Capítulo Tres

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Sabrina miró todo a su alrededor. La habitación en la que se encontraba era muy cómoda y cálida, pese a no ser muy grande. En comparación con su habitación, la que le acababan de asignar era una cuarta parte. Según había entendido una vez, sus padres decidieron tirar una pared y unir dos habitaciones, por ello que su habitación fuese tan grande. Igualmente, prefería mil veces tener una habitación pequeña, cálida y cómoda, que una tan grande, vacía y que apenas llenaba. Muchas veces había pensado que sus padres le habían hecho una habitación tan grande para que no saliese mucho de ahí.

–Utiliza la ducha de tu habitación, cariño, que para eso te hemos puesto un baño particular

–Tienes televisión en la habitación, ¿no? Puedes ver ese programa ahí

–No entra en la nevera, utiliza la de tu habitación

Y miles de frases como esas era las que escuchaba a diario. Ella sabía que la querían, pero muchas veces actuaban como si fuera una molestia

Por eso mismo, acostumbrada a ser considerada como una extraña en su propio hogar, que Mark y sus padres la hubieran acogido tan bien la extrañaba. Era algo que se sentía muy bien, no lo iba a negar, pero no estaba acostumbrada y se le hacía raro. Se dio cuenta de que Mark tenía mucha suerte de tener unos padres tan amables y cariñosos. Y tan predispuestos a dejar que una desconocida se quedara en su hogar... Más o menos

–¿Tienes dónde quedarte, Sabrina?

–Pues...

–Por supuesto que no tiene, idiota –la cortó Nelly con una mueca furiosa–, si ha perdido la memoria

–Entonces, ¿no sabes dónde está tu casa?

Técnicamente era cierto, así que se permitió asentir sin sentirse culpable. No mentía del todo, ¿no? Ciertamente no sabía a ciencia cierta dónde estaba su casa

–¿Y qué harás cuando oscurezca?

–Pues ahora que lo preguntas... –dudó, dejando la frase en el aire. Los demás la miraron con pena. No se imaginaron lo duro que debía ser perder la memoria

–¡¡Tengo una idea!! –Exclamó emocionado Mark con una palmada–. Puedes quedarte en mi casa

–Pero capitán...

–Por mí no hay ningún problema –sonrió, mostrando todos los dientes

–Ya, pero es que yo... Es que ni siquiera me conoces, Mark

–Da igual –se encogió de hombros como si fuera algo normal ofrecer tu casa a un extraño–, me caes bien y no pareces mala persona

»¿Entonces?

Sabrina miró con duda sus dedos. ¿Estaba segura de lo que estaba haciendo? Apenas lo conocía. Sería muy incómodo meterse en su casa así por así. Estuvo por negarse, por decirle alguna mentira sobre que ya encontraría algún sitio, pero Mark interpretó su silencio como una afirmación

–Genial, pues vamos –la cogió de la mano y tiró de ella con fuerza. Cuando quiso darse cuenta, estaba corriendo tras él

–¿A... A dónde?

Ni siquiera le respondió. Solo entró en una casa como un torbellino. Se quitó con rapidez las zapatillas y tiró de ella a la cocina.

–Mamá, he traído a una invitada

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