Capítulo 53

14K 811 19
                                    

~CAPÍTULO 53~


🍃Liberación I🍃


Un año. Un año sin él. Sin saber de él. Sin saber si sigue desprendiendo ese aroma que tanto la embriagaba. Ese olor tan único en él. Tan suyo. Ha sido un año intenso. De mucho curro. Parece ser que el mundo entero se puso de acuerdo para hacerles encargos al mismo tiempo. Se pasó gran parte de su tiempo en la oficina. De nuevo volvió a aquel momento en el que comía fuera y comida chatarra. Carlos la traía de cabeza.

No, el trabajo en sí la tenía de cabeza.

Era mucho por hacer, muchas ideas que plasmar, mucho cerebro que exprimir. Era una época loca. Hablaba con sus padres lo justo. Ni siquiera se acordaba de cuándo fue la última vez que salió a por una cerveza ya sea sola o acompañada. Solo tenía cabeza para pensar en librarse de la faena que tenía acumulada, por más que intentaba no dejarse nada para mañana, sea como sea.

No volvió a saber nada de él en todo lo que fue de año. Hanna no la volvió a llamar y, la verdad, se lo agradecía. No le hubiese gustado ponerse nerviosa en la época alta que estaba la empresa. Se limitó a trabajar y a no pensar. Ya habría tiempo para hacerlo. Volvió a cruzarse con aquel chico inoportuno un par de veces más. Siempre lo ha esquivado, aunque él no parecía querer dar el brazo a torcer. En algún momento llegó a sorprenderla su persistencia, su terquedad, pero luego se acordó de que así eran todos los hombres en general cuando se encaprichaban con una chica.

Dev por su parte le pidió ayuda a su cuñado. Ya no podía con aquel tormento. Ya no podía verse consumido, acabado, derrotado. Ya no le gustaba para nada ver en qué se había convertido. Lo cierto es que nunca le gustó. Nunca le gustó que esa impostora se apoderase de su mente y lo descontrolara por completo. Ya no quería seguir sufriendo por algo que pasó hacía años. Quería sentirse libre al completo. Ya no podía seguir cargando aquella carga cuando la única responsable de todo volaba feliz. Ojalá pudiese él cortarle a ella las alas y que sienta, aunque tan solo sea, el uno por ciento de su pena, de su dolor, de todo cuanto vivió. Ojalá pudiese hacerla pagar por cada una de las lágrimas que derrochó. Yves y Hanna en cuanto se enteraron de tan tremenda dicha, se pusieron contentos de que haya dado al fin el paso después de tres meses intentando convencerlo. A ellos no les gustaba ver a aquel Dev. Sabían que él no era así y, también tenían claro que, si no se decidía él, nada tenían por hacer.

Al principio las consultas fueron incómodas, cargadas de tensión. Dev en muchas ocasiones tuvo que abandonar el consultorio para regresar después de una semana o dos. A veces pasaban días sin saber de él. No le resultó nada fácil tomar más de dos sesiones seguidas. Los recuerdos le atascaban la garganta, le quebraban la voz dejándolo sin habla. Lo asfixiaban y sentía que con cada palabra que soltaba, menos probabilidad tenía para seguir respirando. Yves tuvo paciencia. Muchísima. Sabía que era cuestión de eso. Y de tiempo.

Sabía que Roma no se hizo en un solo día y que el proceso llevaría lo suyo.

Aguardó paciente a que él se lo contara todo, que no se callara nada por más conocedor de la historia que era. Hasta que un día, en aquella noche fría de invierno, alguien llamó a su puerta, era Dev. Estaba pálido, sudoroso, temblando. Traía puesto el camisón de noche ya que era la una de la madrugada. Se sorprendió verlo allí así, perdido, desorientado. Se preguntó cómo fue que pudo conducir en ese estado hasta su casa sin que provocara una interminable fila de coches colisionados unos contra otros. Lo invitó a pasar ayudándolo. Lo acomodó en la silla en donde acostumbraba a hacer sentar a sus pacientes ya que lo llevó al consultorio que poseía en casa.

Lo quedó viendo durante un buen rato. Lo estudió. Lo analizó. Pensó que posiblemente fue una pesadilla la que lo condujo allí llevándolo al borde del abismo y al inicio del fin de todo. Sabía que no era cualquier pesadilla. Que era la misma de siempre. La misma mujer, los mismos ojos, la misma sonrisa, la misma mirada. Lo vio pasarse la mano por el rostro varias veces ofuscado.

Dev por primera vez elevó la vista teniendo contacto con su amigo, con su cuñado, con su psicólogo. Traía los ojos rojos. Cuánto habrá estado llorando.

—La vi.

Yves no dijo nada. Solo se limitó a escucharlo, a seguir su respiración, a escuchar la historia palabra por palabra.

—Estaba ahí con ese vestido rojo de premamá. Me estaba llamando. Me estaba incitando a que me acercara a ella y la cogiera de la mano. Estaba embarazada. De siete meses y medio. Me sonreía —suspiró—. Se veía tan feliz que sin pensarlo, la tomé de la mano y caminamos por las calles de la ciudad. Era un hermoso día. Uno soleado. Veníamos de ver al ginecólogo. Ese día nos informaron que íbamos a ser padres por partida doble. Yo estaba feliz —se sopló el moco que comenzaba a desprenderse por su nariz ya que estaba narrando la historia con los ojos llenos de lágrimas—. Me sentía el hombre más afortunado del mundo. Iba a ser padre por primera vez y de dos chiquillos. Era un momento perfecto. Nuestra relación iba mejor que nunca. Llevábamos tiempo sin discutir.

KILLING ME SOFTLYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora