JULIE DASH - "El Final".

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Esa noche, en el parque, no quería compañía. Quería quedarme con lo poco que me dejó. Me quedé con su sangre, con los restos que me hacían sentirla cerca. Lloré en silencio hasta que mis silencios también se desesperaron. Grité con mis ganas de odiarla, con mi deseo profundo de que mi amor desapareciera. 

«¡¿Eres capaz de dejarme! ¡Te odio!» y quise hacerlo, pero no podía. No podía odiarla por la misma razón por la que me enamoré. Ella enloqueció a mi alma con su personalidad bondadosa. Me enamoró por ser diferente y esa noche, una parte de mí quería que hubiese sido egoísta, que no hubiese parado ese disparo. Que estuviese conmigo haciéndome otro dibujo, o recordándome las pastillas, o escribiéndome poemas y canciones. Pero estaba en coma, o quizá ya la habían desconectado.

Era de madrugada me recosté de ese banco sin temer por mi vida, sin miedo a estar sola, porque me daba igual lo que pudiera pasarme. Me recosté abrazando la camisa que tenía algo de ella, algo que para mí era importante. Me hice un ovillo para acomodarme en medio de un banco en un parque sin gente y lloré. Lloré en silencio con la garganta seca, porque hasta respirar era insoportable.

En medio de la oscuridad quise dormirme y no despertar en un mundo sin ella. Quise que todo hubiese sido un sueño.

Recordé nuestra última noche durmiendo juntas. Todo tenía sentido. Mi necesidad de que ella y Ksenya se despidieran. El dibujo de su corazón de universo que ya no funcionaba. La declaración de amor que me había hecho y la forma en la que me dijo: «gané por ti».

Ganó por mí y murió por Ksenya. 

«¿Por qué lo hiciste?», me preguntó cuando salimos al balcón después de que subí del restaurante. Ksenya estaba dormida y ella sacó cada una de las pinturas. No supe qué responderle porque no sabía por qué lo había hecho. Confiaba en su amor. Confiaba en nosotras y Ksenya era especial, no era cualquier mujer, no era solo una chica. Ella merecía una despedida, pero no me imaginé que se trataba de esto. Nunca pensé que no despedíamos a Ksenya, sino a Sophia. «Confío en ti. Un beso no elimina lo que tú y yo somos. Estoy segura de que el deseo que pedimos se va a cumplir» respondí hablando de un deseo de eternidad que pedimos en una fuente sin saber que era falso. No estaríamos juntas. El universo no nos escuchó. 

«Tengo miedo» dijo y se acercó a mí tomándome por la cintura. Me abrazó a su cuerpo y me apretó con tanta fuerza intentando que no me marchara. «Tengo mucho miedo»  volvió a decir y pensé que se trataba de Ksenya, o de los niños, pero ella lo aclaró todo con una frase incierta que hoy cobra sentido. «Somos tan breves que me asusta no tener la capacidad de encontrarte rápido cuando vuelva a nacer. Me asusta el tiempo en el que no puedo estar junto a ti, pero voy a buscarte» fue lo que dijo y por impulso respondí:

«Me tienes ahora, pero si en algún momento no te sientes igual, y te das cuenta de que quieres estar con Ksenya, quiero que me veas a los ojos y me lo digas, no quiero que nunca sacrifiques tu felicidad por mí» y Sophia besó mis labios apretándome contra su cuerpo en un abrazo que me hacía sentirla. «Eres mi felicidad, princesa, eres lo que más me hace feliz» escuché sus palabras y sentí la honestidad en ellas, en su tacto, en el silencio que acompañó esa oración.

Sophia no estaba mintiéndome. Pude sentir los latidos de su corazón y me imaginé que su sensibilidad era por la despedida de Ksenya. Sophia soltó unas lágrimas y me apreté más a ella. Su corazón de universo estaba despidiéndose y no pude darme cuenta a tiempo. 

Esa noche en el balcón le pedí que me pintara.
Me quité la camisa pidiéndole una vieja rutina, algo que hacíamos a diario y que teníamos tiempo sin hacer. Quise que pintara en mí y ella se llenó los dedos de pintura, para ir jugando con mi espalda en donde estaba mi tatuaje, ese que me hice por ella. Sentí sus dedos jugando con mi espalda y me volteó hacia ella para dibujar en mi abdomen. Ella pintaba sobre la luz, pintaba con colores llamativos en donde predominaba el sol, por primera vez. Y me dejé hacer, me dejé tocar, dejé que pintara por cada centímetro de mi cuerpo, y ella lo hizo.

El capricho de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora