LIBRO 2 - JULIE DASH

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Mi vida se había ido cuando ella murió, y sentarme sobre el césped, sabiendo que su cuerpo estaba a pocos centímetros, solo eso podía calmarme.

«Te extraño. Extraño tenerte conmigo. Extraño poder ver tus ojos. Y verte ayudando a la gente que quieres. Extraño cuando sonreías por encima de cualquier problema, porque así eras tú. Pero ahora todo pesa. Pesa tanto que ni siquiera sé cómo irme. Siento que tomar un avión y volver a Boston, es admitir que te perdí para siempre. Y no puedo».

Esa tarde lloré hasta quedarme dormida sobre su tumba.

—No puedes perder algo que nació para ser tuyo, princesa. —Las manos de Sophia limpiaron mis lágrimas y dejé de respirar.

La opresión en mi pecho colapsó mis pulmones y cerré los ojos con fuerza esperando despertar.

—Y yo nací para ser tuya —escuché su voz y las lágrimas se derramaron por mis ojos como un caudal imparable—. Debes irte —dijo con dulzura y se puso la capucha de su sweater antes de volver a limpiar mis lágrimas—: Yo no vivo debajo de esta grama. Yo no soy el cuerpo que hoy alimenta a la tierra. No soy los ojos que no volverás a mirar. Yo soy la esencia de lo que vivimos. Soy los recuerdos que no se borran y las huellas que permanecen después de haberse ido. Soy la poesía que vive en el aire, y no la soledad de un sitio que mantienes vacío.

Me desmoroné en lágrimas con la desesperación de alguien que lo ha perdido todo. Y quise abrazarla, pero sabía que al hacerlo ella desaparecería.

—Vas a ir a graduarte. A salvar vidas así como salvaste la mía.

—Yo no te salvé, Sophi. Yo no lo hice, no pude. Yo... —Traté de explicarle, pero el llanto opacó mi voz y quise pedirle perdón. Quise disculparme por no ser tan buena, por no lograrlo.

Por permitir que muriera.

—Me salvaste más veces de las que merecía, princesa. Fuiste quien estuvo cuando las puertas estaban cerradas. No sabías ni siquiera cómo controlar lo que me estaba pasando, y estabas allí, en cada madrugada donde el arte y mis ganas de morirme tocaban a tu puerta. Pudiste irte, y nunca lo hiciste.

—Sí, sí lo hice. —Lloré recordando las veces en las que no fui suficiente.

Recordé mis errores. Las ocasiones en las que fui injusta presa del miedo a perderla, en vez de abrazarla fuerte y ahora... ya nunca más podría abrazarla.

—Jamás me dejaste sola, Julie. Yo sí a ti. Te fallé más de lo que te merecías y solo me amaste, pero ya eso no importa. Porque el amor no es como lo venden en las pelis. No es perfecto. Es real. Y yo te amo, y te voy a amar siempre, da igual si vienes a este sitio o si estás cumpliendo tus sueños.

—No puedo.

—Ya no estoy aquí, mi amor —su voz suena dulce, sus ojos verdes aguantan las lágrimas. Su mano toca la mía y siento su contacto, pero sé que no es real—. Tienes muchos sueños por cumplir. Tienes que irte.

—No puedo dejarte —respondí y ella se acercó a mí, pegando su frente sobre la mía.

—Yo nunca voy a dejarte a ti. Siempre buscaré la forma de estar cuidándote, princesa. Pero ya no es justo. No puedes seguir retrasándote. El mundo te necesita y ellos también.

—Pero es difícil sin ti.

La lluvia comenzó a caer cada vez con más fuerza, y Sophia subió la capucha de mi sweater. Sentí miedo de que desapareciera. Sabiendo que los espejismos duran poco. Que ella se iría. Pero me abrazó a su cuerpo mientras yo, envuelta en un llanto incesante fui soltando toda la desesperación que había tenido retenida.

El capricho de amarteWo Geschichten leben. Entdecke jetzt