CAPÍTULO 33: La cuna vacía

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"Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las preguntas."— Mario Benedetti.

Céline

20 de diciembre.

¿Cómo se suponía que se debía hacer algo que no quería pero que debía hacer? Fue doloroso, fue demoledor. Recordaba haber sentido una especie de cólicos bastante intensos, eran calambres en el abdomen y en ocasiones en la región lumbar. Cuando encendí las lámparas sobre la mesita de la noche, sentí húmedo el colchón y finalmente confirmé lo que tanto me negaba a aceptar: una enorme mancha de sangre se extendía justo debajo mío.

No era algo completamente sorprendente. Según los especialistas, las semanas de mayor riesgo eran entre la semana 5 y la semana 11, y yo estaba justo por cumplir la semana 12. No lograba salir de la zona de riesgo.

Luego de despertar a Marco, no recordaba mucho más que él intentaba hacer que respirara dentro de la bolsa de papel en donde había recibido la prueba de embarazo, la que más tarde, él vio con sus propios ojos.

La diferencia entre ambos momentos fue inmensa, tanto que logró quebrarme. Sus ojos casi desbordando lágrimas de felicidad a unos en donde las retenía para no quebrarse enfrente mío.

Él se preocupó por mí, fue la persona fuerte mientras yo me derrumbaba enfrente suyo, siendo completamente incapaz de formular una oración completa o siquiera lavar mis propias manos.

Me mantuvo de pie, me limpió la sangre, me vistió y se encargó que, al volver del hospital, no encontrara la cama con el vivo recordatorio de que ambos habíamos perdido la oportunidad de tener a ese pequeño o pequeña entre nuestros brazos, poder saber a quién se parecía más o quién compraría su ropa para las festividades. No podríamos decorar su habitación, llenar su vestidor, comprar sus juguetes, ni verlo dormir durante horas.

Simplemente, no lo veríamos. Jamás lo haríamos.

Ver a Marco, sentirlo a mi lado, evocaba todos esos escenarios que jamás pasarían y eso me devastaba más de lo que podría haber llegado a imaginar.

Todos los estudios, desde los más comunes a los más excéntricos y costosos, arrojaron el mismo resultado: muerte fetal intrauterina. Usualmente, tenía lugar luego de la semana 28, pero sin saberlo, mi embarazo era de alto riesgo.

Se hicieron todo tipo de estudios y el diagnóstico fue el que ya esperaba, se hizo una evaluación clínica, pruebas para identificar la causa, una autopsia fetal, cariotipo y microarray, estudio de placenta, hemograma completo materno y bla, bla, bla.

Haría la evacuación por medio de medicamentos, como la oxitocina, esperaría unos días a que la placenta terminara de caer y luego podría necesitar un legrado para eliminar cualquier fragmento placentario retenido, lo que era más común cuando ocurría muy temprano en el embarazo, como en mi caso.

Al parecer, todo se debía a un desprendimiento de la placenta, lo que implosionó al unirlo con el drama de anoche, pero lo que sin duda jamás lograría olvidar además del momento en el que supe que había perdido a mi bebé era la horrible sensación de tener a uno de mis más grandes amigos y hermano de mi ahora cuñada dilatando por medio de medicamentos mi cuello uterino para intentar de esa forma desprender la placenta. Todo siendo inútil.

Esa sensación de exposición, de vulnerabilidad e impotencia, mientras las lágrimas resbalaban por mi rostro sin control alguno y Marco aguardaba fuera por pedido de los doctores, pero podía escuchar su voz a través de la puerta. La manera en la que su voz se quebraba al contarle todo a su mejor amigo.

Dulcemente Mortal y Letalmente Efímero [BORRADOR]Where stories live. Discover now