capítulo 66.

848 83 34
                                    

LUCAS.

La sorpresa en su rostro y la luz que la iluminaba la hacían lucir aún más bella de lo que mis ojos la veían. Su cabello ondeaba libre con la brisa fresca de la noche.
Se veía tan hermosa que me parecía un sueño. Sentí como si todo lo malo se hubiese vuelto polvo, y que la brisa que rozaba nuestros cuerpos se lo hubiese llevado lejos. Eso provocaba ella en mi, y ahora podía entenderlo. Por ella era capaz de vivir mil infiernos con tal de conseguirle el paraíso.

Vi sus ojos brillar, tanto que parecía como si el cielo estrellado hubiese sido capturado por ellos. Sus labios se elevaron formando una dulce sonrisa. Esa que también me hacía sonreír.
Caminó hacia mi con paso firme, sin apartar la vista de mis ojos. Abrí mis brazos esperando por su cuerpo. En vez de eso ella capturó mis labios. Aferrandose a mi cuello, me besó. De una forma en la que jamás lo había hecho antes. Como si fuese el último, el primero, uno de tantos. Como si temiese que aquel momento se esfumara. Se aferró a mi como si me fuese a escapar de su lado. Rodee su cintura dándole a entender que eso jamás ocurriría. Que sin importar lo que fuese a ocurrir yo siempre y para siempre estaría a su lado.

- creí... - dijo apartando sus labios de los míos y mirándome - creí que no te volvería a ver.
- ¿por qué creiste eso? - sonreí acariciando su rostro humedecido por las lágrimas.
- por todo lo que pasó... - susurró - todo fue mi culpa.
Seque con mis pulgares sus lágrimas.
- no digas eso - susurre - lo que pasó jamás será tú culpa.
- pero por mi te llevaron detenido. - su voz temblaba esforzándose para no quebrarse. Sin poder resistirme besé nuevamente sus labios. De forma dulce y delicada.
- y por ti no me hubiese importado pasar años encerrado.
- no digas eso. - pidió.
- es lo que provocas en mi.
Al oír eso las lágrimas salieron lentamente de sus ojos. No pestañeo. Simplemente me observó.
- creí que te había perdido - soyozo.
- jamás me perderás.
- prometemelo.
- no - negué con la cabeza - te lo demostraré.
Antonella sonrió, y con una de sus manos me dio un pequeño golpe en el pecho.
- me habías asustado.
- lo lamento - sonreí.
Nos miramos por unos segundos, para luego terminar abrazados. Sus brazos rodearon con fuerza mi cintura, y su rostro se perdió en mi pecho. El aroma de su cabello me embriagaba, hacia que todas las flores que nos rodeaban envidiaran el dulce olor a miel y yogurt de su negra cabellera.
Terminamos con el abrazo cuando la oí reír por lo bajo.

- ¿qué ocurre? - le pregunté sonriente.
- no sabes el miedo que traía - dijo cubriendose el rostro.
- se te notaba - bromee.
- ¿cómo se te ocurre hacerme algo como eso? - inquirió golpeando suavemente mi pecho. - casi me da algo creyendo que eran traficantes de órganos.

Solté una carcajada al escuchar su voz avergonzada. Sus mejillas estaban sonrojadas y sus labios no dejaban de sonreír.
La observé pacientemente como si esa fuese la primera vez que nos veíamos. Como si hubiesen pasado años en vez de una noche.
Aún no podía creer todo lo que aquella chica me hacía sentir. Toda la vida que sentía correr por mis venas cada que mis ojos la miraban. No podía creer que gracias a ella había aprendido lo que era vivir. Lo que significaba respetar la vida, y sobre todo lo que era sentir.
Antes de ella el único sentimiento existente en mi era el temor. Temor por Natacha, temor por ser asesinado, temor por no asesinar, temor por perder a la única persona que en ese entonces se preocupaba por mi.
Mi vida entera era una nube oscura donde lo que predominaba era el temor. Y aunque suene empalagoso, la chica que ahora sostenía entre mis brazos, poco a poco me fue enseñando lo que había más allá de esa nube. Lo opuesto al temor. Me enseñó que si existía un sentimiento más grande y poderoso. Me enseñó a amar.

- ¿en qué piensas tanto? - preguntó Antonella con voz suave.
- pues...- dije volviendo a la realidad - en que si no nos damos prisa la cena se enfriará.
Antonella miró hacia la mesa que le estaba apuntando y sonrió.
- ¿tú preparaste todo esto? - preguntó sin ocultar la sorpresa que brotaba de entre sus palabras.
- con ayuda de unas adas madrinas - dije, bromeando un poco.
- ¿Ricky es una de ellas? - preguntó aguantando una carcajada.
- exacto. Él es como el Ada de la Cenicienta. Claro, la versión humana, no la de la caricatura.
- ¡pobre Ricky! - exclamó antonella sin poder parar de reír.- ya hasta me lo imaginé con los rizos rubios, el vestido y los pechos casi tocandole la nariz.

¿Qué Oculta Profesor Miller? (Borrador)  Where stories live. Discover now