Capítulo 80: Final

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Celine


Reconocer que ser madre era agotador era algo que a veces me costaba hacer, incluso para mí misma. Amaba a mis hijos con todo mi corazón, y no había nada que no haría por ellos, pero la maternidad podía ser desafiante, agotadora y abrumadora.

Escucharlos llorar en plena madrugada, noche tras noche, me dejaba exhausta tanto física como emocionalmente. No poder dormir por más de dos horas seguidas era una realidad con la que me enfrentaba a diario, y a veces me hacía sentir como si estuviera al borde de la desesperación.

Poner a mis propias necesidades en segundo lugar se había convertido en la norma, y aunque lo hacía con amor y dedicación, a veces me preguntaba si alguna vez tendría tiempo para mí misma otra vez. La maternidad había cambiado mi vida de una manera que nunca podría haber imaginado, y aunque estaba agradecida por mis pequeños, también reconocía que necesitaba tiempo para recargar mis propias energías y cuidar de mí misma.

A pesar de todo, cada sonrisa, cada abrazo, cada momento de ternura con ellos hacía que valiera la pena. Su amor incondicional y su presencia en mi vida eran un regalo inestimable, y aunque la maternidad pudiera ser difícil en ocasiones, no lo cambiaría nada por el mundo. Estaba dispuesta a hacer cualquier sacrificio necesario por el bienestar y la felicidad de mis hijos, porque su felicidad era mi mayor recompensa.

Reconocer la grandiosidad de Marco como padre era algo que nunca hubiera imaginado hasta que lo viví en carne propia. Desde el momento en que nos convertimos en padres, él había sido un apoyo inquebrantable, siempre dispuesto a ayudarme en todo lo que necesitara.

Su capacidad para sacrificarse por nuestra familia, dejando de lado su propio descanso para permitirme dormir unas horas más, me había dejado sin palabras. A menudo, me encontraba maravillada por su dedicación y generosidad, demostrando una y otra vez que su prioridad absoluta es nuestra familia.

Incluso en momentos en los que su trabajo exigente podría haberlo mantenido ocupado, él había encontrado la manera de hacer tiempo para estar con nosotros, para participar activamente en la crianza de nuestros hijos. Su presencia constante y su amor incondicional habían sido un pilar en nuestras vidas, y estaba eternamente agradecida por tenerlo a mi lado.

Verlo interactuar con nuestros hijos, escuchar sus risas y compartir momentos especiales juntos, me hacía darme cuenta de lo afortunada que era de tenerlo como esposo y padre de mis hijos. Su bondad, su paciencia y su capacidad para amar eran cualidades que admiraba profundamente, y sabía que nuestros hijos estaban creciendo en un ambiente lleno de amor y seguridad gracias a él.

Recordaba con melancolía aquel día en el que regresé a casa del trabajo, agotada y sumida en mis pensamientos. Abrí la puerta con cautela, esperando encontrar la calma familiar que tanto anhelaba al final de una larga jornada laboral. Sin embargo, al entrar en la sala, fui recibida por una escena que me dejó sin aliento.

Marco estaba allí, sosteniendo un pastel decorado con velas brillantes, mientras nuestros pequeños hijos aplaudían y reían emocionados. Sus rostros iluminados por la alegría, sus ojos brillantes con la emoción de la sorpresa. Me miraron con expectación, esperando ver mi reacción ante esa inesperada celebración.

—Feliz veintisiete años, cariño —sonrió el pelinegro, besando mi mejilla.

Lo conocí cuando tenía veintidós años y él veintitrés, y ahora yo tenía veintisiete y él veintiocho. Como pasaban los años, cuánto aprendimos y maduramos desde esa noche.

En ese momento, sentí un nudo en la garganta y las lágrimas asomaron a mis ojos. Era un gesto tan simple, pero tan lleno de amor y cariño. Habían recordado mi cumpleaños, incluso en medio de sus ocupadas agendas y responsabilidades diarias.

Dulcemente Mortal y Letalmente Efímero [BORRADOR]Where stories live. Discover now