Capítulo 63: Una institución obsoleta

652 30 7
                                    

Celine


Gritos, sollozos, jalones de cabello, suplicas, golpes, sangre, mi ropa rasgada, su risa macabra, su mirada repugnante. Me sentía agotada, hastiada de mí misma, pero sobre todo, impotente ante el hecho de que hubiera pasado por exactamente lo mismo una vez más, ¿y por qué, por ser mujer?

Me hería profundamente el haber notado que no importaba cuánto avanzara o cuán feliz me volviera, esa amenaza siempre me perseguiría, latiendo detrás mío. La primera vez continuaba en la universidad, iniciando una relación con Nathaniel, era joven e inmadura, la segunda fue en Manhattan, tres años desde la última vez, en una habitación de hotel, y la última fue igualmente tres años luego de la última vez al salir de un evento familiar, y fue el primo de mi propio esposo quien intentó abusar de mí.

¿Cómo se superaba eso, cómo se lo manifestabas a tu psicóloga sin volver a tirarte a llorar? Para mi sorpresa, desde que abandoné el helipuerto de la compañía Vanderbilt, no había soltado una sola lágrima, ni una sola.

No tenía apetitivo, no tenía sed, ni ganas de asistir al trabajo a ser objeto de juicios y miradas llenas de opiniones. Tan solo podía y deseaba quedarme en cama, darme una ducha y volver a pasar todo el día allí, sin hacer absolutamente nada, sin hacer que mi mente pensara y sin poder cerrar los ojos para descansar, porque cada vez que lo hacía, los de Bradford aparecían frente a mí.

Sabía lo que era estar atrapada en un abismo oscuro, donde cada paso parecía hundirme más en la desesperación. No había palabras suficientes para describir la sensación de vacío que me consumía desde adentro, como si mi alma estuviera atrapada en un agujero negro sin salida.

En lo más profundo de mi depresión, sentí como si estuviera viviendo en un mundo en blanco y negro, donde la alegría y la esperanza se desvanecieron por completo. Cada día era una batalla interminable contra mis propios pensamientos, una lucha constante entre la luz y la oscuridad dentro de mí.

La tristeza se convirtió en mi compañera constante, envolviéndome en una niebla densa que nublaba mi mente y me impedía ver más allá de mi dolor. Me sentía desconectada del mundo que me rodeaba, como si estuviera observando mi vida desde afuera, incapaz de participar realmente en ella.

La culpa también era una compañera constante, susurrándome al oído que todo era mi culpa, que no merecía ser feliz. Me sentía atrapada en un ciclo destructivo de pensamientos negativos, incapaz de escapar de la espiral descendente en la que me encontraba.

Pero incluso en medio de la oscuridad más profunda, hubo destellos de luz. Pequeños momentos de conexión con Marco, gestos de amor y apoyo que me recordaron que no estaba sola en mi lucha. Lentamente, esos destellos comenzaron a abrir grietas en la armadura de mi depresión, dejando entrar un poco de luz en mi vida una vez más.

Acepté la ayuda que me ofrecieron, buscando terapia y apoyo de aquellos que me amaban:

La sombra de una sonrisa triste jugó en las comisuras de los labios de Alessandro, logrando clavarme un puñal en el pecho.

—Se supone que somos tres hombres fuertes e indestructibles, pero cuando se trata de ti o de mamá, nos convertimos en unos simples mortales que estarían dispuestos hasta de entregar sus propias vidas por salvar las de ustedes.

—Y yo haría lo mismo por cada uno de ustedes.

Sus ojos azules tan hermosos mostraban un brillo inusual, que era ocasionado por las lágrimas que continuaba reteniendo.

—Hasta el jodido final, pero juntos, ¿recuerdas? —cité nuestro lema familiar, viendo su sonrisa ensanchándose, mientras me observaba desde el pie de la camilla, cruzado de brazos.

Dulcemente Mortal y Letalmente Efímero [BORRADOR]Where stories live. Discover now