Capítulo 79: La magia de los buenos genes

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Marco


El sonido del teléfono rompió el silencio de la cabina del coche, sacándome de mis pensamientos mientras conduzco hacia la casa de mi hermana para acompañarla a la iglesia en donde bautizarían a mi sobrino. Sin embargo, mi corazón saltó un latido al ver el apodo de mi esposa en la pantalla, y rápidamente respondí con manos temblorosas.

—¿Cariño?

—La fuente de su esposa se rompió —concedió una voz femenina desconocida, tomándola como la de la nueva pareja de Pierre Dupont.

Las palabras "la fuente se rompió" resonaban en mis oídos, y sentí un nudo en el estómago mientras intentaba procesar la noticia.

Un millón de pensamientos llenaron mi mente en un instante, y el miedo se apoderó de mí ante la idea de que el momento del parto estaba llegando antes de lo esperado. Mi garganta se sintió apretada, y luché por encontrar las palabras adecuadas para responder mientras intentaba mantener la calma.

Intento tranquilizarme de un posible ataque cardiaco, pero en lo más profundo de mi ser, sabía que estaba desesperado por estar a su lado. La idea de que estuviera pasando por eso sola, sin mí a su lado para apoyarla, me llenaba de impotencia y angustia.

Pedí detalles sobre su estado, tratando de entender la situación lo mejor posible a través de la distancia, pero cada maldito segundo en silencio era como un latido acelerado en mi pecho, y sentí una urgencia abrumadora por llegar a su lado lo más rápido posible.

Me negué a escucharla despedirse, me negué aun cuando decía que me amaba luego de meses enteros de no haberlo hecho. Le pedí que no lo hiciera, sabiendo que no me haría caso porque su amor hacia nuestros hijos era inquebrantable, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por ellos, alerta a cualquier amenaza real o percibida que pudiera poner en peligro a sus hijos, y amaba eso.

Amenacé a Pierre, aun conociendo que no tendría la culpa, no cuando intentó ayudar. La voz de Celine sonaba entrecortada, llena de urgencia y miedo, y en un instante, mi mundo se detuvo.

Escuché las palabras que salían de su boca con incredulidad, sintiendo cómo el pánico se apoderaba de mí ante la idea de que estuviera dando a luz en casa, por cesárea, y sin anestesia.

Un frío escalofrío recorrió mi espalda cuando el grito desgarrador de mi esposa atravesó el auricular del teléfono. Sentí cómo mis ojos ardieron y un nudo se formó en mi estómago, apretando mis entrañas con una sensación de angustia y desesperación.

Cada fibra de mi ser se retorcía ante su sonido de dolor, cortante y agudo, como un cuchillo que se clavaba en mi propio corazón. La impotencia me consumía mientras estaba lejos de ella, incapaz de ofrecerle consuelo como lo habíamos planeado.

Mis manos se aferraron con fuerza al volante mientras mi mente se nublaba con el pánico y la urgencia. Sin pensarlo dos veces, di vuelta al auto bruscamente, cambiando de carril en un instante para regresar a casa lo más rápido posible.

El corazón latía desbocado en mi pecho mientras el miedo y la ansiedad se apoderaban de mí por completo. Cada segundo que pasaba sin respuesta alguna se sentía como una eternidad, y la necesidad de llegar a casa y estar con ella se convertía en una obsesión abrumadora.

El mundo parecía desdibujarse a mi alrededor mientras aceleraba a toda velocidad, ignorando las señales de tráfico y las normas de conducción. Todo lo que importaba en ese momento era llegar a mi destino, llegar a ella, antes de que fuera demasiado tarde.

El viento azotaba mi rostro mientras me abría paso entre los coches, las luces de la ciudad destellando en un borrón a mi alrededor. Cada curva, cada giro, se convertían en una carrera contra el tiempo, una lucha desesperada por llegar a casa.

Dulcemente Mortal y Letalmente Efímero [BORRADOR]Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum