Capítulo 8

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Raúl Gómez - Vuelvo a Caer





Escucho unos golpes en la puerta. Estoy agotada. Siento que no he dormido nada. —¿Quién?— La voz de mi padre suena tras la puerta. Me pongo la bata encima y le saco el seguro a la puerta—. Pasa —digo mientras me dirijo nuevamente a mi cama. Está todo oscuro. Noto la vista de mi padre recorrer todo mi recinto privado y luego se sienta en una esquina de mi cama. Me mira.

—¿Estás bien?

—¿Por qué no iba a estarlo?

—Ayer subiste muy disgustada.

Ruedo los ojos al recordarlo. Bufo.

—¡Ah! Eso...

Digo con notable seña de que no quiero tocar el tema.

—Sé que no lo aguantas, pero ya conoces a tu madre.

—En verdad no sé qué quiere. Nunca la entiendo. Es mi vida papá. Y a veces con esas acciones creo que... —bajo la vista— no le importo a mamá.

—¡Ohhh! No digas eso— se acerca y me abraza. Me dejo calentar por esos brazos que ruego a Dios nunca me falten—. Tu madre te adora.

—¿Y por qué es tan metiche?

—Ya conoces a tu madre.

Asiento.

—Por ahora le he prohibido la entrada a ese muchacho. No lo tendrás aquí si así lo quieres. Pero debes saber una cosa— me levanta el rostro mediante la barbilla—. Los problemas no se solucionan huyendo. Y tú a ese muchacho si no lo ves aquí, en casa, lo verás en la calle. No te olvides que él es de aquí. ¿Qué harás cuando te lo cruces? ¿Huir? ¿Esconderte? Piénsalo mi niña. Los problemas hay que enfrentarlos. Que no te importe cuán difíciles son. Yo sé que no eres de amedrentarte.

¡Joder, papá! Siempre sabes cómo devolverme a la realidad. Abandona mi cuarto no sin antes avisarme que el desayuno ya estaba listo.

Desayunamos en silencio. De vez en cuando es mi padre quien rompe el hielo ya que intenciones no ve de mi parte y mi madre parece estar mordiéndose la lengua. Cosa extraña de su parte.

La tarde pasa y con ella el día. Hemos ido a un taller que tenemos tras la casa y he podido volver a sentir el frío de la cerámica por mi mano. Fue tan placentero que me estoy planteando seriamente retomar mis estudios en cerámica.

A la mañana siguiente ayudo con los quehaceres de la casa. Por lo menos la tensión del día anterior que hubo entre mi madre y yo se está menguando. En la tarde mi padre prepara una rica paella. Mmm si es que lo valenciano no se lo quita nadie. Está exquisita. Impecable. Con el arroz en su punto.

Después de la comida jugamos al parchís. Pierdo cuatro a cero contra mi padre y tres a dos contra mi madre. Desde que comencé a jugar con ellos siempre me he considerado una desafortunada tanto en el juego como en el amor. Nunca le he ganado a mi padre y con mi madre siempre han sido puros empates. A eso de las seis salgo a dar una vuelta con Hugo. A lo que se unen unos cuantos niños más. Amo a los niños y creo que si no amaba tanto el arte, en todo su ámbito, me hubiese dedicado a la maestría infantil. Jugamos al escondite y les cuento un cuento bajo un árbol. El famoso árbol de la ciencia. Así lo apodamos ya que bajo él siempre les cuento gratas y buenas historias con una gran moraleja a mis peques. Moralejas con las que deseo enormemente crezcan.

A las nueve menos diez ya estoy en la estación del tren. Me despido de mi padre prometiéndole mi regreso muy pronto y a mi madre la abrazo. A pesar de todo es mi madre y la quiero mucho.

Llego a casa a eso de las diez y quince. Me doy una ducha calentita y me sirvo una infusión de manzanilla. Cuando acabo desempaco mi equipaje y lo acomodo todo en su sitio. Cepillos, gel, bragas etc.

Me tiro sobre la cama y cierro los ojos prohibiéndome no pensar en nada.

—Hola, Bea.

KILLING ME SOFTLYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora