Capítulo 20

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Backstreet Boys - Don't Wanna Lose You Now






—Yo no.

Ivette enarca una ceja.

—Vale. Así le digo.

¿Y se piensa que por llamarme en mi puesto de trabajo voy a responderle?

Ruedo los ojos. ¡Pobre ingenuo!

—El señor Montecristo dice que no piensa colgar sin antes hablar contigo.

—Dígale a ese señor que Beatriz Reyes Soriano no está disponible. ¡Que se fue a Júpiter y que no sabes cuándo vuelve!— Grito para que me escuche ya que el teléfono es inalámbrico. Puedo escucharla a Ivette retransmitirlo.

—Dice que si es usted terca, él más.

—¡A la mierda!

Recojo mi carpeta, pongo mi ordenador en mi bolso bajo la atenta mirada de Ivette.

—¿Qué haces?— Pregunta Ivette sin comprender nada. Casi que mejor. Mejor que no se entere de nada, total, no hay nada de qué enterarse.

—¿No lo ves? ¡ME VOOOOY!— Grito nuevamente. A ver si se entera de que no quiero hablar con él. Salgo de mi oficina. Es el colmo que tenga que abandonar mi zona de confort en mis horas de trabajo y todo porque el señorito así lo quiso. Una vez en la calle, me dirijo a una cafetería que está a no más de tres cuadras de la empresa. Al menos aquí no me molestará nadie y dudo mucho que Ivette se moleste en llegar hasta aquí con el teléfono en la mano como si lo estuviera exhibiendo.

Cuando llego tomo asiento y reinicio mi computadora. Poco rato después llega una chica, la camarera, y me toma el pedido.

En lo que resta de mis horas laborales, intento no pensar en nada. Ni siquiera en ese prepotente y engreído que lleva por nombre Dev Montecristo Adams. Debo admitir que me ha costado. En más de tres ocasiones me he visto tentada a hablarle y decirle que todo está olvidado. Menos mal que no lo hice. Menos mal que pudo más mi fuerza de voluntad que mis ganas por saber de él. Cuando acabo, pago en el mostrador lo que he consumido y me dirijo de vuelta a la oficina. Como puedo intento que Ivette no me vea ya que seguramente le habrán dejado un recado para mí. ¡Claro que quiero saber de qué se trata! Pero es que esto es así. Nadie puede llegar y montarme una escenita sin razones.

Alisto todo lo que necesito llevar a casa y cuando lo tengo listo, hago los mismos movimientos que hice al entrar para abandonar la empresa y perderme en mi casa.

Introduzco las llaves por la cerradura y empujo. ¡Cómo amo estar en casa!

¡JODER!

Me llevo la mano al pecho. Tremendo susto el que acaba de propiciarme.

¿Qué diantres hace él aquí?

¿Que no entiende que no quiero verlo? ¿Será idiota?

Me mira fijamente. Sin ninguna descripción facial. Como si me estuviera estudiando. Todavía lleva puesto uno de sus tantos trajes caros. Como si nunca está en ellos. Ruedo los ojos ante mi falta de obviedad.

—Llevo desde ayer llamándola—. ¿Llamándola? ¿Volvemos con el formalismo, señor Montesinos? En mi rostro esbozo una sonrisa de incredulidad—. Traté de todos modos dar con usted, pero me quedó más que claro que se fue a Júpiter—. ¡Mierda! Se me olvidaba—. Solo una pregunta, ¿cuánto hace que volvió?

Tengo los ojos en modo órbitas. ¿¡Será sapo!?

—¿Qué quiere?

No dice nada. Me observa con indolencia. Con esa pose tan intimidante y varonil que tanto lo caracteriza.

—Hablar —suelta al fin.

—Estamos hablando. ¿Algo más?

Sé que igual me estoy pasando, pero que le den por donde más le duele.

—Bea...

—Señorita Reyes— le corrijo. Ya que volvimos al formalismo, que no se pierda tan pronto la costumbre.

Cierra los ojos llevándose la mano derecha a ellos para tallárselos. Vuelve a mirarme nuevamente.

—Como guste. Desde ayer no he pegado ojo. Sé que me pasé. Sé que no tenía derecho a portare como un adolescente inmaduro. También sé que eres una chica segura de lo que quieres, pero es que cuando te oí...

—Cuando te oí nada —le corto—. Si sabía que íbamos a comenzar lo que sea que pasaba entre nosotros con desconfianzas, mejor no haberme besado. Odio los celos estúpidos y también odio que me tomen por aprovechada. Sería incapaz de jugar con los sentimientos de nadie.

—¿Cómo debo demostrarte que lo siento?

KILLING ME SOFTLYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora