Epílogo

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Marco

Tres años después...


Siete años casado, ocho de habernos conocido. El día de San Valentín de hace tres años llegó con una emoción adicional, ya que le dimos la bienvenida a nuestra última hija. Con tres años, Maddie había demostrado ser el centro de atención de toda la familia con su dulzura y encanto.

Hace tres atrás, todo parecía detenerse en aquel momento en el que recibimos a nuestra pequeña princesa en nuestras vidas. Recordaba claramente la sala de partos, lleno de una mezcla de nerviosismo y emoción, mientras esperábamos su llegada con los corazones latiendo al unísono.

Cuando finalmente la tuvimos en nuestros brazos, noté cómo sus hermanos mayores la observaban detenidamente, con una mezcla de curiosidad y amor. Era evidente que estaban listos para protegerla y cuidarla a toda costa, como si supieran instintivamente que su papel era velar por ella en cada paso del camino.

Recordaba haberlos visto dándole a Celine un ramo de peonías rosas, sus favoritas, como símbolo de gratitud y amor por todo lo que había hecho por nosotros. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras recibía el regalo, y su sonrisa radiante iluminaba la habitación con una calidez reconfortante.

El suave resplandor de la luz de la luna se filtraba por la ventana, iluminando la habitación con una calidez reconfortante. Observaba a mi esposa dormir plácidamente junto a nuestros hijos, con una sensación de paz y satisfacción que llenaba mi corazón.

Sin embargo, mi momento de serenidad fue interrumpido por unos pasos ligeros que resonaban en el pasillo. Giré la cabeza y bajé la mirada para encontrarme con mi pequeña de tres años, sosteniendo un peluche de felpa y frotándose los ojos con sueño. La preocupación inmediatamente se apoderó de mí. ¿Qué hacía despierta a esas horas?

—¿Qué sucede, cariño? —le pregunté suavemente mientras la levantaba en brazos y la llevaba de regreso su habitación—. ¿Otra vez debo dejarles claro a los monstruos en tu armario que nadie puede meterse con mi princesa?

Su respuesta, simple y sincera, me sacudió: tengo mucha hambre. No pude evitar sentir un ligero pinchazo en el corazón al verla tan vulnerable y encantadora.

Rápidamente, preparé unos panqueques con miel, observando cómo devoraba cada bocado con gusto. Mientras la veía comer, no pude evitar notar lo mucho que se parecía a mí: su cabello azabache y largo, su tez blanca, sus ojos verdes claros y sus pestañas largas y pobladas.

Esa similitud, que tanto me llenaba de orgullo, también despertaba una profunda preocupación en mí. Sabía que algún día, no muy lejano, llegarían los pretendientes, y el solo pensamiento de tener que enfrentar esa realidad me hacía sentir una mezcla de temor y determinación.

Pero por el momento, mientras la veía saborear su comida con gusto, decidí disfrutar de ese momento, prometiéndome a mí mismo protegerla y cuidarla de todo lo que pudiera amenazar su felicidad.

—Maddie, —llamé su atención, notando como elevaba su rostro hacia el mío y me permitía deleitarme con esos ojos verdes que me gritaban de quién era hija— ¿está todo bien, cariño? ¿Pudiste dormir bien anoche?

—¿Por qué no nos acompañaste en la cena hoy, papi? Mami quemó un poco las patatas, pero...Callaghan dijo que fingiera que estaba delicioso, porque mami lo hacía con cariño y eso era todo lo que importaba.

—Eso es cierto, cariño.

Observaba a mi pequeña con asombro mientras detenía sus bocados para confrontarme, con solo tres años mostraba una inteligencia y curiosidad que me dejaba boquiabierto.

Dulcemente Mortal y Letalmente Efímero [BORRADOR]Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz