capítulo 42.

1.1K 118 31
                                    

LUCAS.

Estaba recostado sobre mi cama. La cabeza me dolía de forma endemoniada. Había tenido un día de mierda. Bien me había dicho Ricky que no me apresurara en volver a dar clases. Y yo, como siempre, me dejé llevar por mis malditas ideas.
Tosi un par de veces al sentir una pequeña puntada en mis costillas. Ya me encontraba bien. Pero en ocasiones las muy descaradas se confabulaban para hacerme sentir incómodo.
Una vez que el malestar pasó dejé que mi vista se perdiera en el techo. Habían tantas cosas dando vueltas en mi cabeza que me era imposible concentrarme en una sola, así que, simplemente me propuse no pensar en nada. Aunque sabía que eso sólo duraría un par de segundos.

-¡mamá! ¡ayúdame!- esos gritos me erizaron hasta el último bello del cuerpo. Me senté de golpe en la cama y seguí escuchando.- ¡me muero! ¡no respiro!- era Antonella. Ella era quién gritaba. No supe qué cosa fue la que pasó por mi cabeza, simplemente supe que debía ir a ver que le ocurría.
Bajé las escaleras de dos en dos, y a toda prisa salí de la casa.
Corrí hasta que llegué al otro lado del cerco. Toqué la puerta de su casa. Pero nadie salía a atenderme.
-¡Carl ven aquí!- los gritos llenos de desesperación de Rebeca no ayudaban mucho a mis nervios.
Golpeé nuevamente, ésta vez con más fuerza. Gracias al cielo alguien escuchó y abrió.
Uno de los hermanos pequeños de Antonella asomó la cabeza por entre la abertura de la puerta.
-hola - me dijo mientras sorbeteaba sus mocos.
-hola pequeño - sonreí fugazmente.- ¿puedo entrar a ver a tu hermana?.
-¿es usted el vecino? - preguntó mientras abría más la puerta.
-si.
-pase.- él pequeño no dijo una sola palabra más, y asiendose a un lado me dejó entrar. Le sonreí en respuesta, y entre. Una vez ahí titubee un poco en sí subir o no, hasta que escuché otro grito. Esa fue respuesta suficiente. Subí las escaleras hasta su cuarto. Al asomarme vi a los padres de Antonella en la habitación. La madre, sentada en el suelo junto a ella, temblaba al tiempo que la sostenía entre sus brazos. Mientras tanto su padre marcaba de forma torpe un número en su teléfono. Miré al otro hermano pequeño llorando de forma desconsolada en un rincón.
Con el temor a flor de piel volví a posar mi vista en las dos mujeres. Antonella estaba con los ojos cerrados, pálida, sus párpados rojos, y su cuerpo carecía totalmente de fuerza. Esa imágen terminó por despertar el miedo y desesperación dentro de mi.
-¡Antonella!- Di un paso dentro de la habitación. Los padres y hermano voltearon inmediatamente a mirarme. No les presté mayor atención. Mi vista, y todo yo seguían pendientes de ella. Temía por ella. De verdad tenía miedo. Un miedo que jamás había sentido.
-¿Lucas?- dijo Rebeca. Despegue mi vista de Antonella y la miré.
-¿qué le pasó?- pregunté con la voz temblandome.
-¿qué haces aquí?- ignoró mi pregunta.
- la oí gritar, y vine a verla.
-¿quién te dejó entrar?- preguntó Carl guardando su celular.
-uno de sus hijos.
-bien.- fue lo único que dijo.- él médico ya viene.- le informó a su esposa. La mujer asintió aún con la angustia dibujada en su rostro.
-será mejor acostarla en la cama- Rebeca trató ponerse de pie, pero le fue imposible. Sus fuerzas no eran capaz para levantarlas a ambas.
-le ayudo - dije aproximandome a ella. Asintió con la cabeza, y abriendo sus brazos me indicó tomar a Antonella. Obedeci rápidamente. Me agache frente a ella, y con cuidado pasé un brazo por detrás de su cuello y el otro por atras de sus rodillas. La levanté del suelo sosteniendola con fuerza. Me dolió verla en esas condiciones. Tan frágil e indefensa.
Él padre se apresuró en correr las cobijas de la cama. La deposité con cuidado sobre ésta, dejando su cabeza con total suavidad sobre la almohada. Le quité los zapatos y metí sus pies bajo las cobijas. Cubri su cuerpo hasta los hombros y luego me aparté.
-¿qué fue lo que le ocurrió?- me giré a mirar a los padres.
-no lo sabemos. La escuchamos gritar y vinimos a verla. Jamás le habia pasado esto.- dijo Rebeca con un hilillo de voz.
-lo sabremos una vez que el doctor llegue.

El doctor Baldomero Huertas llegó al poco tiempo después de que Don Carl lo llamase.
-¡papá, llegó el pinchologo!- anunció presuroso uno de los hermanos de Antonella. Carl se apresuró en salir de la habitación. Pero se detuvo al ver al pequeño niño subir las escaleras con el hombre.
-¡es el pinchologo!- gritó el otro hermano corriendo hacia la puerta.
-¡es doctor!- los corrigió Rebeca.
-disculpe que no lo haya ido a recibir doctor Baldomero.- se aproximó Carl al tiempo que le estrechaba la mano.
-no se preocupe que el pequeño me ayudó.
-buenas noches doctor- Rebeca se acercó al doctor y le saludó.
-buenas noches señora Johnson.
Luego de que Baldomero saludara a la madre de Antonella volteó a verme.
-¿usted es?- dijo él hombre como si tratara de recordar mi nombre.
-Lucas Miller- le alargue una mano.
-el novio.- dijo estrechandola.
-¿de quién?.
-de la joven.- miré al hombre y luego le eché un vistazo fugas a Carl.
-no, un amigo- dije lo más rápido que pude y aparte la mano.
-oh, disculpe.
-tranquilo- toci nervioso. El doctor sonrió y volteó a hablar con los padres de Antonella. Yo me quedé junto a ella escuchando en completo silencio lo que el hombre decía.
-bien. Según lo que me contó por telefono la joven gritaba que le faltaba el aire.
-si - dijeron Carl y Rebeca al unísono.
-¿es asmática?.
-no - volvieron a responder a coro.
-¿qué otro problema presentó?.
- se rasguñaba el pecho diciendo que le dolía.- dijo Rebeca. El doctor pensó por un momento, y luego chasqueando la lengua dijo.
-bien. Por suerte se me ocurrió traer el aparato- habló casi para él mismo.
-¿qué aparato?- quiso saber Carl.
- uno para verificar y descartar el hecho de que su hija pueda sufrir problemas al corazón. Para eso traje esta maquinita.- levantó el maletín de gran tamaño que traía en la mano derecha- le realizare un electrocardiograma.
Miré a Antonella justo en el segundo en que el doctor dijo eso. Pidiéndole a Dios que su corazón estuviese bien.
-necesitaré que salgan de la habitación- comunicó Baldomero.- pero usted se puede quedar señora.
-bien.- respondió Rebeca en un suspiro. Miré a Carl quien con un movimiento de cabeza me indicó salir del cuarto. Le di un último vistazo a Antonella y lo seguí junto con los dos niños.
Baje tras ellos las escaleras.
Al llegar abajo los dos pequeños corrieron a sentarse en uno de los sofás de la sala y encendieron la televisión. Yo en cambio me quedé de pie al inicio de las escaleras.
-toma asiento Lucas.- dijo Carl asomando la cabeza por la puerta de la cocina.- ¿tienes hambre?.
-realmente no.- dije soltando un suspiro.
-¿quieres algo de beber?- dijo en tono más bajo y mirando hacia el segundo piso.
-si, por favor.
-bien. Ve a sentarte y de inmediato te llevo algo. - asenti en respuesta, y fui hasta el living. Me senté junto a los hermanos de Antonella y esperé.
-no va a morir ¿cierto? - preguntó el pequeño junto a mi. Lo miré un tanto sorprendido. Él niño, a través de sus ojos denotaba preocupación. Lo que sin saber, me hizo sentir mal. Negue con la cabeza y le sonreí.
-claro que no. Tu hermana es una chica muy fuerte y no permitirá que eso pase. Además, aún tiene muchas cosas que hacer.
-¿cómo cuales?.
-pues...cuidarlos a ustedes. Jugar con ustedes.
-¡aún debe trepar muchos árboles con nosotros!- intervino animadamente el otro niño.
- exacto.- dije formando una sonrisa.
-mi hermana es como un mono- dijo el pequeño sentado a mi lado, mientras en su rostro se formaba una mueca.
- yo pienso lo mismo- le sonreí. Ambos niños me sonrieron en respuesta, lo que me hizo recordarla a ella. Era sorprendente darme cuenta de que los tres hermanos tenían las mismas sonrisas. Esa clase de sonrisa que ya no se ve. Esa sonrisa sincera e inocente.
-soy Tomás- la voz del pequeño a mi lado me sobresaltó.  Salí de mi transe y lo miré.  Tenía alargada en mi dirección  una de sus pequeñas manos.
-un gusto Tomás- dije estrechandosela.
-y yo soy Mateo- él otro pequeño saltó por sobre su hermano y me estrechó la mano.
-también es un gusto Mateo- le sonreí.
-ya veo que se presentaron oficialmente.-dijo Carl entrando al living con una cerveza en cada mano.
- si, ahora somos amigos.- le dijo Tomás al tiempo que Carl se acercaba.
-que bien- me ofreció una de las cervezas. La tomé.
-gracias.
-espero que todo vaya bien ahí arriba - comentó Carl sentandose en el sofá de al lado.
-yo también lo espero así.- susurré. Abrí la cerveza y le di un sorbo.
-¿de verdad son sólo amigos?- la pregunta de Carl me hizo trapicar. Toci un par de veces tratando de no dejar que el líquido espumante se escapara de mi boca.
-si - dije conteniendo el aire.
-hay algo que siempre les digo a mis hijos- comentó - ¿quieres saber que es?- asentí un tanto dudoso- a mi jamás se me puede engañar.
Trague saliva nervioso.
-no estoy...
-conozco a mi hija mejor que a nadie- me interrumpió- y logro conocer a las personas.- me miró detenidamente.- no soy estúpido.
-señor yo...
-no me digas señor- formó una sonrisa.- mira, no quiero que pienses que estoy jusgandote o algo. Mi hija ya es una adulta. Ella decide con quien estar. Por más que quiera no puedo entrometerme en su vida amorosa, sólo puedo preocuparme de que no salga lastimada. Aunque...-Carl hizo una pausa y le dio otro sorbo a su cerveza- no he sido el mejor en eso- dijo con cierto ápice de amargura.
-se a lo que se refiere.
-no pude protegerla de que sufriera, y tampoco pude hacer nada. ¿Cómo actuar en su defensa si quien la lastimó es hijo de mi jefe?. Claro que, perfectamente pude haber hecho algo y luego haber lanzado todo a la mierda. Pero tengo más hijos, y sé que ella no me lo hubiese permitido.
- Carl yo no...
- te digo esto muchacho porque no quiero que vuelva a sufrir.- Carl me miró con angustia reflejada en sus ojos- es una buena chica, y no merece que le hagan daño.
- jamás podría hacerle algo que la dañe.
- lo sé, ¿y quieres saber cómo lo sé?- asentí.
-porque lo has demostrado. De seguro tu crees que no me daba cuenta. Pero no soy ciego. No cualquier persona arriesga su vida por salvar a otra sin que haya algún sentimiento de por medio. Yo sé que tu la quieres, y que ella te quiere a ti. Y pues, no pretendo entrometerme en eso.
-gracias señor. Pero las cosas no son tan simples.
-¿lo dices por esa tontera de que ella es tu alumna?- Carl fruncio el entrecejo y luego sonrió- eso es una babosada. Bueno, al menos en éste caso.  ¿Qué edad tienes?.
-veintitrés.
-eres un chiquillo aún.- palmeo mi espalda.- mira, antes que nada eres hombre y ella una mujer. No hay pecado en eso. ¿En lo de la edad?. Le llevas cuatro años y algo. ¡una tontería!.
-¿usted cree?- forme una sonrisa.
-claro. ¿tu sabes cuántos años de diferencia le llevo a mi esposa?.- negue con la cabeza- ¡seis años!.- dijo enfatizando las palabras. Solté una carcajada- no te preocupes tanto por eso.
-aun así soy su profesor - me puse serio- y no quiero que hablen mal de ella en el colegio.
-la gente habla porque si, porque no, y por si acaso.
-eso es verdad. Pero igual no quiero que hablen.
-mira -Carl se reacomodo en el sofá- si vivimos pendientes del qué dirán jamás podremos hacer lo que nosotros queramos. A Antonella y a ti lo único que debería importarles es lo que lleguemos a decir nosotros su familia. Nada más debe importarles. Yo, por ejemplo, no me opongo a que ustedes se quieran.
-¿y su esposa?.
-ella es la complicada. Es más fijada en ese tema. Pero créeme, si tu vas en serio con mi hija terminará por aceptarlo. Aunque le cueste admitirlo, le agradas. De hecho habla bastante de ti.
-¿en serio?.
-Si. Le agradas muchacho. Y créeme a ella tampoco le importará el que seas el profesor de Antonella. Claro, siempre y cuando demuestres que la cuidaras. Eso es lo unico que nos importa.-le dio otro sorbo a su cerveza, yo hice lo mismo.- no te sermoneare con eso de que lo de ustedes está prohibido porque ella es tu alumna y tu su profesor. Ya no tiene sentido siquiera mencionarlo. Antonella está a nada de salir del colegio, lo que significa que ya no le darás más clases.

¿Qué Oculta Profesor Miller? (Borrador)  Where stories live. Discover now