Capítulo Once

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No le gustaba nada lo que veía. Un duelo de fútbol. ¿Cómo podía meterse Mark en esos berenjenales? Era un imán de los problemas.

Lo cierto era que ni siquiera se había dado cuenta de cómo habían llegado hasta esa situación.

Sabrina estaba siempre al lado de Xavier. Habían hablado y Xavier había aceptado la decisión de la chica.

–Espero que no me odies –le había dicho, compungida.

–Nunca podría.

Toda la noche la pasaron juntos. Si Sabrina quería ir al bufet, Xavier la acompañaba. Si quería beber algo, Xavier le iba a buscar una copa. Si quería ir al baño... bueno, Xavier no iba, pero le pedía a Silvia o a Celia que fuesen con ella. El caso era no perderla de vista.

Jude lo había visto todo y sospechaba lo que pasaba. Xavier se arrepentía de todo lo que le había pasado a la chica por culpa de su padre. Y no perdiéndola de vista era un método de redención.

Pero, al igual que había observado al chico, también lo había hecho con la chica y había descubierto cuál era el motivo de sus miradas ausentes. La chica deseaba que alguien en específico la sacara a bailar. Pero ese alguien no parecía querer darse cuenta, ni dar el primer el paso para pedirlo, lo cual hacía a la chica desesperarse.

"¿Por qué lo haces tan complicado, Axel?", pensó con una sonrisa. "Si solo la sacaras a bailar..."

Y entonces, como si hubiera escuchado al estratega, Axel Blaze se acercó a paso titubeante hacia Sabrina.

–Se viene fuerte –comentó gracioso Caleb, deseoso de ver algo divertido en esa fiesta y, ¿qué daba más emoción a una fiesta? Exacto, el drama.

Pero, el drama que llegó no era el que Caleb esperaba.

–Sabrina, ¿quieres... te gustaría...? –Titubeó nervioso el delantero.

Sabrina sonrió y, antes de aceptar su propuesta, la risa de Edgar inundó sus oídos.

–Solo he dicho lo que parecía, que estaba muy propio –respondió con malicia en la voz.

–Un momento –interrumpió Willy–, si no me equivoco acaba de faltarle el respeto a nuestro capitán.

Y así acabaron. Con ambos capitanes en la cancha, dispuestos a hacer un duelo.

–No me gusta nada esta idea –susurró, cruzándose de brazos.

–¿A qué te refieres? –Preguntó Cami, sin entender nada.

–No lo sé Cami, pero ese chico no tienes buenos planes.

Camelia asintió. Ella no se sentía así, pero confiaba en quien empezaba a considerar su amiga.

Sabrina observó como Edgar Partinus se disponía a chutar y su ceño se frunció aún más. No tenía un buen presentimiento.

–¡¡Excalibur!!

El balón fue en línea recta hacia la portería, dejando un gran destello de luz azul a su paso. Era un tiro veloz de mucha fuerza. No le hizo falta ver más para saber el desenlace: Mark no podría pararlo.

–Puño de Furia –y no lo paró.

Todo el equipo fue hacia Mark, excepto la chica. Edgar pasó junto a ella con una sonrisa petulante, a sabiendas de que el partido estaba ya ganado

–Una dama como tú no debería presenciar estas cosas –le susurró al oído–. ¿No deberías estar con tus amigos en el campo?

–Mis amigos pueden vivir sin mí –respondió cortante.

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