Capítulo 9

27.6K 1.6K 40
                                    

Porque quien lucha constantemente, jamás perece.

Anónimo





—Hola, Bea.

—Hola Ivette.

Me dice con una taza de café en su mano. No sé cómo puede tomar algo tan negro.

—¿Qué tal tu finde?— suspiro.

—Genial— hago un esfuerzo por fingir que la pasé de puta madre. Aunque en parte sí porque estuve con mis padres.

—Me alegro. ¿Sabes?

Esa cuando ya entabla una conversación con ese verbo como modo de inicio hay que saber que el chisme está en camino.

—¿Qué, Ivette?— Digo mientras abro mi cajón.

—El señor Ruiz llegó de muy mal humor.

—¿Algo nuevo?— Espero que haya pillado mi sarcasmo.

—Creo que está teniendo problemas con el cliente. Ese, el... mismo al que le llevaste el contrato.

No quiero hablar de ese señor.

—Ivette, ¿el señor Ruiz no te necesita?

Se levanta torpemente.

—Ya sabes cómo se pone cuando te necesita y no te tiene a la vista.

Está nerviosa. Sale sin decir ni una palabra.

—Tu... —ya no está— café.

Durante la mañana me dedico a plasmar sobre miles de papeles ideas que, considero, pueden gustarle al señor toca pelotas. Pero ninguno me convence. Me he visto frustrada varias veces y en ocasiones repetidas me he visto tentada a renunciar al recordar el egocentrismo del señor Satán.

Acaba mi turno. Me despido de Ivette y los demás compañeros y me voy a casa. Al llegar me cambio de ropa y me meto a la cocina. Hago unos ricos espaguetis a la carbonara y jugo de sandía.

El resto de la tarde-noche me la paso diseñando logos. Logos que me frustran cada vez más.

Y así los siete siguientes días.

—El señor Ruiz necesita hablar contigo.

Esto parece ser ya habitual.

—Voy.

Guardo el diseño que estaba creando asegurándome de poder continuar con ello a mi regreso y abandono mi oficina.

—Pasa, Bea.

Entro y tras de mí cierro la puerta.

—El señor Montecristo gusta hablar contigo.

—Si lo que quiere saber es si avancé con su proyecto, déjeme decirle que sí. Puede comunicárselo cuando lo vea.

—No hará falta.

Ok. No puedo negar que me sorprendió esa respuesta.

—Hola, Bea...

No. No puede ser. Él no. Él no puede estar aquí. No puedo tener tan mala suerte. No le hice daño a nadie para merecerme tal castigo. Lo siento acercarse. Lo siento recorrer mi cuerpo hasta posicionarse a mi lado.

—Mucho tiempo— continúa.

—Os dejo solos— dice mi jefe antes de abandonar.

Ese se acerca más a mí poniéndome la piel de gallina. Cómo puede imponer tanto una persona. Ya había logrado no pensar tanto en él. Bueno, no, mentira. No he dejado de pensar en él ni un segundo.

—¿Qué hace aquí?

Puedo notar su sonrisa maliciosa.

—Le recuerdo que hice un pacto con ustedes, por lo cual, tengo el derecho de estar al tanto de todo lo que tenga que ver con proyecto Vinpel.

Trago. Durísimo.

—Pues ya me escuchó hace rato. De puta madre.

—Comenzaré a creer que tiene serios problemas de vocabulario.

Maldito engreído.

—Ya le dije que va de puta madre.

—Otra vez—. Achino los ojos—. ¿Sus padres no le enseñaron a hablar como es debido?

Niego.

—¿No?

Niego.

—¡Oh, ya veo! ¿Le gustaría aprender conmigo?

Niego.

—¿Tampoco?

Vuelvo a negar.

—Comenzaré a creer que es usted una persona a parte de casta de vocabulario, monosílaba.

Lo estudio fulminándolo con la mirada.

—¿Tiene algo que decirme?

No digo nada. ¿Qué le digo?

—¿¡Nada!?

—Váyase al diablo.

¿Noto ¿risa? en su rostro?

—Es usted muy peculiar, señorita Reyes.

—¿A qué vino?

KILLING ME SOFTLYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora