Capítulo 15

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"Si tu corazón no palpita cual monitor, no es el indicado"

Anónimo




—Bea, Carlos quiere verte.

Otro. Espero que el año viejo haya podido hacerse con el pésimo humor de mi jefe y me lo haya dejado renovado para este año. A veces no lo entiendo. Pero como cualquier trabajador, veo, oigo y callo. Aunque no siempre.

—Querías verm...

—Sí.

¡Mierda! ¿Qué hace él aquí? Sabía que en cualquier momento me cruzaría con él por la no sé qué propuesta que tenía para mí, pero no me esperaba que fuese tan pronto. ¡Para nada!

Se acerca a mí. Mis fosas nasales van dejando paso al desgarrador aroma que emana del hombre que me está alterando las neuronas.

Lo tengo a escasos centímetros de mí. Siento extrañas sensaciones en el estómago y traigo seca la boca.

—¡Feliz año nuevo Bea!— Suelta él tan tranquilo. O al menos eso parece. ¡Dios! Puedo notarle curvar los labios. Tiene una sonrisa perfecta. Creí haber visto todo tipo de hombres, pero nunca ninguno igual.

—¿A eso vino?

—Señorita Reyes el año viejo ya se fue, ¿podría dar paso a una... señorita mucho más simpática y menos estresante?

Lo miro. Sin mostrar expresión alguna. Trato de mantenerle la mirada, pero no puedo. Es como si cada que lo miro, pudiese notar algo turbio que no quiere que note. Trae una mezcla de emociones poco habituales. Hago de lado mis pensamientos y sin querer esbozo una sonrisa.

—¿Por qué me llamó en nochevieja?

—Siempre tan directa—. Se lleva las manos a los bolsos del pantalón esperando una posible respuesta de mi parte. Al notar que no llega la respuesta, prosigue—. Te echaba de menos.

Suelta sin más y mi vida parece desmoronarse. ¿Que me echaba de menos?

Aunque lo intente ocultar, aunque intente no mostrar el volcán en erupción que estoy hecha, no puedo negar que estoy nerviosa, muy nerviosa por tenerle aquí, conmigo. Diciéndome que me ha echado de menos cuando nuestro trato desde un principio fue de lo más descortés.

—Sé que te estarás preguntando cómo es que alguien como yo puede echar de menos a gente como tú.

—¿Gente como yo? —asiente—. ¿Quiénes son la gente como yo? ¿Los que tienen que aguantar la mala leche de uno por ser el jefe? ¿Los que sí nos molesta que jueguen con nuestros intereses y echen a la nada nuestro trabajo? ¿Los que nos hacen sentir mierda porque ellos tienen más?

—Bea... yo no quise decir eso.

—¡Ah!, ¿no?

—No.

—¿Entonces?

—Lo que quise, quiero decir, es que te estarás preguntando cómo una persona tan prepotente, tan desagradable como yo puede echar de menos a una persona tan fresca y excitante como tú.

Trato de no creer lo que me dice. Trato de no aunar eso en lo más profundo de mi cabeza, pero su voz hace eco y cada una de sus palabras, hacen que un escalofrío haga acopio de mi ser. Trago duro, eso si aún mi boca produce saliva. Puedo escuchar el latir de su corazón por la cercanía que hay entre nosotros. Se está adentrando en mí de un modo acaparador. Me coge la mano y yo siento que el mundo llegó a su fin. Se lo pasa por la nariz con los ojos cerrados. ¿Me está oliendo?

—¿Qué me hiciste, Bea?— Me está viendo fijamente a los ojos—. Sé que comenzamos con mal pie, pero prefiero arrepentirme de lo que pase, a arrepentirme de lo que pudo ser y no fue.

Yo sigo sin dar crédito a lo que estoy oyendo. Pasa su mano por mi nuca mientras que con la otra me sujeta de un brazo. Cierro los ojos. Sé que estamos en la oficina de mi jefe pero eso ahora mismo es lo que menos me importa. ¡Dev está aquí! Me tiene entre sus brazos y parece no querer soltarme.

Me dejo llevar, me dejo hacer, me dejo oler. Total, es lo que he estado añorando desde hace tiempo. Posa su frente sobre la mía. Ambos tenemos la respiración entrecortada y ninguno no parece querer cortar con la situación.

Va acercando su rostro lentamente al mío hasta que logra unir sus labios con los míos. Trae fresco el aliento. Apuesto a que es un tío de menta y fresa por el peculiar aliento bucal. Enredo, tímidamente, mis manos alrededor de su cuello mientras él me agarra de la cintura para intensificar el beso.

Nada nos importa solo lo que está pasando entre él y yo. Entre el señor Monte del diablo y yo. Hace mucho que quise hacer esto, hace mucho que soñé con este momento, pero ¿cómo lograrlo? Dev me acuña entre sus brazos permitiéndome perderme en él. Disfrutar de estos labios tan tentadores y por primera vez en mi vida entregarme de lleno en un beso después de mi ruptura con Ricky. Dev se va separando lentamente hasta quedar a escasos centímetros de mí.

—Mañana. A las siete y media. Vengo a por ti. Y no quiero llevarte a la cama, al menos no por ahora, pero sí quiero tener más tiempo a solas contigo.

—¡Descarado!— Suelto, pícara. A lo que él sonríe. Amo ver esa sonrisa en él.

Me acaricia el rostro al tiempo que cierro los ojos para inmediatamente abrirlos ya que aún no termina de hablar y yo lo interrumpí.

—Así aprovecho y te hablo sobre el nuevo proyecto. ¿De acuerdo?

Asiento. Se acerca nuevamente.

—Este es mi mejor regalo de navidad. Hasta pronto, preciosa. Y sí, soy pícaro. Demasiado, a decir verdad—. Me besa en la frente durante un momento que, a mi pesar, llegó a su fin.

Vuelve a besarme pero esta vez en los labios para luego irse no sin antes darme un apretón de mano.

Se fue, pero su aroma sigue aquí recordándome lo que acaba de ocurrir.

Se fue, pero dejándome en la luna. Orbitando ese mundo que comenzó a crear en mí desde el día en que fui a dejarle el contrato en su oficina. Desde que lo vi ahí. Sentado tras ese escritorio. Tan varonil. Tan peculiar, fresco, perfecto. Cierro fuerte los ojos llevándome las manos al rostro. No quiero enamorarme, no quiero sucumbir a sus encantos, pero es que el señor Adams tiene todos los instrumentos necesarios para tener rendida a sus pies a cualquiera y yo caí en ello. En ese juego del cual no quiero salir herida.

Me reacomodo la blusa blanca que se quedó algo trastocada por el fuerte cuerpo del señor Montecristo. Me retoco el pelo, respiro hondo y salgo fuera. Menos mal el señor Ruiz no entró de inmediato. Vaya, ¡qué vergüenza! Bueno, vergüenza tampoco, de seguro habrá traído a muchas aquí. Al salir Ivette me dedica una mirada calurosa, yo solo me limito a mover la cabeza. Me cruzo con Carlos que tiene en mano una taza con lo que supongo será café, por ahora no me dice nada. Me dispongo a caminar cuando de repente escucho su voz.

—¿Y bien? ¿Todo bien con el señor Montecristo?

KILLING ME SOFTLYOù les histoires vivent. Découvrez maintenant