Prólogo

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Era de noche cuando un 13 de Octubre Park Jimin abría sus ojos por primera vez, gracias al temprano desarrollo de su lobo los colores brillantes de las antorchas que lo rodeaban hacía que sus pequeñas pestañas se entrecerrasen por instinto. Los presentes celebraban eufóricos el nacimiento de su príncipe heredero, ya que después de tantos años la Reina pudo dar a luz a un cachorro sano.

La noticia no tardó mucho en extenderse por todo Spiraea, y poco a poco la alegría de todos los pueblerinos fue manifestada en festivales que duraron incluso semanas.

No era de esperar el que el reino vecino se enterase de la noticia, éstos habían mandado sus felicitaciones por medio de una carta y una invitación por presentar a los herederos de ambos reinos en un futuro cercano. Si bien hacerlo desde una edad tan temprana era precipitado, ellos creían mejor el que se conocieran desde ese entonces, y si llegaban a congeniar claramente ambas familias se pondrían manos a la obra para aquel posible casamiento.

. . .

Unos cuantos años después dos niños corrían alegremente en los límites del castillo de Pavonia, cada quien con una flor que habían arrancado del meticulosamente cuidado jardín de la reina. Ambos niños se meterían en problemas y a pesar de saberlo aún con sonrisas en sus rostros siguieron jugando.

Algunos minutos después sucedió lo inevitable, la reina estaba roja de la furia y mientras se acercaba a ambos infantes intentaba con todas sus fuerzas regular su respiración. Cuando finalmente logró calmarse se agachó a su altura y tomó la mano de su hijo mirándolo a los ojos.

—¿Puedes decirme qué estaban haciendo Jimin y tú en mi jardín? Sabes que es especial para mí, mi cielo.

Eso era algo digno de admirar de la reina, siempre trataba con respeto y hablaba con una voz muy suave con los demás incluso si sus emociones no estaban del todo bien. Su hijo era muy afortunado.

—Lo siento mami, es que Mimi dijo que le gustaban las flores...

—¡L-Lo siento mucho, Su Majestad! —Exclamó Jimin con sus mejillas completamente enrojecidas, estaba tan avergonzado por tal atrevimiento. Aunque más en el fondo sentía un miedo increíble por que la Reina hablara con su madre, ¿Qué tal si lo castigaba o no lo dejaba ir a sus clases de equitación? ¡Eso no podía ocurrir!

La Reina guardó silencio por unos segundos analizando de pies a cabeza al pequeño Omega sosteniendo la flor detrás de su espalda, entonces dejó escapar una risilla que logró calmarlo casi al instante.

—No hay de qué preocuparse, ¿Sí? Sólo voy a pedirles que esto no se vuelva a repetir, ¿Me lo prometen?

Ambos niños asintieron ante su pregunta y siguieron a la mujer por el largo pasillo que llevaba a la cocina, ya era hora de la merienda y ella les había prometido preparar uno de sus más famosos postres aún si era a espaldas de su esposo.

Y a lo lejos podía verse a otra persona ocultándose entre unos arbustos con un hombre detrás de él colocando una de sus manos en su hombro.

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