Capítulo 17

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Christina Perri - A Thousand Years




—Desde hace tiempo quería hacerlo— digo con mis manos sujetando su nuca y nuestras frentes juntas.

—Y yo —vuelve a besarme—. Te me estás metiendo muy adentro, Bea. ¡Muy adentro!

Vuelve a besarme pero esta vez con ímpetu. Con brusquedad. Como si quisiera conocer cada rincón de mi boca, de mi lengua, de mi ser. Me lleva a rastras hasta el salón. Puedo sentir el respaldo del sofá tras mi espalda. El beso va más allá de mi fuerza de voluntad. ¡Al carajo esa fuerza! Quiero que no pare. Quiero tenerlo así por un buen tiempo. Hace de lado mis tacones que le impedían el paso y se sienta conmigo sobre su regazo en el sofá.

Sigue besándome.

Sigue estudiándome, derritiéndome.

Dejándome en nada tras cada arranque. Aferra fuerte mi cintura. Gime sobre mis labios y yo creo enloquecer con ese sonido tan tosco.

Nos separamos con la respiración agitada. Me levanto abruptamente avergonzada por lo que acaba de pasar.

—¡No debió pasar! ¡No debimos excedernos tanto!

Me mira confuso. Sin entender una mierda de mi reacción.

—¿Excedernos en qué?

¿Qué no lo entiende?

—Esto, esto no debió pasar— me muerdo las uñas como una niña que metió la pata y sabe que la lio pero bien gordo.

Dev me tira de una mano dejando mi espalda pegada a su pecho.

—Antes que nada, tranquilízate. No estamos haciendo nada malo—. Me gira. Ahora tengo acceso a sus ojos. Están chispeantes—. Amo esta faceta tuya.

Cuando no me sale con una cosa, me sale con otra.

—Respira hondo— vuelve a decirme. En verdad no sé por qué estoy nerviosa. Como dijo: No estamos haciendo nada malo. Me abraza. Me besa el pelo y me estruja en su pecho.

—¿Pedimos la cena?— Asiento. Me besa el pelo.

Media hora después, estamos Dev y yo en la sala de mi casa riéndonos por las malicias de este señor cuando era chico.

Me cuenta que de niño, un día su madre les mandó a recoger sus cuarto ya que aunque tenían dinero, sus madre quería que conocieran el sufrimiento que hay detrás de lo que se quiere. Cosa con la que estoy totalmente de acuerdo. Hay que saber también por lo que pasan otros. No todo será oro.

El caso es que ese día o esa tarde, Dev había quedado en jugar al fútbol con sus amigos y no podía faltar porque era el último entrenamiento. Él, desde siempre, ha sido muy hábil a la hora de hacer las cosas y en quince minutos, ya lo tenía todo listo y se metió al baño para cambiarse. Cuando regresó, encontró que su cuarto no estaba patas arriba, no, sino lo siguiente. Y con restos de comida por doquier. Dev, enfurecido, se tragó la rabia y se dispuso a limpiarlo todo, otra vez, ya que si discutía sobre si había sido su hermana o no, no llegaría. Cuando regresó de entrenar, lo discutió con su hermana y se lo hizo saber a sus padres, pero ellos no hicieron nada. Al llegar la noche mientras todos dormían, sigilosamente se metió en el cuarto de su hermanita y le llenó el pelo de espaguetis y tomate frito.

—¡Se lo merecía por diablilla!— Me estoy meando—. ¡Hizo que llegara media hora tarde al entrenamiento!

Lágrimas emanan de mis ojos al recordar su modo tan sutil de contarlo. Parecía una posesa—dice. Me limpio los ojos. No puedo más. Me duele la tripa.

—Tenías que haber visto a mi madre —continúa—. De a poco se le cae la boca al suelo de tanto chillar mientras yo estaba metido en mi cuarto con los cascos escuchando un CD de Bruce Springsteen que me regaló mi padre —suspira—. Aquel día creí que mamá me mataría. Pasó más de dos horas intentando lavarle el pelo a Hanna. Desde ese día aprendió. Y ya no volvió a hacerme ninguna guarrada.

Sonríe.

Le hace bien recordar esos momentos tan únicos. Lo sé. Agarro fuerte la mano que tiene pasada por mi cuello y la beso. De inmediato la retira y siento que hice algo mal. Se mueve en el sofá y después me mira. Me acaricia el pómulo pero está serio.

—Desde que murió mi madre me encerré en el trabajo. Y nada volvió a ser como antes. Solo paso momentos más o menos agradables como aquel cuando vuelo a Irlanda en navidad.

Noto angustia en sus palabras. Puedo sentir su pena.

—Mi madre sabía cómo hacer de un momento tan simple... —dice con deje— algo perfecto.

Ahora soy yo la que tiene su pómulo en mi mano.

—Creo que tu madre era una mujer excepcional.

Sonríe con pesar.

—Y lo era.

—¿Quién me lo diría? De un señor Montecristo tan prepotente y egocéntrico a uno llorón y mimoso. —suelto a modo de burla cambiando mi voz.

—No estoy llorón —me abraza por la espalda—. Solo emocional. ¡Tendré que cambiar de servicio! Son las nueve menos diez y aún no llega la cena. ¿Te parece si nos cen...

¡Dindon!

¡Uff!

KILLING ME SOFTLYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora