Capítulo Uno

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Sentir dolor era normal. Todo el mundo ha sentido dolor en su vida. Pero el que sentía Sabrina era totalmente diferente al que alguna vez pudo tener. Era como si un camión la hubiese atropellado y luego cinco perros rabiosos la hubiesen mordido por todo su cuerpo. Hasta respirar le dolía. La última vez que se había sentido así fue cuando tenía ocho años y se cayó del árbol de la casa de su abuela. Su madre le había avisado que no lo trepase, pero ella necesitaba ver al nieto del vecino de su abuela. Era tan guapo y listo... Todos los veranos desde que tenía 6 años escalaba ese árbol para verlo. Claramente él nunca le hacía caso. De hecho, había oído más de una vez cómo se burlaba de ella y de sus intentos patéticos de acercarse. Fue su primer amor, un amor un tanto tóxico. Pero, desde que se cayó y casi se rompió la crisma, se olvidó de él... más o menos

–No ames a alguien que te hace sufrir –le había dicho su abuela. Y desde entonces se olvidó de ese chico... Más o menos. Andy era difícil de superar.

Se sorprendió mucho al saber que su abuela conocía su amor platónico por Andy pero agradeció el consejo. Fue ella quién la consoló, mientras que sus padres... Ellos la regañaron mucho. Sus padres... Ese era otro tema bastante, ¿cómo decirlo? Interesante. Sí. Ese era un buen eufemismo. Obviamente no se llevarían el papel de mejores padres del mundo ni aunque quisieran, pero seguían siendo sus padres y los quería.

–Su pelo es suave –comentó alguien que la hizo volver al presente.

Aún podía escuchar unas voces. ¿Serían ángeles? No lo creía. Eran muy chillonas para ser de ángeles. Y los ángeles seguramente no olían a sudor, mucho sudor. Ese olor le recordaba las clases de educación física, cuando el profesor mandaba hacer equipos y ella, al quedar sola, la ponían con el grupo de chicos guapísimos. Como se creían tan importantes, nunca querían que nadie se uniese a su grupo y siempre les faltaba un integrante, es decir, ella. Y, claramente, la miraban con odio cada vez que se ponía entre ellos. La verdad era que, era tan torpe, que nadie quería que estuviese en su equipo.

¿Le dolía? Un montón, pero más le dolía los balonazos. Al menos, cuando estaba en el grupo de los chicos guapísimos, estaba protegida. Siempre se ponía detrás de ellos y nadie le daba porque ellos eran realmente buenos en cualquier deporte. 

–¿Qué crees que haces, Mark Evans? –Gritó una chica enfadada.

Sabrina quiso abrir la boca y decirle que dejase de gritar, que le estaba dando dolor de cabeza, pero, por algún motivo, no pudo decir ni una sola palabra. Su garganta estaba seca y le palpitaba la cabeza. 

–Es una... una... una... chica –titubeó uno, haciendo que Sabrina rodase los ojos en su mente.

"Vaya, pensé que era un cefalópodo", pensó irónica. "Hombres, son todos idiotas".

–Eres mi observador, ¿eh?

–Gracias, eso me dice mi mamá –replicó el chico con voz muy digna 

De repente sintió como alguien le tocaba la planta de los pies. Un lugar sagrado y peligroso, porque al menor toque se moría de la risa. Y tal vez fue eso lo que hizo que su cuerpo reaccionase.

Sintió como unos dedos tocaban la planta de su pie derecho y la risa la inundó de repente. Su cuerpo comenzó a convulsionar y oyó murmullos de preocupación. "Para, por favor, para, no aguanto más. Me meo, me meo..." suplicó en su cabeza Sabrina. Y, como cualquier persona que sufre de cosquillas y quiere que paren, comenzó a retorcerse como un gusano fuera de la tierra.

–Para ya, se va a morir –gritó la misma chica de la otra vez, preocupada.

–¡¡Está convulsionando!!

–¡¡ATAQUE EPILÉCTICO!! 

–¡¡ALERTA 4, ALERTA 4!!

–¿Pero esa no es la de ahogamiento?

Otro mundo [IE] ✔️Where stories live. Discover now