CAPÍTULO 32: Una armadura de metal

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"Dentro de un abrazo puedes hacer de todo: sonreír y llorar, renacer y morir. O quedarte quieto y temblar dentro, como si fuera el último." —Charles Bukowski.

Marco

<<Soy la madre de tu bebé>> La frase se repetía en mi cabeza igual a un mantra, uno que estaba hecho para calcinar cada resquicio de mí y mi autocontrol. ¿Yo sería padre? Era simplemente imposible de asimilar, como de un momento a otro habíamos pasado de ser solo unas personas con nada en común más que la alta sociedad a hablar sobre el nombre que le daríamos a nuestro bebé.

Cuando dicen que la vida da vueltas inesperadas, es a eso a lo que se referían.

Sus senos más grandes, sus facilidad por llorar o perder el control al gritarme, todas evidencias que me podrían haber dejado alguna pista sobre lo que realmente sucedía. Había notado su vientre ligeramente crecido, pero jamás se me cruzó por la cabeza la posibilidad de emitir algún comentario o si quiera pensar que todo se debía a un inminente embarazo.

El ver sus hermosos ojos brillosos debido a las lágrimas y la delicada y tierna forma en la que su labio inferior temblaba, demostrándome que contenía volver a llorar, me devastó.

Entendía que James habría de matarte con tan sólo enterarse que no le pedí matrimonio a la mujer que traería al mundo a mi primogénito, que mamá no se habría sentido orgullosa de mí al ver que la educación y los valores que me inculcó no se veían mostrados en un momento tan importante como ese.

Sin embargo, aunque conociera que jamás habría desconocido a un hijo mío y que también fuera consciente de que no estaba hecho para ser padre, me bastó con verla para saber que jamás podría perdonarme si le hacía algo como eso.

Me pondría mis pantalones de niño grande, enfrentaría a quien fuera por ella y por mi hijo, incluso así tuviera que poner a arder el mundo.

Luego de un día maravilloso y cuando nos disponíamos a ir a la cama finalmente, los golpes en la puerta no cesaron y los gritos de una mujer comenzaron a hacerse presente, dejando a saber que nada bueno se avecinaba. Entendía que no era el correo, yo no recibía correo, pero tuve que decirle a Céline que lo era para evitar que se exaltara o podría haberle hecho daño al bebé, como lo había escuchado por alguna parte.

—¡Leonardo, ya basta! ¡Tranquilízate por Dios! ¡Harás algo de lo que luego te arrepentirás! —se oían los gritos de una mujer, mientras los golpes no cesaban.

Cuando finalmente abrí la puerta, el rostro de un furioso Leonardo Crawford fue lo primero que vi, seguido del de una rubia de ojos azules, que parecía realmente asustada.

El rostro del italiano era un mapa de ira contenida. La tensión centralizada en cada músculo, sus cejas fruncidas formaban una arruga marcada en su frente. Sus ojos azules parecían inyectados en furia, con pupilas estrechas y centelleantes.

Las venas en su cuello se destacaban, palpitando con cada latido, y sus labios apretados reflejaban una determinación feroz. Era un semblante que emanaba una furia controlada pero palpable, como un volcán al borde de la erupción.

—¿En dónde está ella? —exigió, iracundo.

—Buenas noches a ti también, Crawford.

—No te me vengas con bromas ahora, Vanderbilt. ¿En dónde está mi hermana?

—¿No deberías saberlo tú? Digo, eres su hermano, después de todo, ¿no?

Suspiró, igual a un toro viendo una mancha roja frente a sus ojos.

Dulcemente Mortal y Letalmente Efímero [BORRADOR]Where stories live. Discover now