Capítulo 82

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~ARPÍA~




La secretaria del señor Núñez se acerca a mí y, de muy pero que muy mala gana, deja caer sobre lo que hoy y mañana será mi escritorio, un bloque de carpetas. La miro sin ganas de discutir ya que si la suelto una sola, posiblemente se arme la de San Sebastián.

—Que la goces —dice con cara de auténtica arpía. Irgo mi espalda y la dejo más recta que el respaldo que la sostiene. Me sueno el cuello y la miro fijamente.

—¿Algo más, jefa? —me mira con suficiencia.

—Ya tienes bastante —retira su bolsa de la mesa y se la cuelga en el hombro. Cómo deseo coger unas tijeras y dejarle un bonito presente de parte de su "amiga". Se da la media vuelta y, como si de una gatita se tratara, sale moviendo la cola.

—Ten cuidado. Acuérdate de que la suerte es muy puta. Gusta a coquetear con todas, querida —se voltea a verme con cara de pocas amigas. Su expresión definitivamente es la que quería obtener después de todo. Le hago adiós delicadamente con la mano derecha. —¡Chaooo!

Con ella a kilómetros de mí, me aliso el pelo y expulso aire.

Que no funda el pánico, Bea.

Me repito a mí misma una y mil veces.

Esto es una reverenda mierda. ¿Cómo hacer gráficas? ¿Y las puñeteras correspondencias?

Yo soy de coger el lápiz y plasmar en forma de garrapato lo que por mi mente deambula, y no de recibir y pasar llamadas.

Hecho que me abruma enormemente ya que tendría que descolgar un millón de veces el teléfono para atender a posibles clientes o socios. Y, como me conozco, a la cuarta llamada seré la secretaría más amable y formal de todas.

Cómo coño acabo yo lo que pone aquí en esta libreta. Que por cierto, la chica escribe muy pero que muy bien.

Nótese la ironía.

A lo que íbamos, debo acabar esto que dice llamarse memorándum.

¡Argh!

No sé por dónde comenzar o por dónde continuar.

Suelto, desesperada. Frustrada.

No me puedo creer estar haciendo lo que en la vida jamás se me pasó por la mente que haría. Necesito ayuda. Ayuda profesional o de aquí no salgo viva. O lo que es peor. No vuelvo viva al trabajo al día siguiente.

Pero qué coño.

Por qué tengo que estar yo castigada como si fuera una cría por haber llevado a mi hijo al médico y por haber ido a resolver lo que le pasó ayer.

Esto es injusto.

No hay razón para yo estar haciendo esto.

En pie y, decidida a afrontarlo, me repito varias veces que cuando haga algo realmente malo, entonces que venga y me castigue. Pero nadie me puede castigar por ejercer de madre.

Arrastro mi cuerpo hasta la puerta que da directamente con su oficina.

Tras ella, trato de recordar cómo se respira.

¿Que si sigue ahí?

¡Claro! No ha salido en todo el día.

Abro la puerta sin previo aviso y la cara del señor Núñez me confirma que no le gusta para nada lo que acabo de hacer y, tal vez con esto, debería llamar antes para que preparen mi ataúd.

KILLING ME SOFTLYOnde histórias criam vida. Descubra agora