Capítulo 43

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Blanco y Negro - Malú



Y así, sin más, cierra la puerta de un estruendoso portón dejándome con el corazón hecho añicos. Con la respiración a más no poder. Me llevo las manos a la boca como si intentara acallar mi voz. Como si alguien me escuchara. Otra noche durmiendo sola. Otra noche pasando frío. Desolada. Tirada a mi suerte.

Como puedo hago un poder por reincorporarme y sentarme en una esquina de la cama, todavía sollozando. No sé cuánto podré aguantar con esta situación. Si él no se abre del todo, si él no da el primer paso, si él no se decide, yo poco tengo que hacer.

Durante la noche ceno lo justo. Si en la tarde me era difícil ingerir algo, ahora es peor. Hago de lado y de mala gana el plato para después abrazarme a mí misma en el sofá. Cierro los ojos obligándome a no pensar en nada, aunque mi mente vaya a veinte mil por hora cual tren.

A eso de las cuatro de la madrugada siento un aire extraño en mi rostro. Dura poco, pero deja huella en mí. Inmediatamente, mi mente reacciona y comienza a maquinar de nuevo. De seguro fue Dev. Espero a que pase un rato y a eso de las cinco cuarenta y cinco, me asomo en el cuarto. Lo veo despatarrado sobre el colchón. Me acerco a él y en un intento de ayudarlo a cambiarse, lo noto. Apesta a alcohol. Ha estado tomando. Me agarro la nariz con el pulgar e índice y hago de lado mi rostro. Me armo de valor al rato, y me auto ayudo a desvestirlo. Una vez está desnudo, como puedo, lo arrastro hasta el baño ya que pesa más que un camión cargado de cemento. En el camino repite una y otra vez el nombre de ella y yo hago un poder tan grande como una Iglesia por no dejarlo caer de cara al suelo a ver si con ese golpe reacciona. Lo pongo bajo el agua fría. Menos mal es verano y no corro el riesgo de que padezca de una neumonía. De nuevo la lucha por llevarlo de vuelta a la cama. Lo seco con la toalla. Por un instante no puedo evitar admirar su perfecto dorso. Sus labios carnosos. No puedo evitar evocar esos ojos chispeantes, cargados de excitación. Respiro con una enorme opresión en el pecho. Como puedo archivo en el baúl de los recuerdos todo lo vivido para acabar de vestirle. Le pongo el piyama y abro la puerta, me detengo en el marco observándolo todo. Todo se acabó. Lastimosamente todo se acabó.

Me levanto sobre las once. En toda la noche no he pegado ojo y, desde luego, este dolor de cabeza no parece pactar una tregua. Abandono el cuarto en donde me he quedado dormida y como puedo llego hasta la cocina. Hoy Felipe tampoco está. Casi que mejor. No me veo en condiciones de que me vean así. Hecha caca. Me sirvo un poco de jugo de naranja. Por lo menos el sabor y la frescura parecen querer animarme. Pierdo mi vista en el exterior. Por lo menos esas palomas se ven felices. Libres. Ligeras de pena, de dolor, de incertidumbre. Cierro los ojos suspirando. O al menos eso parece. Siento que alguien me está observando. Puedo notarlo. Me voy girando lentamente hasta que pego un grito llevándome la mano al pecho.

—No quise asustarte —suelta Dev. Está enfundado en ropa deportiva. Lo hacía trabajando. Aunque esté tomando toda la semana, nunca falta en el trabajo y verlo hoy, aquí frente a mí y en esas fachas, me hacen estar mordiéndome en este mismo momento el labio inferior. Lo veo mirar fijamente mis ojos para después dejarlos descansando en mi boca. Traga duro. Como yo, se está conteniendo. De un modo torpe abre la nevera y saca la jarra de agua. Se sirve en un vaso y como un rayo se pierde en la casa.

Hoy levanté con más apetito que ayer y siento que mi estómago me exige cuatro rebanadas de sándwich. Busco en el armario la bolsa y unto de mocilla unos cuantos. Me sirvo otro vaso de jugo. Me siento en la barra y me limito a devorarlo todo. Cuando acabo todo, me siento servida.

Me dirijo cuesta arriba cuando de repente me cruzo con él en la escalera. Nos detenemos. Como dos imanes que sienten la atracción. Pura y dura. Dos imanes orgullosos. Bueno, uno en particular. Él me mira de reojo, pero yo lo hago abiertamente.

—En la tarde me voy. Cuando vuelvas ya no estaré aquí —asiente. Se me hierve la sangre—. ¿Es lo que quieres verdad? Perderme de vista. Pues despreocupa. Ya no volveré a importunarte —ahora alza la vista. Trae rojos los ojos. Como si hubiese estado llorando.

—Bea...

—No, Dev. No me expliques nada. Ya no lo hagas más difícil. Ya no nos hagamos más daño.

Sin más subo a pasos apresurados. Una vez en el cuarto cierro la puerta, le pongo el seguro y me doy el gusto de llorar. Mi padre siempre me decía que llorar te aligera el peso, te limpia el alma. Te alivia. Aunque yo eso lo dudo.

Cuando creo haberlo expulsado todo, me dirijo hacia la habitación que compartía con Dev. Tantos recuerdos, tantos momentos inolvidables. Tanta pasión y desenfreno en una sola cama. Cierro los ojos y me harto de oler la sábana. Cuántas veces me ha cubierto con ella. Cuántas veces nos hemos perdido tras ella para fundirnos y ser uno. Qué mierda es el amor. Te deja vulnerable. Te hace sentir débil. Frágil. Qué malo es depender en parte emocionalmente de alguien.

Limpio la lágrima que en este momento recorre mi mejilla y dejo la sábana sobre la cama.

Me meto en el closet y saco las cuantas ropas que ahí tengo. Los zapatos, el cepillo de dientes, compresas, todo. Me introduzco en el baño y los momentos aquí vividos asaltan mi mente. Cada rincón de este baño me induce a él. Cada esquina, cada azulejo, la puerta corredera. Los días que nos dejábamos llevar y me acorralaba en cada una de estas paredes. A fin de cuenta, todo esto me está afectando más de lo imaginado. Más de lo que me afectó el engaño de mi ex con mi ex mejor amiga. Recojo mis objetos personales y sin perder más tiempo, sin hacerme más masoquista de lo que ya estoy siendo, abandono el cuarto y, ya de paso, la mansión Montecristo – Adams.

KILLING ME SOFTLYOnde histórias criam vida. Descubra agora