capítulo 41.

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ANTO.

Me bajé del taxi maldiciendo entre dientes. Mi madre durante todo el trayecto del colegio hasta la casa me había regañado y dicho de todo.
Entre en la casa y subí de una carrera las escaleras hasta mi cuarto. Ya no quería escucharla. No quería saber nada de nadie. Me sentí ahogada. Cabreada. Aburrida con todo.
-¡Antonella ven aquí, que no he terminado!- gritó mi mamá desde el inicio de las escaleras.
-¡pero yo ya acabé!- dije cerrando la puerta de mi habitación de un golpe. Me quité con prisa el uniforme y lo tiré sobre la cama. Me puse un pantalón y chaleco. No tenía pensado quedarme ahí encerrada. Tomé las llaves de la casa y salí del cuarto. No tomé el móvil ya que no tenía intención de hablar con nadie. Bajé las escaleras con la misma prisa con la que las había subido.
-¡Antonella!- llamó mi mamá. Entré en la cocina y saqué las llaves del auto de papá.- ¿qué haces? ¡Antonella!.
No preste atención a los gritos de mi madre. Salí de la casa. Me monté en el auto. Vi a mi mamá salir a mi encuentro. No la dejaría controlarme. Le puse el seguro a la puerta y arranqué el vehículo. Llegué a la calle. Mi mamá aún seguía gritando, la ignoré. Apreté el acelerador y desapareci.
Conduje sin pensar en ir algún sitio. Necesitaba alejarme de todo por un par de horas. Desde lo que había ocurrido por la mañana me sentía rara. Sentía la necesidad de estar sola, y apartarme de todo.
Conduje por varios minutos. Dando vueltas por el centro, y luego por la costa.
Sin darme cuenta llegué al sitio en el que había estado meses atrás con Miller. La feria ya no estaba. Las luces de la rueda de la fortuna ya no se reflejaban en el agua. Y ahora ese lugar carecía totalmente de aquella alegría viva que se mezclaba con la brisa oceánica. Apagué el motor del auto y me bajé. Justo frente a mi estaba la banca en la que habíamos estado esa tarde. Fui hasta ella y me senté. Contemple en completo silencio el mar. Dejé que el sonido de las olas rompiendo en las rocas inundara mis oídos. Cada vez me sentía peor. Cada instante que pasaba sentía como me iba volviendo más miserable. Y todo sin saber por qué. Algo en mi no se encontraba bien. Algo en mi interior quería liberarse.
Pasé ambas manos por mi cabello. Necesitaba entender qué era lo que me ocurría. Quería compañía, pero a la misma vez deseaba estar sola. No entendía eso. No entendía nada.
Me recosté en la banca, y miré hacia el cielo. La tarde venía encima. Todo comenzaba a ponerse de un color anaranjado. Una punzada intrusa hizo hundir mi pecho. Cerré los ojos y los cubri con mis brazos. No entendía a que venía ese extraño comportamiento. Quizá, y trate de familiarizarlo, se debía a todo lo que había ocurrido con Miller y Brandon. Había sido un día asqueroso, y quizá eso me había fatigado.
Estaba ya más calmada cuando un destello atravesó mis párpados y un susurro rozó mis oídos.
-"él ya lo sabe".- me enderecé de golpe. Mi pulso se disparó, y mis párpados se dilataron. Me asusté tanto que ya no me creí capaz de seguir allí sentada. Me paré a toda prisa, y corrí hacia el auto.
La noche ya se habia instalado sobre mi cabeza. Las estrellas parpadeaban como si fuesen un millón de ojos escandilados por alguna luz. El frío intruso buscaba pellizcar mi piel cubierta por la ropa. Y el océano rugia con fuerza reclamando territorio.
Arranqué el auto y salí de allí, con una prisa increíble. Me sentía igual a cuando se tiene un golpe de adrenalina. Pero esto no era eso. Algo más hacía que mi corazón palpitara con tanta fuerza y rapidez. Conduje de regreso a casa, en seguesida.
Una vez que llegué no me percaté de si había estacionado bien el auto, simplemente me bajé y entre en la casa.
-¿dónde andabas?- dijo mi mamá de pié frente a la puerta.
-necesito pasar- ignoré su pregunta.
-Antonella, te acabo de hacer una pregunta- repitió ella- ¿dónde mierda andabas?.
-mamá por favor, déjame pasar- mi voz se iba apagando cada vez más.
-¿qué tienes?.
-por favor Rebeca, deja que entre- le dijo mi papá. Mi madre de mala gana se hizo a un lado. Entré rápidamente en la casa. Le pasé las llaves a mi papá y subí a mi cuarto.
-¡Antonella!- gritó papá con cierto tono preocupado. Lo ignoré también a él. Entre en mi habitación y cerré la puerta. Una vez ahí dentro no sabía que hacer. Me senté en la cama, y de inmediato me puse de pié. Fui hasta el baño a mojarme la cara a ver si así se me quitaba esa extraña sensación. Pero nada. Seguía igual.
Al salir del baño otra punsada hizo doler mi pecho. Una especie de angustia se acumulaba mezclándose con desesperación. Mis palpitaciones eran similares a las que tenía cada vez que hacia deporte. Me sentía ahogada, como si estuviera encerrada en una caja de madera. De la nada me sentí mareada, todo a mi alrededor se tornó negro e inestable. Asustada me dejé caer al suelo. Me escondi en el espacio que quedaba entre mi armario y el baño. Mis manos comenzaron a temblar, haciendo que un cosquilleo extraño recorriera todo mi cuerpo. El dolor en mi pecho se intensificó dándome la sensación de que algo lo empujaba hacia adentro. El repentino ahogo me hizo desesperar. Me lleve ambas manos al pecho, comencé a rasguñarlo queriendo de alguna forma abrir una especie de puerta que ayudara a pasar más aire. Todo era inútil. Mi cabeza se abombó. Un pitillo en mis oídos me impidió escuchar alguna cosa. Dejé de sentir mis manos. Sentí que moría. El aire ya no entraba a mis pulmones, haciendo que dolieran. Toda mi espalda dolia. Comence a llorar de desesperación, grité pidiendo ayuda. Ya no veía nada, no sentía nada además del dolor que quemaba mi pecho, y no escuchaba nada además de mi respiración y mis gritos.
Cuando ya creía que moriría mi madre entró corriendo a mi dormitorio.
-hija- escuchaba su voz a lo lejos.
-¡mamá! ¡ayúdame!- le pedí. Ella se arrodilló junto a mi y me abrazó.- ¡no respiro! ¡me muero!- sollosaba mientras trataba de respirar. Rasguñe con tanta fuerza mi pecho que mis dedos ardieron. Mi madre apartó mis manos y las sostuvo.
-¡Carl ven aquí! ¡date prisa!- gritaba histérica mi madre. Aún me sostenía de las manos. Me sentía en el infierno. Lloraba tratando de recuperarme. Veía todo borroso. Las imágenes proyectadas frente a mi temblaban y se distorcionaban. Apreté las manos de mi madre sintiendo el temor recorrer mi cuerpo adormecido. Vi a mi padre entrar corriendo a la habitación, sus ojos prácticamente se salían de órbita mientras miraba con espanto lo que a mi me ocurría. También vi a los gemelos de pie atrás de él, asustados y a punto de echarse a llorar. Eso, fue lo último que vi. Mi cuerpo perdió fuerza, y mis ojos se cerraron sin aviso.

¿Qué Oculta Profesor Miller? (Borrador)  Where stories live. Discover now