuve que ser fuerte para no unirme a ella.

No podía llorar, no podía permitirme desvanecer. Ella estaba sufriendo y yo debía ser su apoyo. Así que la atraje a mi pecho queriendo que mi abrazo sirviera de sedante. Queriendo cambiarle lo que había vivido. Queriendo hacer algo para que la pérdida de Erick no significara su perdición. Y ahí, tiradas en el piso, al lado del cuerpo de su mejor amigo, entendí que nuestras vidas nunca serían iguales. Entendí que no me importaba, que quería quedarme, que quería estar ahí, que necesitaba estarlo.

«Se fue a un lugar de calma, está haciendo un viaje a un lugar mágico. Mira a las personas a tu alrededor, Sophia, están desdichadas, sufriendo, en el estrés de una vida complicada, ya Erick no sufre. Ya Erick terminó con las prisas. Va a descansar del colapso, de todas las injusticias. Y murió como héroe, pero no es culpa tuya, ni tampoco te está abandonando. Va a estar contigo, va a estar cuidándote y diciéndote que no te conformes. Seguirá mirándote con esos ojos de orgullo, con ese amor y respeto que sentía y siente. Porque que haya muerto no lo convierte en pasado, pero ahora tienes que dejarlo ir», no supe de dónde salieron esas palabras. Ya me conocen, yo no soy así. Pero quería ayudarla, quería que de algún modo estuviera bien.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now