Capítulo 100

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~CAMINO A LA LOCURA~





Corría como si se encontrase en una carrera vulgar de coches. No respetaba los semáforos como tampoco los pasos habilitados para los peatones. No respetaba nada. Solo una cosa lo tenía así de distraído, preocupado. Ansioso.

Bea.

Hacía no más de media hora que el tránsito comenzó a funcionar con normalidad. Anselmo llegó, pero tarde. Como era de esperarse, el atasco se lo impidió. Y, teniendo en cuenta la ubicación que su señor le había propiciado vía WhatsApp, no había ninguna pista de aterrizaje para helicópteros cerca. Así que tampoco pudo llegar a tiempo hasta él.

Que Gorka le haya informado sobre un posible secuestro, un secuestro en donde la víctima era su esposa,  solo despertaba en él ideas macabras. Ideas que únicamente pueden surgirte en un momento de desesperación y congoja. Cuanto más se perdía en aquellas calles abiertas, más le daba al acelerador, más perdía la cordura, más se desesperanzaba. Los guardaespaldas no podían mantenerle el ritmo. Les ganaba en ventaja. Era como si Dev hubiese sido partícipe, alguna vez en su vida, de carreras ilegales, porque esquivaba los coches con absoluta maestría. Su mujer no podía estar desaparecida. No lo podía estar. No aceptaba tal hecho ni lo aceptaría nunca. Puso los manos libres mientras esperaba que Donovan le atendiera la llamada.

—La secuestraron. ¡Esos hijos de puta secuestraron a mi esposa! —gritó impotente. Nervioso. Deseoso por hacerle pagar al responsable de aquel desastre—. ¡Se la llevaron, joder! —Le dio al volante. Estaba bañado de rabia, de ceguera. De furia.

Su cabeza dolía. Su mente seguía en caliente.

—¿Dónde estás? —Le preguntó su amigo.

Dev giró la cabeza para ver si podía realizar la maniobra. Giró el coche hacia la siguiente salida a la derecha. No fue consciente de que una señora le estaba recordando a sus antepasados con total cariño. Ya no era él. Cuando se trataba de ella, de Bea, Dev era de todo menos ese que aprendió a controlar sus impulsos.

—Camino del hospital.
—¿Cuál?

No quería que lo cuestionaran en esos momentos. Con tan solo hacerlo, lo único que conseguían era atosigarlo más, dejarle mucho más nervioso.

—No lo sé, Donovan. Estoy siguiendo las indicaciones que me ofreció uno de los guardaespaldas que estaban con Bea —contestó irritado.

  —Bien. ¿Y se sabe algo más?

  —No. Nada. Y yo estoy que me vuelvo loco —a pesar de ya no tener cabeza para nada más, a pesar de sentir que si no la encontraban su mundo se haría pedazos, pudo aunar fuerzas para atender a su amigo.

—Tratemos de calmarnos, Dev. Lo único que quieren es que perdamos la cordura.

Como si él no la hubiese perdido desde que sus oídos captaron aquella frase.

—Tenías que haberla escuchado. Se la notaba pálida, perdida, su voz era diferente —tiró del recuerdo. De aquel último recuerdo que tuvo al hablar con ella. —Sabía que algo iba mal. Bea estaba mal y yo no pude hacer nada. ¡Dios! Se la llevaron —dijo sintiendo que ahora sí se le quemaba el pecho. Era tanto el dolor que podía compararse con el dolor provocado por el contacto con azufre. —¡Maldita sea, Donovan! ¡Maldita sea! ¿Qué le habrán hecho? Ni siquiera sé si la atendieron. No sé cómo coño está. No sé si logró recuperarse, si está herida. Me aterra el pensar que podría estar sufriendo en manos de ese psicópata —ya no podía contenerse, tenía la garganta atorada, el corazón devastado. Ahí, en el interior de su coche, se dejó derrumbar. Las lágrimas brotaban de sus ojos café como las hojas de los árboles en otoño. Todo él se convirtió en agua. En un mar cuyas aguas saladas lo sumergían aún más en aquel mundo habitado por la suma de la angustia, preocupación e impotencia que estaba experimentando su cuerpo. —¿A dónde se la llevaron? —esa frase fue lo más cercano a una súplica. Suplicaba que se la devolvieran, le daba igual lo que le pidiesen, solo quería tenerla a ella, viva. Poder olerla. Separar de su rostro algún que otro mechón vago que acostumbraba pasearse por su lindo rostro. Perderse en esa calma que eran sus ojos. Mantenerla abrazada a su pecho, sobre la cama, los dos, pegados, en silencio, escuchando el cantar de aquellos animalillos que de vez en cuando les regalaba serenatas.

KILLING ME SOFTLYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora