capítulo 53.

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LUCAS.

Antonella se subió a la silla. Apresurado le di un trozo de cinta adhesiva para que pegara lo más rápido posible el otro extremo de la guirnalda.
Mientras ella hacia eso vigilé que ninguno de sus compañeros la mirara. Posiblemente me veía como un idiota, cosa que no me importaba. No me agradaba la idea de que alguno de ellos se pasara de listo. No tenían por qué mirarla.
Yo bien sabía que a esa edad los jóvenes no pensaban en unicornios y mariposas al mirarle alguna parte del cuerpo a una chica. Las hormonas y los deseos andaban siempre a flor de piel.

Fijé mis ojos en Gastón, quien descaradamente se había detenido a mirar el trasero de Antonella. Me moví un poco, y en un intento de obstruir su visión me paré detrás de ella. Lo que provocó que mi cabeza le cubriera.
Los ojos de Gastón se posaron en mi. Endureci el gesto y alce una ceja.
- ¿se le perdió algo Uribe? - inqueri cruzandome de brazos.
- no profesor - respondió rápidamente.
- entonces vuelva a su trabajo.
El chico asintió con la cabeza y volvió la vista a sus quehaceres.
Giré a mirar a Antonella, quien estaba dando los últimos toques a la guirnalda.
- ¿cuánto te falta? - pregunté.
- sólo presiono un poco más la cinta y listo.
Y eso hizo. Le dio unos cuantos golpecitos procurando que no se despegara luego.
- ya está - dijo ella.
- al fin. Ven, te ayudo - le alargue una mano con la intención de que la sostuviera. Ella la aceptó y le ayude a bajar.
Una vez que sus pies tocaron el suelo me acerqué a su oído.
- Gastón miró tu trasero - le susurré.
- ¿y qué hay con eso? - alzó una ceja.
- te advertí que si alguien te miraba te daría una nalgada.
Antonella soltó una exagerada carcajada - como si te atrevieras - dijo burlona.  Sonreí de soslayo. Finalmente había conseguido lo que quería. Que ella me provocara.
La dejé dar un par de pasos. Cuando ya estuvo a un metro de distancia de mi comencé a caminar. Justo en el instante que pasé por su lado deje caer una de mis manos en su glúteo izquierdo. Antonella dio un brinco y contuvo un pequeño grito que había buscado escapar de entre sus labios. El choque de mi mano causó un pequeño ruido palmeado el cual fue opacado por el bullicio que producía la música.
Una vez que llegué a su mesa giré a mirarla. Ella se había quedado estática con sus ojos tan abiertos que en cualquier minuto se podían salir. Sus mejillas encendidas parecían dos pequeños tomates maduros, y sus labios entreabiertos dejaban en completa evidencia el efecto sorpresa que le había provocado.
Sonreí malicioso al verla. Antonella me conocía pero aún habían muchas cosas sobre mi que ella no sabía. Y una de ellas era que, mientras más me provocaran más me impulsaban a hacer las cosas.
Llegó dando grandes trancos. Se plantó frente a mi y clavó sus ojos en los míos.
- ¿cómo demonios se te ocurre hacer algo como eso? - masculló.
- tu me provocaste.
- ¿qué yo te provoque?.
- lo hiciste. - me encogi de hombros, y sonriendo le guiñe un ojo. Antonella resongo y se sentó en la silla que yo había puesto frente a su mesa.

- ¿Lucas? - habló alguien a mi lado. Giré la cabeza para ver de quién se trataba. Lis estaba de pie junto a mi con el ceño fruncido y una expresión de confusión en todo su rostro.
- ¿si?.
Alternó su vista entre Antonella y yo. - ¿por qué...? - hizo una pausa - ¿por qué le diste una nalgada a la chica? - inquirió finalmente.
Abrí bien los ojos y alce ambas cejas. Remoje mis labios y tragué saliva. Había sido tan idiota que no había considerado las grandes posibilidades de que alguien me viera.
- pues...- rasque mi cuello. Debía pensar en algo rápido.
Obligue a mi mente a trabajar con total velocidad. Una vez que se me prendió el foco respondí - la verdad es que cuando le estaba ayudando a colgar la guirnalda me percaté de que tenía una araña en el bolsillo tracero del pantalón. No le dije nada porque supuse que se asustaria mucho, y no se la quité ahí porque quería evitar escándalos o malos entendidos como éste.
- ¿y tenías que darle una nalgada?.
- no encontré otra forma - me encogi de hombros - qué querías que hiciera, a mi también me dan miedo las arañas.
- ya, ¿y tú  estás bien? - le preguntó a Antonella.
- claro. De hecho ni me tocó. Simplemente me quitó ese arácnido asqueroso.
- pero podía perfectamente haberlo hecho de otra forma.
- ¿y de cuál? ¿acaso no escuchó que le teme a las arañas? ¿pretendía acaso que me la quitara de un mordisco? No verdad. Eso le hubiese escandalizado aún más. O ¿pretendía usted que me la quitara de un sillaso? Porque eso hubiese significado el despido inmediato del profesor. Claro sin mencionar la denuncia a Carabineros por maltrato escolar. Se armaria un embrollo de proporciones olímpicas ¿no cree usted señorita Lis?.
La postura desafiante y relajada en la que Antonella se había recostado en la silla, con ambas manos tras de su cabeza me provocaron un enorme deseo de lanzarme sobre la mesa, tomarla del rostro y besarla.
Realmente aquella chica me encantaba con cada gesto y actitud. Aunque fuesen las más desgarbadas y desdeñosas.

¿Qué Oculta Profesor Miller? (Borrador)  Where stories live. Discover now