Capítulo 61

14.2K 845 9
                                    

Pepe Aguilar - Miedo


Creo que a esa le va a dar algo. No para de verme con ojos de zorra. No se puede creer que yo esté aquí; como Dev tampoco. Es irónico, sí. Lo sé. Pero lo que siento por él es más fuerte que cualquier dolor que haya podido propiciarme y más fuerte que mi propio orgullo.

  —¿A qué esperas? —Juro que si podía me asesinaba aquí y ahora. Pero como no puede y en esta casa todavía mi voz sigue teniendo poder, le invito "amablemente" a abandonar la casa.

   —Dev... Ya sab...

   —No, no, no, no. Dev nada —señalo la salida con mi dedo al mismo tiempo que digo sin separar los dientes y achinando los ojos:

—¡Largo, ya!

La veo recoger sus pertenencias y comenzar a caminar. Va a dar la vuelta para decir algo más, pero es tanta la rabia y celos que me produce ella que no me puedo contener.

   —Te dije que te marcharas, ¡ahora! —Le tomo por un brazo y jalando de ella, la saco afuera. Estando fuera, marco el número de Ramón ya que todavía lo tengo agendado y le pido que la saque del recinto. Cuando llega Ramón, no le da tiempo ni a rechistar y como si fuese yo quien le saca, la arrastra hasta la salida sin parar.
Una vez con ella a cinco mil kilómetros de aquí, me paso la mano por el vestido, me retoco el pelo y respiro hondo.

Cuando entro, le encuentro a Dev todavía parado. Me detengo a verle y mi corazón da un vuelco. Por primera vez estamos frente a frente y sin terceros. Creo que el corazón de Jerry nunca ha latido tan rápido como el mío. ¡Qué asfixia!

No dice nada. Solo se limita a verme. A estudiarme. A derretirme.

   —Ya estás a salvo —me veo de pronto diciendo. Noto una mueca en su rostro. Creo que, aunque tenga esa cara de espanto, también está feliz de verme.

   —Gracias —dice. De repente lo veo caminar hacia mí. Quiero salir huyendo. Aunque decidí venir aquí y encararlo, todavía no estoy lista para lo que tenga que pasar. Todavía tengo miedo. Miedo a que me grite. Miedo a que vuelva a herirme. Miedo a tener que salir huyendo por no tener que ver al Dev de hace más de un año.

   —¿Cómo has estado?

¿Qué le respondo a eso?

¡Mal, señor Montecristo! ¡Mal!
Herida. Dolida. Resentida. Con ganas de estamparte una sandía en toda tu asquerosa cara. Pero no voy a decirle todo eso. No, señor.

   —Con ganas de matarte —poco a poco la rabia se va adueñando nuevamente de mi sistema. Esa misma rabia que me consumió durante un año. Un puto, jodido e interminable año. Y tenerle cara a cara ahora, me hace revivir todo lo pasado.

Sonríe.

Por primera vez lo hace abiertamente.

Al fin lo veo sonreír como al principio. Como el día uno de nuestro noviazgo.
De nuestra relación.
De nuestro amor.

Es tan asquerosamente hermoso cuando sonríe que deseo acorralarlo contra la pared y comérmelo a besos.

   —Ya lo sé. Puedes hacerlo —se posiciona frente a mí. Ahora estamos cerca. Más cerca que nunca—. No me opondría —lleva un mechón suelto mío tras mi oreja. Lo veo a los ojos. Deambulo en ellos. Los estudio. Los analizo. Ni pizca de la sensación que tuve al tener el primer contacto con ellos. Ahora hay paz, calma, tranquilidad, serenidad. Ahora solo son un par de ojos con brillo. Felices. O eso creo.

   —Como tampoco me opondría a tener no uno sino trece hijos contigo.

Ahora sí me quedé sin habla. Que me trague la tierra y me escupa en Asia para luego volver a dejarme frente a él a ver si no estoy soñando. Mis latidos van a doscientos mil por hora.

¿Es este acaso Dev? O es otro jueguecito suyo.

   —No juegues con eso.

   —Jamás jugaría con algo así, y lo sabes. Bea yo...

   —¡Para! —Le hago un stop con la mano derecha—. No es justo que te jactes de mi desdicha. Logré olvidarte Dev, aunque tú no lo creas. Sólo vine a decírtelo.

Doy la media vuelta y con tan sólo habiendo dado un solo paso, siento unos fuertes brazos enrollarse y aferrarse a mí.

   —No te creo —susurra en mi oreja. Siento sus latidos.

¿Cómo no sentirlos si desde que vine aquí lo tengo en cuero?

Intento sacarme de encima sus brazos, pero es inútil. Es más fuerte que yo.

   —No creo que no has sentido nada al tenerme así. Pegado a ti. Sin ropa. Anclado a ti. Es mucho lo que vivimos juntos. No seamos tontos. Ya fue suficiente tiempo el que pasamos separados —me voltea y me toma de la cintura con posesividad—. No he dejado de pensar en ti ningún solo día. Y antes de que me salgas con aquello, déjame decirte que entre la chica que acabas de sacar por los pelos y yo, no hay ni hubo nada. Tienes que creerme.

   —¿Y yo qué te dije?

   —Nada, pero te conozco. Aunque no lo creas conozco esa mirada —suspira—. Bea... Sé que fue dura nuestra separación. Sé que fue injusta para ti y demasiado dolorosa para ambos. Me maldije el mismo día en que te dejé partir. Me odiaba cada día que te hería y deseaba poder ser capaz de no hacerlo, pero no podía. No podía contenerme. Lo intentaba. ¡Claro que lo hacía! Pero era más fuerte aquello que me aprisionaba que no encontré otra salida más que esa. El miedo en tus ojos me martirizaba. La impotencia de saberte infeliz me carcomía. Tenía que irme. Tenía que hacerlo cuanto antes. Tenía que dejarlo todo y marcharme. Poner tierra de por medio. Tenía que dejarte a ti para sanarme. Lo necesitaba. Aún así tenía miedo. Miedo a todo. A sentirme solo. A buscarte y rebuscarte de entre mis sábanas y no encontrarte. Miedo a tu rechazo. Miedo a la soledad cuando estaba empezando a acostumbrarme a ti, a tu contacto, a sentirte cerca. Necesitaba alejarme de ti o me odiarías. Si no me hubiese ido, habría llegado un momento en el que no querrías ni mirarme a la cara. Y créeme. No podría soportarlo. Esa indiferencia de tu parte, habría podido conmigo —se aleja de mí y se sienta en el sofá—. Mi vida allí tampoco fue nada fácil. ¡Para nada! Las pesadillas me asaltaban cada noche. No se iban. Ella no paraba de imponerme su rostro. Esa intrusa no paraba de acecharme, de perseguirme, pero luego te pensaba. Pensaba en ti y todo ya no era tanto un caos. Por ti me levantaba. Por ti me reponía al día siguiente. Era solo pensar en ti y volver a sentirme fuerte. Indestructible. Ilusionado. Con ganas de recuperarme totalmente y de una vez por todas prenderle fuego a su recuerdo. A su maldito recuerdo.
Bea...

   —¿Qué? —Digo con un deje de voz. Alucinada. Incrédula. No sabía que era así su lucha. No conocía la verdadera magnitud de su pena. Desconocía la extremancia de su dolor.

Nunca alcancé a entender su total satiligio.

KILLING ME SOFTLYWhere stories live. Discover now