CAPÍTULO 1: Instinto de empoderamiento

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Céline Crawford

Mediados de Abril

París, Francia.

Las gotas de lluvia chocaban contra el ventanal de mi habitación y el repiqueteo insistente del teléfono rompió el silencio de la noche parisina. Suspiré, creyendo que quién sea que estuviera llamando en plena madrugada se terminara cansando, pero por lo contrario, el irritante sonido volvió a hacerse presente, obligándome a tomar la almohada más cercana y colocarla sobre mi rostro.

El reloj marcaba las tres de la madrugada y el zumbido del teléfono resonaba como una alarma en su tranquila habitación. La luz empezaba a filtrarse por las cortinas, mientras la cama se sentía vacía sin Nathaniel a mi lado. Sabía que tarde o temprano tendría que despertar, temprano sería lo adecuado, porque estaba acostumbrada a hacerlo cuando tenía que ir a trabajar, pero era fin de semana, exactamente sábado. Sin embargo, al parecer esa no era razón suficiente para quedarme todo el día en la cama, como había planeado hacerlo.

En otro contexto, habría salido a correr a los alrededores de mi edificio, como usualmente lo hacía los fines de semana por la mañana, pero los últimos días no habían sido exactamente los mejores para mí: mi prometido no estaba junto a mí al despertar porque estaba en Rusia con su familia, como lo estaba cada dos meses cuando iba a visitarlos. Además, el trabajo en la firma había sido, especialmente esa semana, una catástrofe; constante papeleo, demandas y juicios que preparar, así que no tenía muchas ganas de alejarme de la comodidad de mi cama envuelta en sábanas de seda, que digamos.

Agotada, alcancé el aparato sobre la mesita de noche, con todos los demonios apoderándose de mí, tanto que sentí compasión por el pobre diablo que estuviese del otro lado de la línea y que terminaría pagando con el mal humor que provocaba en mí el que me despertaran de mi siesta de belleza, especialmente en un fin de semana como ese.

—¡No me importa quién rayos sea, ni siquiera el maldito Presidente de los Estados Unidos, son las cinco de la madrugada, psicópata! —grité, quitándome el antifaz de los ojos—. ¡¿Qué clase de desquiciado mental llama a esta hora, en un fin de semana!

Con gestos adormecidos, me froté los ojos y esperé a que respondieran, encontrándome con la risita divertida de mi padre al otro lado de la línea. Palabras bromistas se deslizaron por el auricular, rompiendo la serenidad de la noche. Una risita bastante conocida para mí tronó desde el otro lado, y yo quise encogerme y desaparecer de la faz de la tierra.

—Buenos días también para ti, cielo —La ronca y siempre apacible voz de papá me hizo maldecir entre dientes, dejándome caer de regreso sobre la cama.

—Lo siento, papá, no tenía idea de que eras tú.

—Lo sé.

Me cubrí con las cobijas, sin despegar el teléfono de mi oído.

Eran mediados de abril aún, sin embargo, eso en París no podía importar menos. El frío producto de  los nueve grados calaba por mis huesos a pesar de las cobijas y yo simplemente no fui lo suficiente valiente como para no volverme acurrucar bajo el montón de edredones.

—¿Alguna vez, papá, has escuchado que las ocho horas completas de sueño impiden la producción de orejas? —pregunté, intentando volver a dormir—. Quiero un cutis perfecto para mi boda, ya sabes que yo no uso demasiado maquillaje, así que dime la razón de tu llamada, por favor, porque sabes que odio despertar temprano los fines de semana, más si despedí hace apenas unas horas a Nate en el aeropuerto.

—Tienes un cutis perfecto, cielo, digno de una portada de revista. Bien, seré rápido e iré directo al grano; necesito que vengas cuanto antes a casa, tengo una noticia bastante importante que darles...—dijo con tono serio.

Dulcemente Mortal y Letalmente Efímero [BORRADOR]Where stories live. Discover now