Capítulo 54

13.1K 803 19
                                    

~CAPÍTULO 54~

🍂🍁Liberación II🍁🍂


>>Llevábamos tiempo sin discutir. Todo era tranquilidad, armonía, se podía palpar el amor que desprendíamos. O al menos... eso creía.
Después de dos semanas estaba yo en el rancho revisando los viñeros. Llevaba tiempo sin ir al rancho ya que no quería separarme de ella porque estaba en la recta final de nuestro embarazo. Había hablado con ella en la mañana. También había hablado con Jessica, su ama de compañía. La habíamos contratado a los cinco meses después de que nos enteramos de que el embarazo estaba a punto de complicarse. Desde aquel entonces le recomendaron reposo absoluto durante el resto del embarazo. Intentaba no hacerla enojar, la exigía no hacer nada en casa. Contraté a otra chica más de servicio, la di todo tipo de atención. No podía negarse —tensó duramente la quijada—. Ese día... ella me besó en los labios antes de partir prometiéndome cuidarse y no hacer nada que pudiese enfadarme. Rozamos nuestras narices y le desarreglé la cabellera.

En la tarde... —tomó aire— recibí una llamada.

—¿Era ella? —Se atrevió Yves a preguntar. Dev negó.

—Era Jessica. Estaba llorando. No la entendía. No entendía nada de lo que quería decirme. Me estaba preocupando. Empecé a temerme lo peor. Por más que intentaba tranquilizarla para que fuese capaz de articular palabra, no lo lograba. La cabeza se me hizo un bombo. La corbata que llevaba puesta comenzaba a agobiarme. Ya no veía las cosas nítidas. Ya no pensaba con claridad, solo podía pensar en que algo debió haberle pasado a Isabela o de lo contrario Jessica no me habría llamado. Nunca lo hacía a no ser por una urgencia. Y sí, efectivamente era algo urgente. Isabela se había caído de las escaleras que se usaba para la limpieza en la casa. Una de dos metros y poco más. Había roto aguas y se quejaba bastante. No había nadie en casa. Estaba sola. Las que iban a limpiar ya habían acabado con su deber y le había mandado a Jessica a que fuese a por algo que le apetecía en la tienda. Cuando llegó... —carraspeó— escuchó jadeos seguidamente de unos gritos ensordecedores. Salió corriendo en busca de Isabela por si se le presentó algún infortunio y, entonces, la vio.
Estaba tumbada en el suelo sujetando la parte baja de su vientre. Sin pensarlo más veces, llamó a Anselmo, este las llevó de urgencia al hospital. Cuando me lo contaba Jessica, no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Lo hizo. Me desobedeció y mis hijos cargaron con la culpa. Su imprudencia me costó muy caro. Estaba furioso. No entendía razones. Estaba molesto con Jessica por haberla dejado sola, conmigo por haber viajado hacia el rancho aun con el mal presentimiento que me quemaba el pecho; y, con ella, por su enorme imprudencia.

Pasó mucho tiempo para que yo pudiese hablar con un médico. Las enfermeras solo me decían que estaba en el área de cesárea. Que no podían darme más información porque no sabían nada. Mis padres intentaban calmarme, pero no podía. Estaba que me llevaba el diablo. En más de una ocasión los grité. Fui muy injusto con ellos, también con Hanna que no paraba de transmitirme fuerzas.

Cuatro horas después, al fin salió el médico que la intervino.

Había perdido a mis hijos. Fue una noticia fuerte. Demasiado para mí. No podía cargar con ese hecho. No aceptaba tal resultado. No quería creérmelo. Me negaba a mí mismo aquel suceso. Mis pequeños no podían estar muertos. No podían. No podía ser. Mi familia fue a mi auxilio, pero me deshacía de su tacto, solo quería verlos, tenerlos. Mirarlos a los ojos y confirmarlo yo mismo. Ya teníamos todo listo. El cuarto, las cunas, las ropas, los carros, incluso los coches estaban acondicionados para cuando tuviésemos que ir por ahí con ellos. Habíamos pensado en los nombres. No había detalle alguno que no revisamos.

Era un incrédulo hasta que me encontré derrumbado, en el suelo, con la garganta atascada y los dos niños sobre la camilla. No eran dos nenes. Ni dos nenas. Era un chico y una chica. Era mi parejita y ella me los había arrebato. Me había arrebatado la vida. Me había condenado a no vivir —gritó cansado—. El dolor era inmenso. Como cuando sientes que ya lo has perdido todo y que ya no te queda nada, así fue como me sentí yo. Incompleto. Solo. Nada. Mi infelicidad comenzó entonces. Arrancó mi desdicha. Mató mis ilusiones.

KILLING ME SOFTLYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora