JULIE DASH - Encontrando mi voz

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Tomé la decisión de seguir con mi vida sin ella. Dejé de buscar motivos para quedarme con alguien que nunca fue capaz de volver por mí. Fue difícil dejar de pensarla, pero sus palabras me recordaban la razón por la que cogí otro rumbo. Dejé de aferrarme, y poco a poco, comencé a soltar.

Noches de tristeza, días de apatía, me sabía mal el aire, comer me parecía innecesario, sentía que había perdido algo irremplazable y que nunca volvería a amar igual. Me sentía como cuando estuve sola después de que nos graduamos. Respiraba, avanzaba, el tiempo seguía su rumbo, pero las calles ya no tenían magia. Mi casa estaba vacía, todo era diferente cuando vivía conmigo, pero ese ciclo se había cerrado y tenía que conseguir la manera de ser feliz así.

El día que regresé a Boston era la operación de Kelly y encontré a la doctora en la habitación de la niña, que abrazaba con todas sus fuerzas la muñeca que ella le había regalado. La observé explicándole que debía ser valiente, que la muñeca la estaría esperando cuando saliera de la operación, pero la niña no quería soltarla y suplicaba que no se la quitaran. «Entrará contigo. Estará haciéndote compañía mientras te opero» fue lo que respondió Chiara, acariciándole la frente.

Cuando la anestesia hizo efecto me pidió quitarle la muñeca y entregársela a su madre, que estaba devastada esperando cada hora y llorando como si supiera que se trataba del final. Los demás doctores estaban interesados en esa operación. Incluso mi madre llamó en varias ocasiones para preguntarme si ya habían salido. Chiara había estudiado toda su vida. Primero cirugía, luego cirugía pediátrica, y luego, con mi madre, cirugía cardiovascular. Aun así, seguía estudiando. Era tan obsesiva con la vida y la responsabilidad que tenía por preservarla, que me recordaba a lo que sentía antes y ese amor desmedido que empezaba y terminaba únicamente en la medicina.

Horas después, Chiara salió a verme y juntas fuimos a darle la noticia a su madre «salió bien, pero no será su última operación». La doctora habló con pausa explicándole cada detalle y la señora comenzó a llorar, ignorando el hecho de que todavía su pesadilla no terminaba y aferrándose a lo positivo: Su niñita seguía con vida.

Me llené tanto del Hospital, de Chiara, de su forma de trabajar, de cada niño, que decidí bloquear otros pensamientos. Me enfoqué en mi presente y apagué cualquier indicio de pasado, ya no lo necesitaba.

Siendo sincera, mientras yo reemplazaba todo por alguien, esa persona me reemplazo sin ningún tipo de dificultad. Aunque entregué lo mejor de mí, no bastó y ya no quería esa sensación. Quería ser suficiente para mí y aunque doliera, empezaba a creer que tarde o temprano, hasta el dolor iba a pasar.

Las siguientes semanas Chiara estudió conmigo, apoyándome sin ningún tipo de necesidad. Me entregó su mano, me abrió las puertas de su mundo y lo agradecí. Me concentré en mi beca y en nada más.

Un día dejé de esperar sus mensajes. No sé cómo, pero ya no estaba atada a lo inconcluso. Dejé de prendarme al pasado y cuando el celular sonaba ya no corría a contestar. Poco a poco entendí que no era sano esperar por alguien que vivía mejor sin mí.

Y así fue pasando mi vida... universidad, natación, hospital, meditación, estudios. La rutina comenzó a agradarme y me acostumbré al aire a tristeza que seguía rodeándome. Me acostumbré a extrañar sabiendo que no volvería, a dejar de imaginar un futuro con alguien y a imaginármelo en soledad y con crecimiento profesional. Porque para ser claras no imaginaba volver a tener una relación. Ni siquiera era algo que podía considerar. Prefería estar sola.

Supongo que todo cambió en mi vida cuando la doctora me ofreció quedarnos en su departamento para ayudarme en uno de mis exámenes más difíciles. Sabía que era determinante para no perder mi beca, y que necesitaba prácticamente un milagro. A la doctora la consideraban una especie de genio, se graduó con honores y era mi mejor oportunidad. Así que acepté. El problema fue lo que una de sus residentes tenía por decir. Se llamaba Victoria, era rubia, pero todo lo contrario a Sophia. Más bien superficial, odiosa, y coqueta. No me impresionan sus ojos claros, o el trasero que todos adulaban. Me parecía desagradable en muchos sentidos, y ese día comprobé que mi juicio no era equivocado.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now