Capítulo 50

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Melendi - Más allá de los recuerdos



Un mes. Un maldito mes sin ella. Sin sus besos, sus ojos, su risa fresca. Un mes aterradoramente difícil, duro.
Deseándola. Evocándola. Buscándola de entre la multitud por si en un descuido se soltó de mi mano. Luchando cada día por sobrevivir, por recomponerme.
Creí que si viajaba las cosas se asentarían, que el dolor sería ligero y el no saberla cerca no pudiendo tenerla ya no sería un dilemma para mí. Pero no. Nuevamente me equivoqué. Me equivoqué al creer que la distancia unida con el tiempo lo cura todo.

En la tarde he quedado con Hanna. Quedamos en comer juntos. Sé que sacará el tema por más que yo insista en no querer hablar de lo mismo. Así es ella. Terca como ella misma. Lo cierto es que tanto ella como Felipe quieren el bien para mí.

A eso de la una, me despido de la recepcionista. El restaurante que eligió me lo conozco a la perfección. No queda muy lejos. Durante el trayecto escucho a los Beatles sonar. Sus voces se adueñan del interior del vehículo y creo que un poco del exterior también.

Cuando llego aparco el coche y le doy las llaves a un amable joven.

Le informo a la chica que me dio la bienvenida de que tengo mesa reservada. Esta sonríe. Me lleva hacia la mesa predispuesta para mí.

—En nada llega su hermana. Nos mandó informarle que le surgió un imprevisto —asiento. Hago de lado la silla para sentarme—. ¿El mismo vino de siempre?

—El mismo.

—Con su permiso —hago un ligero consentimiento con mi cabeza.

Bendito imprevisto. Tiempo tengo para relajarme. En cuanto llegue ella, adiós a la supuesta tranquilidad.

Me dispongo a disfrutar del vino que minutos después de irse, me sirvió Matilda. Una chica extranjera que vino aquí a Irlanda a por suerte. Siempre me hace feliz ver a jóvenes luchar por superarse.

Media hora después me encuentro dándome besos con la alocada y toca pelotas de mi hermana. Viene agitada. Parece haber estado corriendo.

—Siento llegar ahora —se disculpa llevándose una mano al pecho.

—No pasa nada —intento restarle importancia.

—Tu sobrina estaba dando por culo y tuve que llamarle a su nana a ver si podía quedarse con ella.

—Haberla traído —me recuesto sobre el respaldo de la silla mientras la veo moverse en demasía.

—No, mejor que no. Si quieres verla tendrás que irte a casa. No entiendo cómo puedes estar pagando un hotel teniendo una casa enorme en donde puedes darle descanso a tus huesos.

—Pues tu hija no lo robó —se me queda viendo con desconcierto—. No quería que me dieras por culo.

—Pues haberte fastidiado.

—No me dio la gana —le doy un trago a mi bebida—; y si vamos a tocar el tema, cojo y me voy.

—Como siempre, ¿verdad? —Ahora ya no se mueve. Ahora me está viendo con una mirada maliciosa. Con una mirada de víbora.

—No, como siempre no. Solo que no quiero tocar el tema y esa frase parece no querer asentarse en tu maravilloso cerebro.

—Algún día tendrás que hacerlo.

—Hasta que no llegue ese día por favor no des por saco —le digo con desgana. Menos mal asiente.

—Sabes que te quiero, ¿verdad? —me pregunta con la mano en una de mis mejillas. No sé qué les dio por tocarme de ese modo y en el mismo sitio.

—También la quiero a ella. Y es por eso estoy aquí. Quiero hacer las cosas bien. Quiero que... —las palabras duelen— si algún día decidimos darnos otra oportunidad, se sienta orgullosa de mí. Ya no quiero huir. Ya no más Hanna.

Mi hermana prolonga más su roce sobre mi rostro con los ojos brillosos. Está emocionada. Lo sé. Cojo su mano con la mía y la pego más a mi cara cerrando los ojos. Dejándome mimar.

—Estará muy orgullosa de ti. Y yo también —la lágrima cae sin poder soportarlo. No pudo contenerla. Le beso la mano que hace rato me estuvo acariciando. Se sopla la nariz y se limpia los ojos con las manos—. Adiós a las lágrimas. Si quieres te pido una cita con Yves.

Yves aparte de ser mi cuñado, es un buen amigo. Nos llevamos muy bien. Está al tanto de todo mi historial. Incluso de lo sucedido estas últimas semanas. Él fue quien me trató cuando me pasó aquello. No dudo en que pueda ayudarme, de hecho, lo hizo. Solo que necesito dar el paso con total seguridad. Apareció en nuestras vidas en el momento oportuno. Le fue de gran ayuda a Hanna.

Hanna no pudo tener mejor suerte. En aquel momento yo estaba pasando por una mala racha. Discutía con Isa, perdón, Isabel, a cada rato. Nuestro matrimonio se estaba yendo al pique. Mi hermana era para ese momento una bala perdida. Terca, testaruda. Según ella, vivía la vida. Con sus quince añitos. Mis padres no podían con ella y yo estaba inmerso en el trabajo. Tras lo que me ocurrió, vi en el trabajo mi refugio y empecé a trabajar día y noche haciendo de lado a mi familia. Siempre he sido yo quien le dejaba las cosas claras a Hanna, pero cuando pasó aquello, desvié mi atención en lo que realmente importaba. Mi hermana. Creo que de no haber llegado Yves, ella se habría ido al pique. Cuando explotó todo, ya era tarde.
Un año después de tantas discusiones, Isabel y yo lo arreglamos y, nos seguimos queriendo. O eso creía. El caso es que seguimos juntos. Más tarde, me di cuenta de que todo era una farsa. La mujer que tanto profesaba amarme me había matado en vida con lo que yo más amaba. Mi hermana comenzó a consumir drogas, yo caí en una depresión terrible y mis padres se estresaron. No supieron qué hacer. No sabían cómo lidiarían con dos adolescentes desastrosos. Yo, a mis veinticinco años. Y Hanna, a sus dieciséis años. Ellos dos se conocieron en ese entonces. Él tenía veintitrés. Estaba en su último año de psicología después de haber cursado el grado en administración y finanzas. Manejaba los dos grados a la perfección. Siempre supo cómo compaginar el uno con el otro sin tener que renunciar a nada. Era un chico inteligente, y lo sigue siendo. Cuando se graduó, quiso hacer de Hanna su proyecto. Me sentí muy agradecido con él. No sabía cómo pagarle. No tenía cómo agradecerle por lo que había hecho por Hanna. Logró desintoxicarla. Apartarla de esas malas compañías. Enseñarla la vida desde otra perspectiva. Abrirla un nuevo sendero. Es un gran hombre.
Al principio, no podía creerme que fuese cierto. Que nos fuese a ayudar sin recibir nada a cambio. Yo ya había comenzado con la bodega y no me iba nada mal, pero él no quería dinero. No quería nuestro dinero. Dijo que se sentiría agradecido si yo aceptaba ser tratado por él como lo hizo con mi hermana. Me tomó meses aceptar ese hecho. Me tomó meses convencerme a mí mismo. Él era menor que yo de dos años, pero eso no le restaba inteligencia. A los meses, finalmente, decidí ponerme en sus manos y la verdad, jamás me arrepentiré de haber tomado tal decisión. A los cuatro años de tratar con Hanna, se hicieron novios. A los siete se casaron. Yo ya me encontraba mejorado. Ya había vuelto a sentar cabeza. A los dos años de casados, tuvieron a Ailey. Yo en ese momento tenía treintaitrés. Creo que, a pesar de todo, a pesar de lo complicado y difícil que se había vuelto mi familia, llegó él para hacernos sentar cabeza a todos. Para volver a unirnos. Para reencaminarnos nuevamente. Quizá por eso a hoy día, es algo más que un amigo para mí. Hanna no lo ve ni lo vio de este modo, razón por la cual se casaron y actualmente puedo afirmar que es el matrimonio más feliz, maduro y fuerte que habré visto jamás a parte del de mis padres. Pese a todo, ellos también vivieron los suyo.

—Dame solo dos días —le digo haciendo de lado el álbum mental de recuerdos. Recuerdos nuestros. Recuerdos que nos marcaron por siempre.

—Dos —recalca.

—Sí, dos.

—Bien.

KILLING ME SOFTLYWhere stories live. Discover now