CAPÍTULO 19: Solo un genio podría amar a una mujer como ella

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"Ella lo quería cómodo, yo quería el dolor. Ella quería un esposo, yo estaba construyendo mi propio nombre."- inspirado en la letra de Taylor Swift.

Marco

No recordaba la última en donde una mañana se me hubiese hecho extremadamente corta. Todas las mañanas despertaba completamente solo, mi cama se sentía fría, las almohadas guardaban solo el olor de mi perfume, pero ya no. Esa mañana lo primero que percibí fue el dulce aroma impregnado en las almohadas y las sábanas, el aroma de ella.

La cama no estaba vacía, ni fría, porque Celine Crawford estaba a mi lado, completamente desnuda envuelta entre las sábanas blancas.

Estaba echada de costado, podía observar la hermosa curva entre su cintura y sus caderas, su delicada y contorneada espalda al descubierto, y fue entonces que me pregunté cómo su prometido había descuidado a una mujer de aquella magnitud.

Sí, podía llegar a ser un dolor en el trasero cuando se lo proponía, era la persona más necia, problemática, rebelde e insaciable que podía existir, pero era lo contrario en la cama; era entregada, era apasionada, era exactamente todo lo que siempre había buscado de una mujer en la cama.

Gasolina para mi propio fuego personal.

Pero no podía ser. No podía permitirlo. No por el bien de ambos y del jodido mundo porque Dios sabía todo lo que sucedería que ambos decidíamos relacionarnos. El mundo ardería a nuestros pies.

Pero nuevamente, no era posible. Ella estaba comprometida con otro hombre, yo estaba comprometido con mi trabajo, ella era hija de Theo Crawford, yo era hijo de Antoine Vanderbilt, ella necesitaba todo lo que yo no le podía dar y yo buscaba mucho menos de lo que ella estaba dispuesta a dar, entonces, ¿por qué me costaba tanto asumir el hecho de que jamás volvería a disfrutar de su cercanía, de su compañía y de su perfección en el ámbito sexual?

¿Por qué me costaba tanto asumir la idea de que todo lo que yo había experimentado alguien más también lo haría, que todo lo tendría las veinticuatro horas del día y que la misma escena de la que yo estaba disfrutando alguien más la vería todas las mañanas?

Él era su prometido, yo no era nada más que su amante. Debía aceptar mi lugar, pero nunca fui bueno compartiendo. Todo lo que quise, siempre lo tuve con el simple chasquear de mis dedos o con un par de palabras, pero otra vez no con ella.

Celine no se dejaba dominar, no fácilmente. Éramos como agua y aceite, hielo y fuego, sol y lluvia de medianoche. Todo lo contrario, pero encajábamos en donde menos se suponía debíamos: sobre una cama, contra un ventanal, sobre el sofá, sobre la isla de mármol y sobre el suelo frente a la chimenea.

No en la oficina, allí nos preocupábamos más por pelear, por discutir para demostrar quién era que mandaba. Quizá todo eso eran razones para aceptar que no existía un mundo en donde ambos pudiésemos encajar por completo y no solo en la cama.

Pero se había sentido tan bien durante el proceso, desahogando mis deseos más primitivos en ella, con ella.

Una de las cosas que más me habían sorprendido es que desde el momento en el que descubrí todo el espectáculo con Lena, nunca más volví a pensar en ella, lo que era raro de cierto modo porque había descubierto que la mujer a la que le confié tantas cosas y quise, me había traicionado de la manera más sucia y baja posible.

Eliminé todas las ideas de mi cabeza cuando un suave murmullo se hizo presente en la apacible estancia. Era Celine emitiendo un desgastado murmullo adormilado apenas audible, mientras se acomodaba sobre la cama, dejando su rostro apenas unos milímetros del mío.

Dulcemente Mortal y Letalmente Efímero [BORRADOR]Where stories live. Discover now