Capítulo 75

7K 368 11
                                    

🍃75🍃


Camino al lado del joven chico mientras me voy fijando en lo bien distribuido que está la empresa. Los colores son demasiado sofisticados y a veces otorga cierto aire de un bufete. O al menos eso parece aquí en la planta directiva.

—En esta empresa nos dedicamos principalmente al diseño industrial, no sé si ya lo sabías. Em... ¿puedo tutearte? —me mira tras esos dos cristales circulares con esos ojos verdes.

—Claro —le regalo una sonrisa. No puedo decir que está nervioso porque no lo está. De hecho, no me sorprende. Seguramente ya ha hecho este recorrido miles de veces y ha acompañando a varias personas. Lo que es de admirar es su soltura. La sutileza con que lo explica todo. Cómo se mueve, cómo gesticula, cómo se ajusta las gafas. Todo él es admirable. Es un chico moreno de piel ligeramente pálida y el pelo marrón.

—Transformamos las ideas en productos fiables, sustentables, factibles y demasiado ergonómicos. Nos gusta marcar la diferencia y nos gusta que el público, que el comprador ame el producto. Nuestros diseños y, posteriormente nuestros productos, son los mejores del territorio español y de gran parte de América del sur, Asia, Sudáfrica y resto del mundo. Como comprenderás, esta es una corporativa demasiado prestigiosa. Así que nos comprometemos en cada paso que damos.

Nos detenemos frente al ascensor.

—La octava planta, que es la última, pertenece al dueño de todo esto. La séptima planta la ocupan gente de gran responsabilidad, tales como: encargados, supervisores, gestores financieros, relacionistas muy capaces y aquellos que se dedican únicamente a usar el ordenador para ver estadísticas o para redactar documentos que solicitan la brillante mente de un experto en soluciones rápidas ante los posibles problemas. La sexta planta, que es en la que estamos, está ocupada por los de publicidad, la quinta planta por los de marketing. Que no entiendo porqué lo separaron si perfectamente podrían ir juntos. La cuarta les corresponde a los de la rama del diseño industrial. Vamos —me dice. Nos paramos frente al ascensor. Llega el ascensor y nos metemos en él. Tiene capacidad para dieciocho personas. Solo para que veáis la cantidad de gente que hay aquí y lo alucinada que estoy. Bajamos a la tercera planta y, nada más se abre el ascensor, mi boca cae al suelo.

—Este es el área del diseño gráfico y editorial.

¡Qué maravilla! El ambiente que aquí se respira es puro magnetismo. ¡Qué gusto da verles trabajar. Ya sea en solitario o en grupo codo con codo!

Cada quien está sumergido en su quehacer. No hay tiempo para nada. Nos topamos con un joven de unos veinte años revisando un papel enorme. Por lo que puedo ver, se trata del diseño de un sofá y es impresionante el poderío que te traspasa al verlo. Los empleados están distribuidos en siete columnas de siete filas con sus respectivos ordenadores y justo en el medio de ellas hay un pasillo y un espacio entre cada mesa y columna. Me gusta el hecho de que se les dé oportunidad a los más jóvenes, pero siempre y cuando no nos olvidemos de la gran experiencia que pueden ofrecernos los de mayor edad.

—Aquí perteneces, espero que aproveches al máximo esta oportunidad —asiento— y enhorabuena. Ahora pasaremos a las plantas restantes.

La segunda planta corresponde a la cafetería. Sí, toda la planta. Y la primera a reprografía. La planta cero es la recepción.

Esta empresa es una locura. Si ya flipaba con la empresa de mi querido marido, ahora lo estoy haciendo más con esta. Se parece más a un hotel que a una empresa.

Suena mi teléfono justo cuando Leandro me informa de que es la hora del almuerzo. Me despido de él y me alejo un poco. Qué rápido han pasado las horas.

—Hola bombón —y con esta voz se me vuelve en verdad el alma al cuerpo.

—Hola, guapetón —digo muy juguetona. Dije que este trabajo me traería cosas buenas, así que supongo que mi buen humor se debe a ello.

—¿Dónde anda la hermosa madre de mis hijos?

—Pues hablando con Carlos —digo de pronto. Debo poner en práctica mi supuesta coartada antes de que cante el gallo.

—¿De qué? —noto extrañeza en su timbre de voz.

—Nada malo. Luego te lo explico.

—Hace mucho que no te cita Carlos, ¿por qué lo hace ahora?

—Luego te lo explico, no te preocupes. Es solo una ayuda. Nada más —intento serenarlo. Sé que está pensando justamente en lo que llevamos discutiendo en el ochenta y siete coma nueve por ciento de nuestro matrimonio.

—¿Y cuándo acabas?

—No lo sé.

Silencio. Siento su pesada respiración traspasar el teléfono. No me gusta para nada esto.

—No me estarás viendo la cara, ¿verdad, vida mía?

Trago. Trago grueso. Trago grueso porque se me atascó la garganta.

—¡Claro que no, corazón! ¡Pero qué dices!

—Estás nerviosa —y como siempre, sorprendiéndome por lo bien que me conoce. Tomo aire y lo expulso varias veces.

—No, no lo estoy. Es solo que estoy en medio de una conversación y necesito prestarle toda mi atención a Carlos.

Pobre Carlos. Si supiera lo que estoy haciendo en su nombre.

—Sabes que se lo puedo preguntar, ¿verdad?

—¿El qué?

—Si me estás mintiendo.

—¡¿Serás Gilipollas?! —suelto de pronto—. Si no me controlaste antes, ahora menos. Cuando llegue en casa ya hablamos. Ahora te voy a cortar porque a punto estás de ponerme la cabeza como un bombo.

Sé que estará molesto porque no le gusta que le cuelgue, pero ¡ea! Merecido lo tiene.

Guardo mi celular y me barro el vestido. Hoy opté por uno ajustado que me llega hasta la rodilla. Sandra me ha dicho varias veces que me parezco más a una secretaria que a una diseñadora pero ¿qué le hago?

Es mi estilo. Tomo aire varias veces porque realmente lo necesito. Esto es una pequeña prueba del autocontrol que deberé manejar a partir de hoy si no quiero ser desterrada.

Solicito el ascensor y me pierdo en él. Le doy al botón dos. Desalojo el ascensor y me pierdo en la enorme cafetería. Justo tirando más al fondo hay un grupo formado por chicos y chicas conversando alegremente. Otros están con ordenadores portátiles. Y otros revisando papeles que solo a ellos les incumbe.

¿Que si me da vergüenza ser la única cuarentona?

¡Para nada!

No me acomplejo. ¡En lo absoluto! Solo que tendré que adaptarme a sus conversaciones y a sus quedadas y ¡listo! Además, sonsacándole información a Leandro en el poco margen de respire que me dio, pude darme cuenta de que en gerencia hay gente rondando los cuarenta. Claro que no pertenecemos al mismo piso, lo cual significa que estará algo difícil, por no decir imposible, entablar cierta Amistad con alguno o alguna de ellas o ellos por el mero hecho de que sus cargos van más allá de los míos.

Pero a mí la fe no me la quita nadie.

KILLING ME SOFTLYWhere stories live. Discover now