Gracias por sostenerme Julie.

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Las siguientes dos semanas estuvimos juntas durante cada hora. Estudiamos lo suficiente para que Sophia pudiera pasar las materias no por mí, sino por sus conocimientos.

Por su parte, no lloró por Erick, pero algunas mañanas llegaba con los párpados hinchados. Ella prefería guardarse los sentimientos y yo intentaba generar la confianza para que se abriera conmigo.

Se sentía avergonzada porque perdí mi carro y la supuesta libertad, aunque le expliqué que antes de ella tampoco era libre.

Seguí dedicándole el mismo tiempo a la medicina. Es decir, tampoco tenía otra cosa que hacer. Sin WhatsApp, sin llamadas por skype con mi madre, con un encierro agotador y sin poder hablar con Benjamin o Paula. Eso, hasta que un viernes por la mañana, Sophia llegó al instituto con un teléfono sencillo, de esos que únicamente tienen mensajería.

Me dijo que era lo único que su economía podía permitirse, pero que así podríamos hablar por mensajes fuera del instituto. Yo, agradecí el detalle como si hubiese sido un iPhone y la abracé aprovechando la excusa para sentirla cerca. No me lo merecía. Ella tenía otros gastos. No debía permitirse gastar en mí. Le dije que no era necesario, pero no aceptó mi rechazo, me dijo que lo cambió por dos horas extras en el restaurante donde cantaba. Que no había sido nada.

Y mientras me enseñaba a usarlo, entró uno de los directores de la junta de representantes al salón. Él venía por ella, y no sé cómo lo hizo, pero logró convencerlo de que me dejaran ir con ellos a presenciar el partido de tenis. Los seguí hasta llegar a la cancha y bastó que empezara el juego para entender por qué le habían dado la beca.

No era amante de los deportes, pero eso también cambió. A medida que la veía jugar, comenzaba a admirarla más. Se movía rápido, salvaba todos los puntos, y le daba una paliza sin medida a su contrincante. Por mi parte, mi timidez se quedó en el salón de clases. Me encontré a mí misma gritando por cada punto, con cada saque y con cada pelota salvada. Estaba feliz en un lugar en el que nunca me imaginé serlo, porque al final la felicidad comenzaba a presentarse en cualquier sitio en el que estuviera ella.

A penas terminó de jugar dejó hablando solo a su entrenador para correr a mi encuentro. Y con la cara roja por la actividad física, y una sonrisa de oreja a oreja que los últimos días ni siquiera había estado cerca de aparecer, comenzó a hablar:

-Wow... ¡vales por un equipo completo de animadoras! ¡No te creía tan efusiva, Julie!

-Y no lo soy -me sonrojé-: ¿por qué no me habías dicho que jugabas tan bien?

-Pensé que no te gustaban los deportes. -Se encogió de hombros y sin más volví a felicitarla con la timidez que me caracterizaba, pero Sophia no quedó muy satisfecha-: Julie, cuando ganas un partido te abrazan, te dicen que eres lo máximo y más si has ganado de la forma en la que gané yo. ¿Dónde quedó tu ánimo? -Fue directo a abrazarme y ella misma empezó a imitar lo que yo debía decirle-: ¡Eres la puta ama! ¡Es que ni Serena Williams se compara contigo, nena! Es decir... ha sido más que alucinante -comenzó a abrazarme más fuerte todavía, halagándose como si fuera yo quien la halagara y causando en mí un pequeño ataque de risa que llegué a contagiarle hasta que él entrenador interrumpió el momento.

-¿Terminaron? ¿O tengo que esperar un rato más? -Era tan pedante que entendía que Sophia no lo tolerara. Siempre la miraba como si no valiera nada por no tener dinero, pero se aprovechaba de que gracias a ella, por primera vez, el instituto estuviera ganando prestigio en el tenis.

El profesor se la llevó aparte y entre regaños logré escuchar que le decía irresponsable. Le reclamaba y acababa de dar un juego asombroso. Le decía que el talento no lo era todo, que su ego iba a destrozar la posibilidad de una buena carrera y que no era nadie sin él. Fue suficiente. No pude tolerarlo.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now