CAPÍTULO 7: El dolor a través de la belleza

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Marco

Old Westbury, Nueva York.

¿Han oído la frase "La vida es una sucesión de lecciones que uno debe vivir para aprender"? Porque yo estaba probándolo en carne propia. Había esperado que Harrison Morgan me invitara a su humilde morada para hablar y dar por terminado en ese mismo instante el convenio entre ambos.

Pero no. Cuando me adentré en su mansión, lo primero que mis ojos captaron fue a todas las personas bebiendo de la barra libre que ofrecían y charlando con toda la tranquilidad de momento, mientras sonreían y parloteaban como pajarracos, hasta el momento en donde su atención se posó en nosotros o, mejor dicho, en mí.

Un hombre que transitaba por mi lado, sosteniendo una bandeja de plata con bocadillos encima. Lo tomé del brazo y frené su paso.

—Dime qué mierda es todo esto —demandé entre dientes, aunque para los demás, simulaba estar charlando.

—Caballero, es la tarde anual de canapés y tragos del señor Morgan —soltó apresuradamente, antes de que yo lo soltara y le permitiera continuar con su trabajo.

Y allí estaba la lección del día: nunca te anticipes en el ámbito empresarial y mucho menos con un hombre del que habías escuchado tantos rumores; por ejemplo, su gusto por evadir impuestos o por llenar de falacias a empresarios novatos o prodigios.

Pero no lo haría conmigo, por supuesto que no dejaría que agregara mi nombre a su nefasta lista. Podría ser nuevo en el mundo empresarial a comparación de él y prolongada carrera, pero no poseía la misma inocencia e ingenuidad de los demás, y eso se lo probaría.

—Acompáñeme por aquí, señor Vanderbilt —La aireada y temblorosa voz de Harrison me regresó a la realidad.

—Sí, señor Vanderbilt, mi esposo preparó una interesante reunión en su despacho —acompañó Victoria con un evidente tono de coquetería..

Asentí, sin mucho que decir, continuando con la caminata tres pasos detrás suyo. Recorrimos un extenso y amplio pasillo, en donde las vitrinas con distintos lujos no podían faltar. No existía nada más que amara que una persona presumiendo lo poco que había ganado en el largometraje que tenía por vida.

Ambos caminaban por delante de mí, ella envolviendo el brazo de su esposo con el suyo, mientras me dedicaba pequeñas ojeadas por encima del hombro. Era atractiva, lo admitía, pero el hecho de que se me lanzara cuando apenas pisé su jardín, quitó todo el gusto que pude haber tenido por ella.

Sin embargo, no era necesario que me agradara para follármela solo una vez, ni me importaba que fuese la esposa del hombre con el que tanto pretendía firmar un jugoso convenio de miles de millones de dólares. Sí ella continuaba incitándome y confirmara que Harrison solo pretendía malgastar mi privilegiado tiempo, me importaría una mierda el escándalo que pudiese formarse alrededor de eso, simplemente le daría el orgasmo que sus ojos tan me suplicaban que le diera.

—Bueno, tendré que dejarlos, caballeros —concedió de regreso ella, deteniéndose frente a una de las puertas de madera —. Debo ser la anfitriona si mi esposo se encierra en su oficina...

—Disfruta de tu primer evento como anfitriona, dulzura. —Morgan plantó un beso en la mejilla de la mujer, sus labios delgados y prácticamente inexistentes posándose con una abrumadora lentitud contra la piel de la mujer de rasgos asiáticos. Igual que los labios de las amigas de tu abuela cuando llegabas a casa luego del colegio y la encontrabas tomando el té con su característico grupo.

Pretendí no estar interesado en su muestra amor. Si continuaba observando, probablemente no lograría dormir bien por la noche, así que fijé mis ojos en las personas transitando por toda la extensión del patio trasero, el ventanal en la pared a mi derecha era de gran utilidad para lograr despejar mi mente de la escena.

Dulcemente Mortal y Letalmente Efímero [BORRADOR]Where stories live. Discover now