Capítulo 49: Un cifrado idioma de amor

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Marco

23 de noviembre

Día de Acción de Gracias

East Hamptons, Nueva York.

Ser el arquitecto principal a cargo de la que sería su futura casa familiar era sin duda un jodido placer. Yo elegía y ordenaba que o no colocar, que quitar y como sería. De la mano de la asesoría de diseño de interiores de Nessa Coleman, la mejor amiga de Céline, íbamos dejando una idea de cómo quedaría cada una de las habitaciones.

Había salido de casa a primera hora, directo a supervisar el proceso en el que se encontraban las obras de nuestra futura casa. El rugir del motor de mi Mercedes rompía la calma del frío amanecer mientras cruzaba los imponentes puentes que me llevaban fuera de Manhattan y hacia los encantadores Hamptons. La temperatura marcaba siete grados, y la promesa de un viaje invernal se extendía ante mí.

La neblina empañaba por completo mi auto y el frío calaba hasta mis huesos de una manera tan profunda que mi adorable esposa me obligó hace unas semanas a empezar a usar gabardinas gruesas de nuevo o chaquetas de cuero con peluche por dentro.

Sí, digamos que ella tenía un poder bastante súbito sobre mí, tanto que dejé de lado los delgados blazer por las gabardinas aún cuando era fin de semana y únicamente se me apetecía usar uno.

Sin embargo, ella tenía mucha razón, Nueva York durante el principio de diciembre rondaba temperaturas demasiado bajas y frías, alrededor de los 7 grados o incluso los 0 grados, obligándome a usar otra vez mis característicos guantes de cuero, mi bufanda, que hecho, era la misma que hace dos años atrás olvidé en la habitación de hotel de Céline y ella conservó, junto un suéter cuello de tortuga negro, unos pantalones de pinza, unas botas de combate, mi reloj Rolex, mi anillo de compromiso en mi anular de la mano izquierda y la argolla matrimonial en la derecha.

Siendo sincero, jamás me imaginé usando ese tipo de anillos, pero me sentaba jodidamente bien; no solo el hecho de que combinaban con mis prendas sino que el ser un hombre joven y casado me sentaba de puta madre.

Sin mencionar que me estaba dejando el cabello sin cortar, justo como sabía que a mi esposa enloquecía; lo suficiente para que marque mis facciones y lo suficientemente como para no parecer un vagabundo, además de de la barba de semanas que marcaba mi mandíbula y mis duras facciones.

Sabía que siempre había dicho que era un hombre afortunado por tener a Céline conmigo, pero viéndome bien, ella también era una mujer afortunada por tener a un bombón como yo como esposo.

Regresando a la construcción de nuestra futura casa, el haber tomado la decisión de gastar decenas de millones en contratar a una de las mejores empresas encargada en la construcción de mansiones contemporáneas y lujosas, había sido una las mejores decisión que había tomado a pesar del dineral que, según mi agente bancario, fue una inversión de mayor riesgo.

Sin embargo, las inseguridades se fueron al drenaje cuando estacioné mi Mercedes a las afueras del terreno que había adquirido hace cinco meses atrás, especialmente cuando tomé la decisión de entrar a la puja por la adquisición por uno de los mejores terrenos posibles de el rincón dorado de los neoyorkinos; en donde existía la posibilidad de de tener de vecino a distintas celebridades del mundo de la música y de la actuación.

Había sido el jefe de la orquesta de la obra maestra que era el cubo de cristal de la compañía Vanderbilt, pero el hecho de que aquel proyecto se convertiría en nuestro "nido de amor", en donde crearíamos nuestros más grandes recuerdos como esposos, compartiríamos una vida adulta y estable, sentando cabeza, colocaba más peso sobre mis hombros de lo normal.

Dulcemente Mortal y Letalmente Efímero [BORRADOR]Where stories live. Discover now