Capítulo 48

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Esta soledad - Maite Perroni




Acabo el día entre papeleos, papeleos y más papeleos.

Cuando llega la hora de irme a casa, deseo no acabar lo que estoy haciendo todo con tal de no volver al lugar que reaviva todo lo que entre esas cuatro paredes pasó.

—¿No te vas? —Me pregunta Carlos.

—En cuanto acabe.

—Ya deja eso. Date un suspiro mujer —bufo. Una mecha suelta en mi cara parece querer volar y yo ruedo los ojos—. ¡Hazme caso! —dice mientras da la media vuelta para marcharse. Respiro hondo, cuento hasta tres y expulso todo el aire.

Los días siguientes son lo mismo. Casa trabajo. Trabajo casa. Impotencia y más impotencia. Recuerdos. Llanto. Soledad. Vacío. Dolor de pecho y no por estar mala, sino porque siento que ya el corazón ya no lo siento. Anhelo y orgullo al mismo tiempo. Nada más. No hay más. Lo irónico es que unos meses atrás no me molestaba esta rutina. En absoluto. Era la mujer más encantada cuando llegaba y me perdía horas en la ducha para después perderme en el sofá viendo alguna que otra chorra de esas que acostumbran a dar por la tele. Lo lamentable es que esa vida ya no es la mía. Por querer aspirar a algo mejor acabé volviendo en el mismo lugar. Pero un lugar a estas alturas extraño para mí.

Ha pasado un mes desde que me informó Felipe de su partida. No lo he llamado. No quiero escucharlo, aunque me esté muriendo por dentro.

Cuando hablo con mis padres, insisten en que me vaya a pasar algún que otro fin de semana con ellos. Sí, están al tanto de que Dev y yo ya no estamos juntos. Mi padre a eso lo llama darse un tiempo. Y mi madre lo nombró con hacer el indio. Ya me gustaría a mí que papá tuviese razón, que nos estuviésemos dando un tiempo. Pero cierto es que lo nuestro se acabó. Para bien o para mal llegó a su fin. Así lo quiso él.

Hoy hay más jaleo que de lo normal en el trabajo. Estamos de patas arriba ya que en cuatro horas debemos vender un diseño. Le pedí a Carlos que me encargara a mí el proyecto ya que con él me desahogaría un poco. Gracias a la Virgen me entendió. Es cierto que hay más diseñadores en la empresa, pero digamos que fue un favor que me hizo después de yo rogarle como un perro con el rabo entre las patas, y después de haberse estudiado una y otra vez mi situación sentimental. Aceptó argumentando que solo lo hacía porque no quería que ahora que ya no veía El cuerpo del deseo en las horas que no había mucha faena, no fuese a ser que me viera con más de siete botellas de Amstel sobre mi escritorio ahogando mis penas.

Corro de un lado para otro con papeles en la mano. Sentándome otra vez. Revisando cosas en el ordenador.

Se trata de un diseño para la portada de un libro rojo. Entre mis piernas. Título perfecto para ese tipo de historia. ¡Para nada me asustan! Es más, amo el sexo sin censura y creo que disfrutaría plenamente del libro. Miren, me lo compraré. Se me antojó.

—¡Perfecto! —dice la chica. Mejor dicho, señora. O señorita. Como guste que la llamen. Se trata de la jefa de la editorial Editoriales Euforia. Por lo que tengo entendido, le gusta encargarse personalmente de la portada del libro. Asegura que una buena portada y un buen prefacio son la base del éxito de la novela. Cosa en la que estoy totalmente de acuerdo.

—Me alegro de que le guste, señorita Everson —lo dije. Acerté. "Señorita" — Debo confesarle que yo, junto con mi equipo, nos dedicamos en cuerpo y alma a que le gustara al completo la portada y la contraportada —sobre todo yo que me dejé el cuerpo, alma y mente todo por no querer pensar en... ¡mierda!

—Em... disculpen. Necesito ir al baño.

—Claro querida —dice Ever... Ever... ¡lo que sea!

Una vez en el baño, abro la llave y dejo caer el agua. Aguardo un poco en las manos y la paso por mi rostro. ¡Qué bien sienta!

De repente me entran ganas de llorar. De chillar. De maldecirlo todo y a todos. El pecho me arde y siento que necesito aire. Aire exterior. Me seco el rostro con un pañuelo y, cuando se me pasan las dichosas ganas, vuelvo. Le encuentro a mi jefe besándole la mano a la señorita y automáticamente ruedo los ojos. Con lo bajito y barrigón que es, no sé cómo se le ocurrió que una señorita de tal tamaño se fijaría en él. O tal vez sea yo quien vea fantasma. O puede que lo diga creyendo que a todos les irá igual de bien que a mí en el amor. Se despide ella prometiéndonos volver. Soplo. Por un momento creí que no le gustaría por tanto color carmín.

KILLING ME SOFTLYWhere stories live. Discover now