Capítulo 34

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Montecristo – Adams





Durante el día visitamos grandes y reconocidos sitios de Roma. Comenzando por los Museos Vaticanos y acabar cenando en Ad Hoc de donde salí con el estómago más que agradecido. Admito que tienen un servicio excelente y ni qué decir de los platos. ¡Maravigliosos!
Miren, hasta italiano ya sé.

En la noche Dev y yo nos entregamos, una vez más, al desenfreno. Disfrutar con él del sexo de ese modo es desgarradoramente tentador. No se cansa y me contagia la misma hiperactividad. Es un activo total. Hacemos el amor en más de una ocasión y, cuando creo no dar para más, ahí está él con esas ganas renovadas y ese cuerpo y energía repuestos.

Son las doce y diez y a punto estamos de aterrizar en lo que supongo —según me dijo Dev, y le creo— es Florencia. La madre que me parió. Yo quiero vivir aquí.

—¿Y qué? ¿Te gusta?

—¿Bromeas? —Respondo intentando no mostrarme como si proviniera de Marte.

—Italia es uno de mis destinos favoritos. Anda, entremos—. Coge la maleta que compartimos y se adentra en el recinto. Acabo de quedarme alucinando—. ¿Bea? —No le digo nada. Solo le miro. Él me mira con desconcierto. Cuánto lo amo. Minutos después y, como si estuviese sonriendo teniendo un sueño, sonrío—. ¡No te quedes ahí parada!

Entro a toda prisa.

El apartamento de Dev está ubicado en una muy buena zona. Más que un apartamento, parece una mansión dividida y alquilada a trozos. Lo primero que vi al bajar del coche, fue un edificio enorme de color blanco grisáceo rodeado de verde por los extremos. El edificio parece ser de cuatro plantas y, por lo que veo, enormes terrazas con sofás color marrón oscuro. No quiero pensar que le corresponde una terraza a cada inquilino o propietario. Me pregunto cuántos apartamentos hay aquí y cuánto cuesta tan solo uno.

—¿En qué planta vives?

—En todas.

Creo que mi cara y el modo en el que me he quedada tetrapléjica lo dice todo.

—Te mentí, otra vez —dice sin parar de caminar—. No es un edificio de apartamentos. Es una Villa. La famosa Villa Montecristo-Adams. Hubo un momento en el que mi familia se descontroló y mi padre creyó que cambiando de aire se arreglarían las cosas, así que compró esta villa por treinta y cinco millones de euros. Al principio nos era difícil acostumbrarnos. Pero poco a poco el proceso duro fue menguando. La entrada es majestuosa. Está dominada por una escalera real que sirve como conexión entre un piso y otro. Ofrece unas amplias y luminosas áreas de estar. La cocina es maravillosa. Y ya que sé que no te disgusta cocinar, creo que te encantará. Se haya ubicada en la zona de abajo conectando así con el exterior. Consta de ocho habitaciones, catorce baños, un estudio, un salón de belleza —por mi madre— gimnasio, biblioteca, la piscina y las salas de servicio. En total son unos mil novecientos cincuenta metros cuadrados. Y otros mil cien metros cuadrados relacionados con el exterior.

Si ya estoy flipando escuchando esta maravilla, ahora lo estoy aún más teniendo las majestuosas escaleras de frente. Todo el interior es de un color mármol gris.

Subimos a la primera planta en donde Dev me enseña tres habitaciones. Todas ellas grandes por igual. En esta misma planta, a parte de los baños que poseen las habitaciones, hay dos de más que son totalmente independientes. En el siguiente piso hay dos habitaciones y tres baños. En el tercer piso otras tres habitaciones y tres baños, en el último piso está la biblioteca con un techo que parece tragarse cuadros blancos delicadamente pintados y, mayormente, está ocupada por unos enormes sofás blancos dado a la terraza enorme. A parte de la biblioteca, también hay otra sala de estar. ¡Vamos! Hay una sala de estar en cada planta. Sofás de diferentes colores y diseño pero que para nada están fuera de lugar. Ventanales del piso al techo. Cortinas perfectamente cuidadas. Lámparas que tiran del techo a modo araña. No lo dije, pero en el último piso también hay un enloquecedor jacuzzi y unas hamacas que me dicen: "Ven, descansa tu sabroso pero cansado cuerpo sobre mí"

Esta casa es una locura.

—Esto me parece un despilfarro total.

—Para mi padre no lo era. Ten en cuenta que ama los edificios. Perdón, amaba. Compró esta villa a modo de inversión. Lo compró todo pensando en los posibles nietos.

—¿Y quería tener un orfanato entero? Porque ¡válgame! ¡Esto es enorme!

Partiendo de la descripción proporcionada, y de lo loca que me está volviendo tanto espacio innecesario teniendo en cuenta la caja en la que vivo, creo que está de más decir que nuestra estancia en Florencia, a más de salir por ahí, prácticamente se basó en pasar el ochenta coma siete por ciento de nuestro tiempo en cada uno de los jacuzzis y piscinas habidos y por haber. Eso sí, desnudos. Rozándonos piel con piel. Aprovechando así, de la intimidad y seguridad que nos proporcionó la flamante Villa Montecristo-Adams.

Villa que, de hecho, me tuvo de cabeza. Y a la que pienso, o por lo menos, deseo volver.

KILLING ME SOFTLYWhere stories live. Discover now