Capítulo Dieciséis

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Erick y Sabrina estaban paseando tranquilamente por la rivera. Ambos se encontraban en silencio, sin ánimos de decir nada. No era un silencio incómodo, era de esos que hablaban por sí solos. Ambos estaban preocupados por Mark, estaba demasiado obsesionado con lo de sacar la Mano Mágica. Estaba en el parque de la torre, entrenando con su rueda vieja. Axel le había dicho a la chica que él y Jude irían a ayudarle. En cierto modo, eso le tranquilizó. Jude era la voz de la razón y evitaría que Mark hiciese una locura, como matarse a entrenar.

Mientras, Erick no paraba de pensar en el cambio que había sufrido la chica. La primera vez que la había visto, no entendía nada sobre el fútbol, de hecho podía afirmar que no le gustaba. Pero ahora, ahora sus ojos brillaban como los de un loco del fútbol. Puede que ella no se diese cuenta, pero sus ojos se iluminaban cada vez que escuchaba o veía algo relacionado con el fútbol. Él conocía ese brillo porque él también lo tenía.

–Erick, ¿crees que ganaremos el partido contra el Zeus? –Le preguntó, genuinamente preocupada.

–Estoy seguro de que sí –le respondió sin titubear.

Sin embargo, ella no sentía la misma seguridad.

–Pues yo no –Erick la miró con curiosidad–. Mark no parece poder lograr esa supertécnica y se encuentra desesperado.

»Él es la piedra angular del equipo –murmuró, llamando la atención de Erick–. Si él cae, todos lo harán... tarde o temprano.


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Al día siguiente parecía que nada hubiese pasado. Mark estaba otra vez animado. Iba de un lado para otro tratando de encontrar lo que significaba la frase: "La clave está aquí", que sinceramente, ya le empezaba a dar dolor de cabeza a Sabrina. Todo el día había estado repitiéndolo. Había probado miles de cosas, entre ellas, parar balones con su torso y contener su respiración, tratando de descubrir a qué se refería su abuelo.

Sinceramente, esa frase podía significar muchísimas cosas.

–Sabrina, ven –la llamó Celia, sacándola de su ensimismamiento.

La aludida siguió a la gerente hasta la caseta. Allí dentro, sobre las mesas, estaban dos cazuelas hasta arriba de arroz. ¿Para qué querían tanto arroz? A ver, Mark y Jack comían muchísimo, pero... ¿tanto?

–Vamos a hacerles bolas de arroz –anunció ilusionada Silvia.

"¿Bolas de arroz?" Sería una broma, o eso esperaba. Ella no es que fuese muy buena cocinando.

–¿Qué?

–Sí, hemos pensado que animaría a los chicos –sonrió Celia dulcemente–.

»Te apuntas, ¿verdad?

Quiso negarse. De verdad que sí. Pero la mirada que le lanzó Celia fue demasiado enternecedora. 

–Pues...

–Me lo tomaré como un sí

Así, con una mirada decidida, Nelly cogió la cuchara con bastante arroz y, pese a que Celia y Silvia les habían advertido de que quemaba, echó de golpe todo el arroz sobre su mano.

–¡Quemaa! –Gritó, sacudiendo su mano y esparciendo todo el arroz por toda la caseta.

En menos de cinco segundos, todo esta perdido de arroz.

–Oye, Nelly, ¿tú nunca has cocinado, verdad? –Le preguntó Silvia, con una sonrisa nerviosa.

–Claro, como es una chica de la clase alta –comentó con gracia Celia.

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