Capítulo 46

14.6K 823 4
                                    

Christian Castro - Por amarte así


Tiro de muy mala gana la carpeta que traía en mano sobre el escritorio y me pongo en pie. Creo que mi equipaje está listo. Solo debo llegar, echarme una ducha, vestirme y meterme en el coche. Nada más. He decidido adelantar el viaje. Ya no es en dos días como lo tenía previsto, es en cuanto llegue en casa y acabe con mis quehaceres. Podría haber aplazado la reunión con Espinoza, pero mierdas, o me voy o la busco y eso es lo menos que quiero queriendo. Verla y ser el mismo infeliz de siempre.

Llego en casa. Está fría. Ni un atisbo de color, de alegría. Solo ella sabía darle forma a mi vida. Solo ella hacía de mis días los mejores. Reemplazo la idea de ducharme enseguida por natación. Unas cuantas horas nadando me vendrá bien. Nadaré hasta que mis brazos ya no den para más. Nadaré hasta que me recriminen.

El impacto del agua con mi cabeza me llena de pleno. Me pierdo bajo el agua. Nado sin parar, sin descanso. Una ronda, dos, tres. Otra. Y otra. Y otra, hasta que, de nuevo, los recuerdos se manifiestan. Me torturan. Los recuerdos de cuando la enseñaba a nadar hacen acopio de mi sistema mental. Era tan torpe que parecía un gato en el agua. Cómo la pasamos de bien aquella tarde. Después de unas clases de natación, nos perdimos en el interior de la piscina, amándonos, saboreando cada rincón de su ser. Enseñándonos el uno al otro, una vez más, ese lado excitante nuestro. Profesándonos amor. Jurándonos no abandonarnos, o por lo menos no a nuestra suerte. Nado más fuerte al darme cuenta de que estoy rompiendo mi pacto. Igual aquella promesa no tenía la fuerza suficiente como para no permitirme llegar hasta estos extremos. La abandoné. La aparté de mi lado. La dejé ir y no luché por lo nuestro. No luché por lo que sentíamos. No luché por lo que teníamos en común. No luché por ella y, eso, eso es algo con lo que tendré que cargar. El hecho de que sea un cobarde. Porque, al primer problema, al primer enfrentamiento, salí huyendo. Tal vez por amarla tanto, preferí dejarla ir. Pero a quién quiero yo engañar. Nada justifica mis actos. Igual no estaba listo y la emoción del momento me hizo querer desear ir más allá. Salgo de la piscina más rayado que antes. Más furioso que nunca. Quizá mi vida penda de eso de ahora en adelante.

Me seco con la toalla y me dirijo directo a mi cuarto. Me meto en la ducha y no salgo hasta nivelar mi pulso. Cuando acabo, me pongo un sin mangas blanco y un bóxer, cojo mi pc y me limito a trabajar. Necesito dejarlo todo en orden, así no habrá problemas en la empresa durante mi ausencia, aunque confío plenamente en mis empleados. Estaré en contacto con ellos vía Skype o WhatsApp.

Abro los ojos despacio. Son poco más de las ocho y media de la mañana. Me llevo las manos al rostro y pienso en qué haré cuando me vaya. Cuando voy a levantarme, siento un extraño peso sobre mis muslos. ¡Damn! Me dormí muy tarde y ya ni me acordaba que debía haber guardado el portátil. Lo hago de lado y me deshago de la sábana. Me siento agotado. Tengo una jaqueca alucinante. Me pongo en pie, me meto en la ducha y me lavo los dientes para bajar a desayunar haciendo de lado el dolor de cabeza insoportable que traigo encima

—Buenos días señor— me recibe Felipe con una calurosa sonrisa. Yo asiento—. ¿Durmió bien anoche?

—Me duele todo el cuerpo —me quejo llevándome una mano hacia mi espalda. Lo veo sonreír.

—Eso será porque se habrá posicionado mal.

—Puede —digo restándole importancia agarrando el periódico que está sobre la mesa. Le echo una ojeada a la primera página—. ¿Está listo el auto?

Hace de lado la cazuela que traía en mano.

—Sí, señor. De eso se encargó Anselmo en cuanto despertó —asiento mientras aspiro el aroma del café que ahora mismo está vertiendo Felipe en mi taza—. ¿Tostadas?
Despego la vista de lo que estoy leyendo.

—Por favor.

Lo veo poner unas cuantas rebanadas en la tostadora. Cuando cree que están listas, las saca y las deposita en un platillo.

—Que aproveche.

—Gracias —suelto desganado haciendo de lado el cúmulo de papel. La verdad es que hasta para comer pienso en ella. Los untaba con mantequilla y mermelada de melocotón y no vean lo ricas que le quedaban. Suspiro al darme cuenta de que, una vez más, estoy evocándola.

—La echa de menos, ¿verdad? —Pregunta él como si supiera en qué estoy pensando.

—Es lo mejor —digo sin apartar la vista de la taza.

—¿Para quién? Para ella o para usted.

Estoy empezando a irritarme, pero hago un ligero esfuerzo porque esa irritación no se intensifique.

—Para ambos —zanjo decidido sin verlo aún a los ojos. Igual estoy adoptando esta reacción por no querer ver el reproche en esos ojos marrones más oscuros que los míos. Por no querer ver la verdad que me transmiten y lo gilipollas que estoy siendo desde hace un buen rato.

KILLING ME SOFTLYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora