capítulo 59.

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LUCAS.

Mis ojos estaban puestos en el hombre sentado frente a mi. Su semblante cansado y aburrido le hacía parecer más viejo. Viéndolo a simple vista parecía de sesenta y tantos, pero si quitabamos toda esa aura agobiada que lo rodeaba, su barba descuidada de quizá cuantos días, y su ropa sucia seguramente se vería más joven, de unos cincuenta y algo por lo mínimo.

El dolor que sentía en mi cuerpo me impedía siquiera pensar. Luego de que la adrenalina abandonó mi sistema, el dolor provocado por los golpes se hizo presente. Me ardía todo producto de las magulladuras. Mi rostro latía sintiendo como la sangre se iba acumulando allí. Todo consecuencia de las patadas que Brandon me había dado.
Mi estado anímico estaba literalmente por el piso. No tenía ánimo ni siquiera para moverme del lugar en el que estaba sentado.
El suelo de aquel calabozo estaba frío y húmedo. El olor a moho se colaba por mis fosas nazales causando que mi estómago se revolviera y que mi mente volviera al pasado...

Las paredes de cemento me rodeaban. Estaban frías, húmedas y cubiertas de moho. Todo estaba oscuro. Mis ojos no veían nada más allá de la tenue linea de luz que se dibujaba bajo la puerta de Fierro.
Era como estar en una caja, que despiadadamente fue lanzada a un poso vacío y fue abandonada allí durante semanas.
De rodillas, y con ambas manos apoyadas en el piso recorrí aquel lugar, queriendo inútilmente llegar a la puerta.
Las lágrimas escurrian por mis mejillas, y ya que andaba a gatas los mocos corrían con total libertad por mi mentón.

- por favor...déjenme salir. ¡Saquenme de aquí!.

Como pude llegue a la puerta. Con las manos ahora pegadas a ella me puse de pie. La golpee con todas mis fuerzas. Aseste puñetazos y patadas tratando de llamar la atención de alguien allí afuera. Estaba desesperado y muy asustado. Ya en más de una ocasión había visto a los Voyska llevar hombres hasta ese lugar, y no les permitían salir hasta que cumplían su castigo, o hasta que su corazón dejase de latir. Algunos ni siquiera salían.
La pestilencia de aquel calabozo producía más temor en mis entrañas. Cada rincon de aquel lugar estaba impregnado con el olor a carne descompuesta. De tan sólo pensar que, a unos cuantos pasos apartado de mi había un cadáver, producía que mi pequeño corazón se acelerara al mil...

El tono gris opaco de las paredes producía un estado depresivo en quien las mirase. En la muralla del lado derecho, por sobre nuestras cabezas había una pequeña ventana en forma rectangular, abarrotada con fierros color blanco.
Los barrotes de la celda, en cambio, eran de color gris carentes de brillo. Opaco y un tanto oxidados.
Fuera de aquella jaula había un pequeño escritorio. Sobre el una computadora, carpetas, y una taza de café.
El policía de turno en esa sección miraba un pequeño televisor acomodado en una de las esquinas. Todo aquello producía una horrible sensación de familiaridad, que, como un cosquilleo recorría mi cuerpo, tanto por fuera como por dentro...

- ¡sé que hay alguien ahí fuera! ¡le oigo respirar!.

Con los puños volví a golpear la puerta.
Como si mis gritos hubiesen resonado en todo ese inmenso túnel, la escotilla corrediza sobre mi cabeza se abrió de golpe. Un rostro sombrío se asomó. Pude sentir en ese momento como me escudriño con la mirada.

- ¡cierra la boca niño! ¡no saldrás de aquí hasta que cumplas con tu castigo!.

La voz era dura, potente y resonante. Las palabras se dispararon clavandose en distintas partes de mi cuerpo.
Ya sabía que no había forma, o fuerza existente que me ayudase a salir de allí, pero mi desesperación era tan grande que no importaba si quedaba afónico pidiendo misericordia.

- ¡no me pueden dejar aquí! ¡yo no hice nada!.
- ¡le disparaste a un Voyska mocoso insolente!.
- ¡él golpeó a mi amigo!.
- ¡ustedes no tienen derechos! ¡son soldados, máquinas! ¡USTEDES SON SIMPLEMENTE ARMAS! ¡podemos hacer con ustedes lo que se nos plazca!.
- ¡eso no es justo! ¡somos niños, no tenemos por qué ser tratados así!.

¿Qué Oculta Profesor Miller? (Borrador)  Where stories live. Discover now