Epílogo

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Tres días después de pasar Navidad en casa de Bernarda, Nathan y yo volvimos a California. Nos costó despedirnos otra vez, pero luego de una semana ya sabíamos que era hora de volver con las familias para fin de año.

Habíamos decidido pasar las Navidades juntos y los 31 de diciembre con nuestras familias.

Pasamos unos días hermosos. Charlamos de millones de cosas al azar, Bernarda se encargó de engordarnos durante toda la semana y nadie pudo haber estado más feliz por volver a Hills Town.

Uno de los días en los que Nathan y los chicos decidieron jugar un partido de fútbol que duraría todo el día, decidí reunirme con los pocos amigos que me quedaban allí en esta época. Coni y Dante estaban en New York pasando las fiestas, Aisha había ido a visitar a su abuela en Italia y Felipe estaba en una especie de excursión con su familia en las montañas de no recuerdo que país.

Así que mi café se resumió a Bastian y Tadeo. Increíblemente, ambos se llevaban bien. Siempre creí que Tadeo perdería contacto con los Clarke luego del ritual y sin mí aquí, pero tenía entendido que Bastian lo había contratado para trabajar en los sistemas de la empresa de inmobiliaria. Así que, a pesar de que el viviera en Massachusetts, desde allí trabajaba con él en su computadora, enviándole archivos y más cosas tecnológicas que me explicaron pero no supe entender. Claro que volvió para pasar las fechas con su familia aquí en Minnesota.

Bastian insistió en que el e Irina se mudarán a un bello loft del primer edificio hecho aquí en Hills Town por su empresa, pero mi hermana de niega a abandonar la casa donde estuvimos Renzo y yo al venir. Ahora que están esperando un hijo, insiste en que será mejor tener un patio y una casa con más habitaciones que un loft en un edificio.

Renzo vive con Iris en Santa Mónica, donde según el visita a tía Marcia muy seguido, pero sé que solo se encarga de llamarla cada tanto más que visitarla. Consiguió el puesto de chef a los dos meses trabajando de ayudante de cocina y al año, lo ascendieron a ser el chef de uno de los restaurantes más lujosos. ¿Quién diría? Sus tartas llegaron lejos.

Pero la historia importante, es el resto de los Clarke.

Cato y Noel vinieron a visitar a Bernarda unas dos veces en este año cuando sus trabajos los permitían. Cato intentó unirse a las fuerzas armadas pero lejos de verlo como un soldado, al cabo de unos cuantos meses, lo tomaron como nuevo comandante en jefe. Lo que no me sorprendía para nada.  Noel había ingresado en la academia para la policía y estaba feliz porque cada vez le faltaba menos para que le dieran su placa.

Augusto y Ulises apenas han terminado el bachillerato este año. Augusto siempre supo que trabajaría en la empresa de su padre. Ulises está enviando cartas para la universidad.

Tessa consiguió un pequeño empleo en una casa de costura con dos ancianas, allá en Holanda. Luego de diseñar más y más vestidos, se volvió la diseñadora personal de una modelo alemana que tiene una obsesión por la ropa de clase.

Jade continúa la primaria en Beverly Hills. Le compraron un celular para su cumpleaños número nueve con la condición de que no descuidara sus notas, así que ahora está en el grupo donde hablamos cada tanto.

Renata apenas está por cumplir dieciséis en unos meses y está loca con todos los preparativos al igual que Bernarda. Ella dice que solo son nervios pero cada tanto le agarran rabietas de querer explotar por todo. Pubertad, dijimos todos.

En cuanto a Nathan y yo, volvemos a nuestra vida en San Francisco. La verdad fue un poco difícil despedirnos, pero es lindo decir adiós cuando sabes que volverás a decir hola.

Llegamos hace tres días y pasamos año nuevo con su familia. Alice y Travis decidieron tomarse un pequeño viaje de descanso junto a Thais cuando el año comenzó, pero Nathan y yo habíamos tomado nuestra semana en Hills Town cómo vacaciones, así que ahora nos quedaríamos en la casa, solo nosotros dos disfrutando el uno del otro.

Nathan cocinaba algo que olía delicioso en la cocina mientras yo ponía música en el stereo. Le di play, observando a Nathan. El volteó a verme cuando oyó Oh Darling de The Beatles y sonrió sin dejar de revolver la olla.

—Se que te gusta esta canción. —Me acerqué y lo abracé por la espalda para dejar un beso allí.

—Me conoces muy bien —dijo ladeando la cabeza. —Esto ya casi está —avisó mientras yo asentía con la cabeza para poner platos sobre la mesa.

Su celular comenzó a sonar en algún lado de la sala. Lo buscó con la mirada y lo encontró sobre la repisa de libros.

Apagó la llama del fuego, caminó hasta allí y bajó un poco la música para contestar luego de sonreír ante la persona que lo llamaba.

—¿Que pasa, hermano? —Lo observé mientras dejaba dos platos en la mesa, sabiendo que era alguno de los Clarke.—¿Que? Eso no es posible.

Su sonrisa se borró al instante. Su mano apoyada en el equipo de música cayó al lado de su cuerpo luego de apagarlo y su rostro se volvió algo pálido, sin poder creer lo que oía. El no era de exagerar situaciones y sabía que algo malo había pasado, o estaba por pasar.

—Nathan, ¿qué pasa? —pregunté al instante y autoritaria.

El continuó oyendo la voz en su teléfono, con la mirada perdida en el suelo. Se pasó la mano libre por el cabello, algo sorprendido y frustrado. Yo aún seguía allí parada como una estúpida con los dos vasos de vidrio en mi mano, esperando que me dijera que sucedía.

—No... Está bien. Yo... le digo. Gracias Cato —apenas susurró para cortar el teléfono.

Mi corazón palpitaba, sabiendo que no quería saber la respuesta de lo que iba a preguntar. Pero antes de hablar, el me interrumpió.

—Tenemos que volver a Hills Town —dijo en un hilo de voz. Fruncí el ceño, sin entender nada. ¿Apenas acabábamos de regresar y teníamos que volver?

—¿Que sucede? —pregunté casi sin aire, parpadeando algunas veces.

Lo primero que pensó mi mente fue que algo podía haber pasado con Irina o su bebé. Luego pensé en Bernarda teniendo algún tipo de accidente en las escaleras. Y entonces millones de ideas de todos los Clarke involucrados en alguna catástrofe aparecieron en mi mente, lo que logró alterarme por dentro.

Apretó el celular en su mano y tragó saliva con dureza. El abrió la boca para hablar, pero mis odios no quisieron escuchar lo que dijo. Mi corazón dejó de latir y sentí que me caía al suelo. Mis manos sudadas soltaron ambos vasos, logrando que se estrellaran contra el suelo, rompiéndose en mil pedazos cerca de mis pies. Mis oídos no quisieron escuchar lo que dijo, pero lo hicieron...

—Elías no está muerto.

Controversia (Trilogía completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora